Lo vemos en las películas de Hollywood: en el ambiente del espionaje y del contraespionaje, todo puede pasar. Para acceder a información valiosa, las agencias de E.U., por ejemplo, son capaces de actos impensados y reprochables.
Ahora se confirma en la realidad: el director del FBI, James Comey, acepta que se pagó un millón de dólares a un grupo de hackers para desbloquear el teléfono del terrorista que cometió la masacre de San Bernardino (California), en diciembre pasado.
¿El fin justifica los medios? ¿Un buró de investigación que paga actos no autorizados?.