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La suerte acompaña a ciertos árboles: no los han talado en más de 130 años

Varios árboles del Centro fueron sembrados en la segunda mitad del siglo XIX y siguen muy vitales.

  • 1. Árboles del Parque de Bolívar. 2. Una ceiba de La Playa 3. El gualanday de Ayacucho. Los tres tienen más de cien años. FOTOS Jaime Pérez y Manuel Saldarriaga
    1. Árboles del Parque de Bolívar. 2. Una ceiba de La Playa 3. El gualanday de Ayacucho. Los tres tienen más de cien años. FOTOS Jaime Pérez y Manuel Saldarriaga
  • La suerte acompaña a ciertos árboles: no los han talado en más de 130 años
  • La suerte acompaña a ciertos árboles: no los han talado en más de 130 años
15 de octubre de 2017
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En la ciudad hay viejos verdes, existen algunos con más de cien años, y siguen tan campantes y vitales como cualquier jovencito. De ellos, el único que tiene una especie de cédula es un gualanday en Ayacucho con la carrera 37, a un costado de los rieles del tranvía. Se ve solitario en esa avenida.

En la placa que lo identifica dice: “Gualanday. Jacaranda caucana. Este árbol es el más antiguo del espacio público de Medellín. Sembrado entre 1865 y 1875. Dominó el paisaje en el pasado y formó parte del antiguo ‘Paseo de Buenos Aires’”.

Desde su altura, equivalente a ocho pisos del edificio Manantial, que lo acompaña, observa el paso de estudiantes, así como de las Hermanas Misioneras de Dios Padre, que atienden niños unas cuadras arriba y bajan de a dos hasta la Placita de Flórez a comprar alimentos.

Casi nadie le presta atención al rey del paisaje. “Lo vemos a diario, pero no nos hemos detenido a detallarlo”, dice una monja.

“No sé si sea el más viejo”, comenta Manuel Marín, hombre de unos 70 años, que viene caminando del barrio Alejandro Echavarría Misas, con una mochila colgada al hombro. Escucha el campaneo del tranvía que abandona la estación Sagrado Corazón, unos metros más abajo, hacia el Centro. “Lo he visto hace más de 50 años. Manejé bus de Buenos Aires por 30 años y lo miraba a diario, y también a docenas de árboles frondosos, no sé si igual de viejos, que adornaban esta avenida. Los talaron para meter el tranvía”.

Darío Ruiz Gómez, escritor y experto en urbanismo, coincide con Manuel en ese recuerdo de los muchos árboles, y agrega que en esa vía, Ayacucho, había casas quintas, es decir, viviendas con antejardines y verjas que conformaban un paisaje parecido al de unos barrios de Buenos Aires, Argentina.

Ayacucho es la desembocadura de la carretera de Santa Elena, que era la única para ir y venir entre Medellín y Rionegro desde 1928 hasta 1963. A partir de este año compartió este destino con la vía de Las Palmas. De modo que nuestro viejo verde fue testigo del paso de los buses de Transportes Chachafruto, que se constituyó en 1954.

Y tuvo que ver, durante más tiempo, la llegada y la partida de los campesinos de Santa Elena, cargados de legumbres y flores, unos trepados en buses de escalera y otros terciando a la espalda las talladoras silletas de madera, hasta las plazas de mercado de Medellín, especialmente la de Cisneros y la de Flórez.

“No pocos se quedaban tomando trago en cantinas del sector, antes de emprender su camino loma arriba”, complementa Darío.

Una ceiba de La Playa

Sergio Restrepo, director del Claustro San Ignacio, cree que más vieja es una de las ceibas de La Playa.

No la de Junín, a la que le cantó hermosamente el loco Epifanio Mejía: Y aquella tierra y la tierra/ En que hoy airosa levantas,/ Es toda tierra de Antioquia/ Y Antioquia toda es la Patria. Porque, esta la talaron como tantas otras. Sino una que está entre la Avenida Oriental y El Palo, por el costado norte de la Avenida La Playa.

En el suelo adoquinado de la acera, comparte jardinera con plantas ricas en follajes que se quedan a ras del suelo.

Un indigente duerme hasta las once bajo su protección.

Adelante de ella está el busto del visitador y oidor Juan Antonio Mon y Velarde, 1747-1790, del escultor Octavio Montoya.

¿Cuánto mide ese frondoso árbol cuyas ramas más altas pasan al otro lado de la vía? ¿Acaso 50 metros de altura?

“¡Puede crecer más! —asegura Juan José Ortega, un frutero que en noviembre próximo cumplirá 18 años de tener su venta junto a esta ceiba—. Yo sé, porque en mi pueblo, San Marcos, Sucre, hay bongas más altas y más gruesas. Con decirle que de un tronco sacan hasta cuatro canoas”. Juan José añade que son nuevos la jardinera y el adoquinado.

Hay transeúntes que se detienen a saludar al árbol. Lo abrazan y se toman fotografías con él.

La semilla

Sergio cree que esta es una de las ceibas de Rengifo, como las llamaba Fernando González, el filósofo envigadeño.

Según el periodista Ernesto Ochoa Moreno, en un artículo publicado en la página de Otraparte, se llaman ceibas de Rengifo a “las ya casi desaparecidas del Valle de Aburrá”, entre ellas “las de La Playa, las de Envigado y otras más que murieron de pie en la ciudad, porque, según cuenta la historia, cuando Antioquia, entre 1877 y 1880, vivió bajo el régimen del general Tomás Rengifo, de ingrata recordación en las guerras de la última mitad del siglo XIX, una plaga de langostas se abatió sobre esta región y, para contrarrestarla, el gobernante militar, que no creía en milagros ni en rogativas, decidió pagar a los campesinos por cada bulto de langostas muertas que le trajeran. Mandó entonces abrir hoyos en puntos claves de la ciudad, hizo vaciar allí los montones de bichos muertos y sembró una semilla de ceiba en cada hueco. De entonces datan las ceibas de Envigado”. Esta información la relata también Sacramento Garcés, en la Monografía de Envigado, publicada en 1964.

La ceiba que mencionamos sufrió, a principios del siglo XX, la construcción de una casa del opulento Coriolano Amador para su único hijo, pero que este no pudo disfrutar porque murió de tisis, siendo muy joven, mientras estaba en un baile. Esa casa, Coriolano se la vendió a la Arquidiócesis, que puso a funcionar allí el Palacio Arzobispal. La ceiba es testigo de la cubierta de la quebrada Santa Elena, de la que ahora acaso sus raíces más hondas alcanzan alguna humedad; así como de la destrucción de joyas arquitectónicas para dar paso a la Avenida Oriental, entre ellas, ese Palacio mencionado y la construcción del edificio Vicente Uribe Rendón, que no le pelea en belleza.

“Hay una fotografía de Rodríguez —comenta Darío Ruiz Gómez— en la que se aprecia el Palacio, la Ceiba y, en la quebrada, a unas mujeres lavando ropa. En esa imagen, con ayuda de una lente potente, pillé a un grupo de hombres y mujeres vestidos al estilo parisino”.

Desde que taparon la quebrada, a mediados del siglo pasado, el árbol ha recibido toneladas de humo de autos y ha visto pasar Desfiles de Silleteros, de Mitos y Leyendas, el Festival de las Artes Escénicas y el alumbrado navideño.

1877
entre este año y 1880, en el gobierno de Tomás Rengifo, sembraron ceibas.
1891
el año en que fundaron el Salón Jordán, ya existía el piñón de oreja de Robledo
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