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Alberto Peña, el biólogo colombiano que retrató la resiliencia del Catatumbo y ganó un premio internacional

En una zona marcada por el conflicto, Alberto Peña encontró otra historia que contar: la de un gavilán que vuela entre el fuego y la esperanza. Su fotografía, tomada en una de las zonas más biodiversas y complicadas del país, le valió un premio de la National Audubon Society. Aquí la historia.

  • La imagen con la que Alberto Peña ganó el reconocimiento de la National Audubon Society. FOTO cortesía Alberto Peña
    La imagen con la que Alberto Peña ganó el reconocimiento de la National Audubon Society. FOTO cortesía Alberto Peña
16 de octubre de 2025
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En medio de una sábana dorada que empieza a arder, un gavilán (Buteogallus meridionalis) observa el fuego sin miedo. Tiene la mirada firme y el plumaje encendido por el reflejo de las llamas. Así nació la imagen, capturada en el Catatumbo, que llevó al biólogo y ornitólogo Alberto Peña a ganar el reconocimiento de la National Audubon Society, una organización sin ánimo de lucro estadounidense dedicada a la conservación de la naturaleza y una de las distinciones más importantes de la fotografía de naturaleza en el mundo.

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Peña ha recorrido estas selvas húmedas del norte de Santander con una cámara y una libreta de campo, buscando registrar las aves que aún no figuran en los mapas de la ciencia. Su trabajo, hecho con las uñas y con la paciencia de quien observa, ha permitido descubrir especies endémicas y retratar la resiliencia de un ecosistema que resiste al olvido.

En EL COLOMBIANO hablamos con él sobre la historia detrás de su fotografía, su vínculo con la tierra y el poder transformador de mirar esa región con otros ojos.

¿Cómo nació su vínculo con el Catatumbo y qué lo motivó a convertirlo en el eje central de su trabajo como ornitólogo y fotógrafo?

“Desde la universidad siempre sentí un interés profundo por conocer territorios poco explorados. Soy de Pamplona, Norte de Santander, y el Catatumbo me llamó la atención por su enorme riqueza natural y porque ha sido una zona olvidada en términos científicos. Me propuse entender qué especies habitan allí y cómo se comportan. Es una región estigmatizada por el conflicto y el narcotráfico, pero ecológicamente es fascinante: es la selva húmeda más septentrional de Sudamérica y forma parte de la cuenca del lago de Maracaibo, famosa por el fenómeno del relámpago del Catatumbo.
Así que mi objetivo ha sido estudiar sus aves, trabajar con comunidades locales y con Parques Nacionales, y registrar una fauna muy poco conocida, pues ser ornitólogo y fotógrafo va de la mano: la fotografía me permite mostrar esa biodiversidad y generar conciencia sobre la vida que habita allí”.

¿Qué historia hay detrás de la fotografía premiada por la National Audubon Society?

“La imagen nació en medio de un incendio. Acompañaba a una señora de la zona cuando el fuego comenzó a extenderse sin control. Tratamos de apagarlo, pero el humo me cegó por un momento y el incendio se volvió incontrolable. En medio de esa escena, apareció un gavilán. Verlo allí, entre el fuego y el humo, me hizo pensar en la resiliencia, en cómo algunas especies se adaptan a circunstancias adversas.
Para el ave, el fuego representa una oportunidad de alimento, porque el calor hace salir a presas pequeñas, y para mí, la fotografía simboliza eso mismo: bajo algo destructivo puede surgir una posibilidad de vida. La tomé en una zona roja del Catatumbo, donde los incendios son parte del día a día por la agricultura de subsistencia, entonces quise mostrar esa capacidad de adaptación tanto en la naturaleza como en los seres humanos”.

Usted ha recorrido zonas donde el acceso es difícil por razones de seguridad o geografía. ¿Cómo ha sido trabajar en medio de esas condiciones?

“Trabajar en el Catatumbo implica estar expuesto a muchos riesgos. Llevar una cámara o equipos científicos puede despertar sospechas. Por eso, siempre busco el acompañamiento de personas locales. Ellos son el puente con la comunidad y ayudan a explicar que uno está allí por motivos científicos.
He tenido encuentros con grupos armados, pero cuando la gente entiende que mi trabajo es estudiar aves, no hay problemas. Lo más importante es construir confianza. Las comunidades enseñan mucho: conocen los sonidos, los hábitos de las especies, los lugares donde anidan. Estar con ellos me ha permitido aprender tanto de biología como de humanidad”.

¿Qué especies del Catatumbo considera más emblemáticas o amenazadas, y cómo contribuye su trabajo a su conservación?

“Con mi compañera hemos estudiado una especie única de vencejo, el Tachornis furcata, que solo habita en la cuenca del Catatumbo, dentro del sistema del lago de Maracaibo. No se encuentra en ninguna otra parte de Colombia. Su supervivencia depende de las palmas altas, muchas de ellas ornamentales, donde anida.

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Además, estamos terminando un artículo científico sobre esta especie, porque casi no existía información. Nuestro trabajo busca llenar ese vacío y mostrar que el Catatumbo alberga aves exclusivas, aún desconocidas por falta de muestreos y apoyo a la investigación. Cada registro nuevo es un paso hacia su conservación”.

¿Qué papel cree que puede jugar el aviturismo en regiones como Norte de Santander para impulsar el desarrollo y la paz territorial?

“El aviturismo puede ser una herramienta clave para visibilizar el territorio y generar oportunidades económicas sostenibles. Muchos observadores de aves buscan especies raras, y en el Catatumbo hay varias que solo se pueden ver allí. Sin embargo, el conflicto ha limitado ese potencial: es difícil que lleguen grupos de extranjeros con cámaras a una zona considerada peligrosa.
Si hubiera paz y seguridad, el Catatumbo sería un destino de aviturismo de primer nivel. Mi sueño es que el conocimiento científico y el turismo de naturaleza se conviertan en aliados para mostrarle al país —y al mundo— que esta región es mucho más que su historia de violencia”.

En su trayectoria científica y fotográfica, ¿qué desafíos ha enfrentado para hacer visibles las aves del nororiente colombiano?

“El mayor obstáculo ha sido la falta de apoyo institucional. Casi todo mi trabajo lo he realizado con recursos propios. No hay suficientes incentivos para investigar ni financiamiento estable para proyectos de campo. También pesa el estigma: muchas zonas del nororiente son vistas solo desde el conflicto, no desde su valor ecológico.
Aun así, continúo registrando especies, publicando y compartiendo conocimiento. Si existiera un mayor respaldo académico y estatal, podríamos conocer mucho más sobre estas aves y promover su conservación de manera efectiva”.

¿Qué mensaje le gustaría dejar con esta fotografía y con su trabajo en general?

“Quiero que las personas comprendan que incluso en los lugares más lejanos o estigmatizados existen belleza y esperanza. El Catatumbo no es solo historia de guerra: es un territorio lleno de vida y de gente que lucha por salir adelante.

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Mi fotografía refleja eso: el fuego como símbolo del conflicto, y el ave como señal de resiliencia. Creo que pronto esa zona roja se convertirá en una zona de paz, y que podremos estudiarla libremente, con respeto por su gente y su biodiversidad. Ese es mi mayor deseo como biólogo y nortesantandereano”.

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