Una bella colombiana tuvo la culpa. El penúltimo escándalo que involucra a un alto dirigente político fue el detonante de su desafío. El asunto de bragueta entre el presidente de Extremadura, cuna de conquistadores, y la empresaria Olga María Henao, nacida en Medellín y residente en las españolas Islas Canarias, podía haber quedado en una tórrida historia de amor de no ser porque el preboste en cuestión pagaba los billetes de avión para ver a su dama con cargo a los presupuestos del Senado. Y en “business”, para llegar descansadito. Ni qué decir tiene que ella merecía el desembolso. De ojos oscuros y larga melena, sus curvas presagiaban noches de arenas movedizas y sismos telúricos. El cacique local había caído rendido a la primera. Y así, nos endiñó a todos no menos de 30 viajes. Sin ningún pudor. Polvos a costa de los contribuyentes por los que el implicado no está dispuesto a dimitir. Al menos el segundo implicado, otro dirigente del mismo partido y actual pareja de la bella paisa, ha cesado en su cargo después de cargar otros tantos viajes con el mismo destino y objetivo a los presupuestos del Congreso.
Hartos, en una aislada aldea se decidieron a actuar.
Un grupo de vecinos solicitó un referéndum para declarar la independencia de su Villa del resto del país. El alcalde, un veterano de la vida pública, lideró el desafío. “Estamos cansados de pagar impuestos para que los disfruten esta panda de mangantes”, clamaba Don Agapito Cifuentes allá donde quisieran escucharlo. “El Estado nos roba sin descanso el fruto de nuestro trabajo para darse la gran vida”, repetía sin cesar. “Pedimos libertad para decidir nuestro futuro”, añadía. Pero en la capital no lo atendía nadie. Así que, ni corto ni perezoso, Don Agapito montó una consulta por su cuenta y riesgo. Y el día en cuestión, de los 15 vecinos de Fuentecabreros votaron 5. El resultado fue abrumador: un 80 % de las papeletas eran favorables a la independencia del pueblito. El resto de los votos tenían nombre y apellidos. Don Cosme, por joder más que otra cosa, fue a votar en favor de que Fuentecabreros se convirtiera en un Estado libre, pero asociado al resto del país. Tampoco era cuestión de tener que presentar el pasaporte para ir a pescar al otro lado del río.
Y así, Don Agapito se fue a celebrar el triunfo junto a su familia en el único restaurante decente del valle, precisamente al otro lado del río. Entre suculentas viandas y botellas de vino “extranjero”, Don Agapito pronunció un breve discurso. “Pido al Estado que, tras estos abrumadores resultados, recapacite y nos permita celebrar un referéndum vinculante para que los vecinos de Fuentecabreros puedan decidir libremente su futuro”. Dicho esto, sacó la Visa del consistorio y pagó el opíparo festejo a cargo de sus vecinos, a los que tanto amaba. Y tras dejar a su señora y a la prole en casa, siguió descorchando botellas de champán en la cama de Melibea, su amante desde hacía más de diez años, entonando en su corneta los acordes del himno nacional del pueblo.
Algo muy parecido ha ocurrido en Cataluña. Los secesionistas catalanes, incluido el partido del presidente regional, han montado un referéndum de pandereta con el siguiente resultado: 1,8 millones de catalanes han votado a favor de la independencia, de la ruptura total con el resto de España. Podrá parecer mucho, pero si tienen en cuenta que en esta farsa podían participar los mayores de 16 años y los inmigrantes, el censo total era de 6,2 millones de electores. Apenas el 35 % de la Cataluña con derecho a “elegir su futuro” se acercó a las urnas y solo el 29 % de los que lo hicieron votó a favor de la independencia. Así que a unos cuantos políticos se les acabó asustarnos con eso de que se separan. Y, de paso, que se suban la bragueta y que entreguen sus tarjetas. Se les terminó el cuento.
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