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La incansable tarea de restaurar un bosque seco

Un grupo de investigadores de la Universidad Nacional trabaja de la mano con EPM para cumplir el plan de compensación ambiental de Hidroituango.

  • La inundación de 4.410 hectáreas para la represa debe ser compensada con la restauración de 16.000. FOTO edwin bustamante.
    La inundación de 4.410 hectáreas para la represa debe ser compensada con la restauración de 16.000. FOTO edwin bustamante.
10 de marzo de 2020
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En medio del camino de rocas, pastizales y tierra arenosa, crecen algunos brotes de verde fresco: diomatos, algarrobos, guacimos. No tienen más de un año de sembrados, ni un metro de alto, pero ya hicieron una promesa: devolverle a las montañas del valle de río Cauca el bosque denso que solía habitarlas siglos atrás.

Junto a los tallos frágiles se erige una placa con un número que los identifica entre las más de 40.806 plántulas que han sido sembradas en 750 hectáreas de los corregimientos La Angelina de Buriticá y La Cascarela de Toledo, donde se desarrolla el plan de restauración con que Hidroituango compensa las afectaciones ambientales que generó la inundación de 4.140 hectáreas de tierra, por exigencia de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (Anla).

Un equipo de la Universidad Nacional está a cargo del proyecto que se desarrolla desde 2018 y con el cual se pretende restaurar más de 16.000 hectáreas de bosque seco tropical, en un plazo de 30 años o más.

Los desafíos del terreno

Cada plántula que permanece con vida en el territorio reforestado, es una batalla librada y ganada en un terreno donde las dificultades están a la orden del día.

“Hace siglos, desde la época de la colonización, las condiciones de este terreno empezaron a ser modificadas con ganadería, quemas, agricultura y otras actividades humanas”, explica Flavio Moreno Hurtado, director del proyecto y docente del Departamento de Ciencias Forestales de la Universidad Nacional.

A las diez de la mañana, el termómetro marca 64 grados centígrados de temperatura sobre el suelo de la montaña y, mientras en lugares como Medellín llueven 1.500 a 2.000 milímetros (mm) de agua cada año, en La Angelina, por ejemplo, llueven 600 mm.

“Varias plántulas sueltan sus hojas y quedan solo con su tallo para evitar transpirar por las hojas y perder humedad, pero siguen vivas”, explica Moreno.

“Al principio pensábamos que las placas metálicas de identificación se doblaban porque las pisábamos. Después identificamos que era el calor”, expresa Álvaro Vásquez, ingeniero forestal e integrante del equipo.

La pendiente de las montañas es otra de las dificultades del proceso de restaurar esta zona, como lo explica María Claudia Díez, ingeniera forestal, docente de la Unal e integrante del proyecto.

“Hay zonas a las que aún no sabemos cómo vamos a llegar. Unas montañas tienen caminos en zigzag por los que han podido subir mulas, pero hay otras pendientes totalmente lisas”.

Por eso, la recursividad está a la orden del día, y el equipo ha destinado unas 3,5 hectáreas para ensayos en las que se prueban tratamientos, especies, métodos y lugares de siembra, uso de hidrorretenedor (gel que mantiene hidratadas las raíces) y diversas alternativas que faciliten la tarea de devolverle a estas montañas la vida que un día albergaron: la presencia de fauna se estimula con perchas para que las aves se posen y diseminen semillas y se han implementado sistemas de riego que aprovechan las aguas lluvia y las dosifican durante la sequía.

Partir de lo que hay

“No sembramos cualquier especie en cualquier lugar”, explicó Moreno. La selección parte del análisis del entorno y las coberturas vegetales, de entender si estas podrían recuperarse por sí mismas y de identificar las barreras que lo impedirían.

Juliet Contreras, ingeniera forestal e integrante del equipo, explicó que identificaron las zonas menos deterioradas y se propusieron conectarlas, con el fin de establecer corredores para atraer fauna y extender las áreas de bosque desde lo que ya hay .

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