Cambiar los rascacielos y las autopistas convulsas por las arboledas y las calles angostas significa un paso vital para cualquier persona. Poco tiene que ver con el concepto de “nuevo hippie”, que se ha instalado en el imaginario colectivo. Los neorrurales son personas que tienen, sobre todo, un proyecto económico estable, y un interés por cultivar su relación con la naturaleza y la comunidad.
De acuerdo con Ángel Paniagua, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en España, este fenómeno “incluye a diferentes personas, entre ellas, las que migran porque tienen una oferta laboral, que no son tampoco muchas; las que tienen dificultades económicas y, por cuestiones hereditarias o sociolaborales, se mudan al pueblo de sus ancestros; las que se jubilan, las que buscan radicarse en un entorno que consideran más adecuado y su profesión le permite movilidad espacial, o, simplemente, aquellas que planean formar una familia y piensan que es mejor instalarse en una zona rural”.
Por lo general, la mayoría de estos ciudadanos se insertan en el sector de los servicios y la hostelería, ya sea para emprender su propio proyecto o emplearse.
El sustento y el trabajo, entonces, constituyen una de las bases fundamentales para que el día a día de un “urbanita” funcione en el campo.
Incluso, subraya Paniagua, “comenzar un proyecto allá, puede ser tan difícil, como en una zona urbana”.