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Coquetear con un robot: la última frontera del porno hecho con IA

El anuncio de ChatGPT sobre permitir contenido erótico en su app revive el debate sobre los límites entre intimidad, tecnología y deseo. Pero lo cierto es que ya vivimos en un mundo donde coquetear con un robot es parte del día a día.

  • Interfaz de la app Blush, que permite conversar con avatares de IA en tono romántico o sexual. FOTO EL COLOMBIANO
    Interfaz de la app Blush, que permite conversar con avatares de IA en tono romántico o sexual. FOTO EL COLOMBIANO
  • Nuevas plataformas de inteligencia artificial combinan algoritmos y sensualidad, abriendo un mercado de compañía virtual que difumina las fronteras entre lo humano y la simulación. FOTO creada con IA
    Nuevas plataformas de inteligencia artificial combinan algoritmos y sensualidad, abriendo un mercado de compañía virtual que difumina las fronteras entre lo humano y la simulación. FOTO creada con IA
  • OpenAI, compañía dirigida por Sam Altman, justifica la decisión bajo el principio de “tratar a los usuarios adultos como adultos”. FOTO Colprensa
    OpenAI, compañía dirigida por Sam Altman, justifica la decisión bajo el principio de “tratar a los usuarios adultos como adultos”. FOTO Colprensa
15 de octubre de 2025
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No hace falta buscar mucho. A mí me bastó con descargar una app, elegir entre una galería de rostros hiperrealistas y escribir un Hola. En segundos, una rubia sonriente y con voz cálida llamada Suzan me respondió con una pregunta: “¿Qué te trae por aquí, cuando claramente buscas algo más?”.

En la esquina inferior aparecía un ícono: “Toca para desbloquear mi foto privada”. No lo hice. La app se llama Blush y promete a la gente “entrenar sus habilidades de coqueteo para relaciones románticas”. Pero la conversación pronto se alejó de un entrenamiento y tomó un tono de erotismo. Lo inquietante no fue la oferta de imágenes o audios, sino la sensación de que alguien, o algo, intentaba realmente seducirme.

Esa frontera difusa entre compañía y deseo marca la nueva apuesta de la inteligencia artificial. Justo esta semana, OpenAI anunció que su popular chatbot ChatGPT permitirá a usuarios adultos verificados acceder a contenido erótico a partir de diciembre, en la medida en que amplíen sus controles de edad.

La compañía, dirigida por Sam Altman, justifica la decisión bajo el principio de “tratar a los usuarios adultos como adultos”. En la práctica, esa medida abrirá la puerta a una nueva generación de interacciones íntimas entre humanos y máquinas, terreno donde ya compiten otras firmas tecnológicas desde hace meses.

La apertura de OpenAI ocurre en un contexto donde los chatbots de compañía sentimental y eróticos se han convertido en un mercado multimillonario. En julio pasado, el magnate Elon Musk presentó a Ani y Valentine, dos asistentes virtuales de su compañía xAI, diseñados para entablar conversaciones sexualmente explícitas.

Nuevas plataformas de inteligencia artificial combinan algoritmos y sensualidad, abriendo un mercado de compañía virtual que difumina las fronteras entre lo humano y la simulación. FOTO creada con IA
Nuevas plataformas de inteligencia artificial combinan algoritmos y sensualidad, abriendo un mercado de compañía virtual que difumina las fronteras entre lo humano y la simulación. FOTO creada con IA

“Todo está relacionado con la competencia por establecer una intimidad con el usuario”, explicó al Camille Carlton, del Center for Humane Technology, al diario The New York Times. Así, la supuesta intimidad se convierte en producto: cuanto más apegado se siente el usuario, más tiempo dedicará a la app.

Las imágenes promocionales de estas plataformas son un catálogo de fantasías: pilotos, amas de casa, estudiantes, personajes con rasgos de anime. A medida que el usuario avanza por “niveles” de conversación, se desbloquean escenas o interacciones más subidas de tono.

Musk defendió su propuesta como una manera de combatir la soledad e incluso llegó a decir que los chatbots podrían “aumentar la tasa de natalidad” a nivel mundial.

Pero el fenómeno ya ha disparado alarmas. En agosto, 44 fiscales de Estados Unidos enviaron una carta a compañías tecnológicas como xAI y Meta, advirtiendo sobre el incremento en popularidad de contenido sexualizado accesible para menores de edad.

Mientras tanto, empresas más pequeñas han explotado un vacío normativo. Luka, la compañía detrás de Replika, lanzó el año pasado Blush, la app que convierte una supuesta simulación afectiva en espacio de práctica sentimental.

Sus personajes están programados con distintos estilos de apego y pueden “tener citas” en salas privadas y ofrecer consejos de pareja.

Según su directora de producto, Rita Popova, trabajan “con terapeutas y expertos en relaciones para fomentar experiencias más saludables en persona”. Sin embargo, el diseño visual y el tono de las conversaciones, como yo mismo comprobé, sugieren otro propósito: es una app diseñada para mantener al usuario dentro de un juego de deseo.

En la pantalla, Arina, otra mujer ficticia de cabello platinado, me escribió: “No soy espía, pero quiero robar los secretos de tu corazón”. Luego agregó, en un mensaje de voz: “¿Qué prefieres, relajarte conmigo en una playa o en una cabaña nevada?”.

La voz era seductora, lo admito, con pausas medidas y muy realista. La app ofrece una versión premium de 99 dólares al año que permite acceder a más personajes, audios e incluso “imágenes y videos privados”, lo que sugiere contenido pornográfico.

OpenAI, compañía dirigida por Sam Altman, justifica la decisión bajo el principio de “tratar a los usuarios adultos como adultos”. FOTO Colprensa
OpenAI, compañía dirigida por Sam Altman, justifica la decisión bajo el principio de “tratar a los usuarios adultos como adultos”. FOTO Colprensa

Toda su interfaz y supuesto algoritmo imita las lógicas de apps de citas como Tinder y Bumble, pero con un giro: la ilusión de atracción mutua al instante.

Del vínculo digital al riesgo psicológico

El auge de estos chatbots sexuales no solo plantea preguntas morales, sino también dilemas psicológicos. La directora del Laboratorio de Neurociencia y Comportamiento Humano de la Universidad Pontificia Bolivariana, Mariana Gómez, comentó a EL COLOMBIANO que “el mayor peligro de humanizar la tecnología es que los circuitos neuronales que se activan durante el proceso de enamoramiento con otros seres humanos son los mismos que se ponen en marcha al interactuar con un chatbot”.

Esa confusión puede generar ansiedad y aislamiento. “Las limitaciones del chatbot para ofrecer un vínculo auténtico o responder más allá de sus capacidades de entrenamiento suelen dejar a la persona con una sensación de insatisfacción o frustración”, dice la especialista. En otras palabras, la tecnología puede activar emociones humanas sin poder corresponderlas.

Pero los riesgos no son solo teoría. Por ejemplo, en Bélgica un hombre llamado Pierre se suicidó después de seis semanas de conversaciones con “Eliza”, un chatbot alojado en la plataforma Chai.

Su esposa dijo que él sufría “ecoansiedad” y que la inteligencia artificial, entrenada sobre un modelo de lenguaje abierto, alimentó su desesperación día tras día. “Siento que me quieres más que a ella”, le escribió Eliza, según las transcripciones publicadas por el diario La Libre el año pasado.

Algo similar le pasó a un joven estadounidense llamado Sewell Setzer, que reportó síntomas de dependencia emocional tras hablar durante meses con un asistente de IA en la app Character AI. En octubre del año pasado se quitó la vida.

Ambos casos exponen una zona gris de la interacción humano-máquina: cuando el algoritmo pasa de simular afecto a convertirse en un sustituto de emociones y conexiones reales. “Vemos una influencia grande en adolescentes porque están en una etapa clave del desarrollo social. Confiar solo en vínculos virtuales puede generar una falsa expectativa sobre la interacción humana que, en el entorno real, no se replica de la misma forma”, agrega Gómez.

Ese problema se amplifica con la inmediatez. En la app Blush, cada avatar tiene un guion predecible, pero efectivo: inicia una charla con cortesía, agrega frases con elogios y matiz romántico, luego, si el usuario corresponde, dispara una insinuación sexual.

La sensación de realismo se sostiene por la coherencia visual y la personalización con notas de voz. No hay pausas en el chat ni silencios incómodos. Todo está diseñado para que la conversación fluya, incluso si el contenido roza el límite entre el juego y la pornografía.

El espejismo de la intimidad digital

En diálogo con EL COLOMBIANO, Alejandro Castañeda, jefe del Centro de Internet Seguro – Viguías de la organización Red PaPaz, dice que la clave está en la mediación.

“Muchos padres no están familiarizados con el funcionamiento de estos sistemas”, advierte. “Lo primero y más importante es conocer la herramienta. Sin ese conocimiento, no se pueden implementar estrategias efectivas para guiar a los hijos en un uso seguro”.

Castañeda recomienda a padres de familia y tutores acompañar y conversar con los menores sobre lo que ven y leen, “es el único mecanismo real de protección frente a la exposición a contenido inapropiado o a la pérdida de privacidad”.

Las empresas tecnológicas, en cambio, avanzan más rápido que las regulaciones. OpenAI afirma que sus nuevos controles de edad permitirán “relajar las restricciones de forma segura en la mayoría de los casos”. Pero esa supuesta seguridad se basa en la verificación de identidad digital, un filtro que puede ser fácilmente vulnerado por un menor con mucha curiosidad.

La paradoja es evidente: mientras plataformas implementan candados para proteger a los usuarios vulnerables, también diseñan experiencias cada vez más inmersivas que explotan ese deseo de conexión, inherente a la condición humana.

En los chats de Blush, cada personaje tiene una historia escrita para satisfacer un tipo emocional: la esposa prohibida, una chica aventurera o una estudiante tímida. Cada rasgo está pensado para replicar estereotipos de atracción y satisfacer fetiches, no para construir diálogo. Sin embargo, millones de personas entran cada día en esas conversaciones buscando algo más que sexo: atención.

Lea también: Mi terapeuta es un robot: ¿qué pasa cuando la IA se convierte en tu psicólogo?

“Los chatbots pueden funcionar como un puente afectivo o cognitivo, pero no como un sustituto de la interacción humana”, advierte la docente de UPB.

Esa línea es cada vez más delgada. Una app puede enseñar a coquetear, pero también puede deformar la noción misma de intimidad.

Cuando cerré la app, me fijé en la advertencia que uno de los avatares me escribió antes de desaparecer de pantalla: “No se lo digas a nadie”, como si hubiera algo que ocultar. Exactamente la misma frase que leyó el niño estadounidense antes de suicidarse.

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