El arranque del primer tranvía, con invitados especiales del barrio Buenos Aires y vecinos, fue de júbilo. Partió lento por la calle Ayacucho, lo despidieron con música, saltimbanquis y banderas.
A bordo viajaba Mery Lopera de Arboleda, cómodamente sentada y amplia de palabras. Como señora paisa tradicional no dejaba de hablar en voz alta. Lanzaba piropos a la belleza del coche, la máquina, sus colores y a la gente que la acompañaba.
En la medida que el coche avanzaba a uno y otro lado de la vía las personas se aglomeraban para aplaudir su paso y tomarle fotos con sus celulares. Todo fue fiesta y admiración en esta primera mañana tranviaria.
Dentro del coche, doña Mery se supo ganar la atención de quienes la acompañaban, pues hablaba con absoluta soltura de los tiempos en los que viajó en el viejo tranvía y ahora del honor que le hacían para que disfrutara del primer viaje del nuevo tranvía.
“Este es silencioso, el otro era ruidoso, porque iba sobre rieles. Este esta nuevecito. El otro ya estaba destartalado y viejo”, contó.
“No me olvido de las picardías de los muchachos, seguía conversando, que le ponían totes y papeletas en diciembre para que las ruedas metálicas los estallaran y los más traviesos le ponían tapas para que las machacara el tranvía y luego las echaban fraudulentamente en la urna que tenía el maquinista para recibir las monedas de cinco centavos que valía el pasaje y así viajaban gratis, engañando al conductor”.
La mujer toda la vida residió en el barrio Colón, centro de Medellín y fue usuaria de los tranvías de La América, Buenos Aires y, en especial el de Aranjuez, porque todos los lunes iba a la misa de San Nicolás a comprar los bizcochitos benditos que venden en ese templo que en esa época era un destino del turismo local y nacional.
Hoy se siente orgullosa porque es Vigía del Patrimonio de Medellín y del antiguo cementerio de San Lorenzo.
“Ahora los conductores tienen uniformes sencillos, los de antes eran impecables, con corbata y quepis, pero como los tranvías que al fin terminaron en unos cajones viejos, no tenían forma de voltear para cambiar de sentido, entonces el conductor cogía el manubrio y la cajita de vidrio con las monedas y cambiaba de sentido para iniciar un nuevo recorrido.
Al fin Mery se bajó en la última estación que fue asignada para concluir los viajes de prueba, en la iglesia de San José y se confundió con los centenares de patones que a esa hora caminaban por la avenida Oriental con Ayacucho y muchos se aglomeraron en esta esquina para observar el movimiento del primer tranvía.
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Otro veterano
Bernardo Aguirre, de 97 años, bastón en mano, también hizo parte del viaje inaugural. El viejo tranvía en el que montó por varios años cuando venía a Medellín desde su natal Concordia no lo olvida. “Era un cajón sin mayores comodidades y lleno de cuscas de cigarrillos que arrojaban los usuarios”.
“Cuando venía de Concordía llegamos a Medellín en tren a la estación Cisneros y nos montábamos en el tranvía para ir a la América o Belén”.
El primer viaje del tranvía también se convirtió o, al menos así lo esperan, en el fin de las dificultades para numerosos comerciantes y familias de la zona que se vieron afectadas por el tiempo de construcción y que ahora sueñan con nuevos tiempos.
Una de estas personas es la comerciante de Ayacucho Andrea Gil, que sentada en el coche, disfrutaba del nuevo barrio, las obras artísticas y las caras de felicidad de quienes lo veían pasar. “Excelente que esta obra sea una realidad y que, de nuevo, se reactive el comercio y vuelvan los clientes para que así paguemos culebras”, dijo.