George Clooney, director de cine

No solo soy una cara bonita

Por: Oswaldo Osorio


Cuando en Operación Monumento alguien felicita al personaje interpretado por George Clooney por un logro que obtuvo, este le responde: “No solo soy una cara bonita”. Y efectivamente, lo mismo se puede decir al considerar la carrera como director de quien  es -y esto en otros casos parecería contradictorio-  una de las principales estrellas y símbolos sexuales de Hollywood durante, al menos, las últimas dos décadas.

Son solo cinco películas, y aunque no mantiene una consistencia en las características y calidad entre todas ellas, sí ha conseguido lo suficiente como para considerarlo un director de respeto, con un par de grandes títulos, sin ningún proyecto que decepcione por completo y la promesa de que pueden venir mejores y más grandes cosas en su carrera tras la cámara.

Ciertamente esta carrera tenía que parecerse a su recorrido como actor, esto es, un trabajo definido por una saludable versatilidad que va desde comedias desenfadadas (sin ser tontas) hasta adustos y certeros dramas comprometidos políticamente. Y en todos ellos el mismo Clooney combinando su trabajo de director como actor, pero sin necesariamente verse tentado siempre por el rol protagónico.

Su ópera prima es Confesiones de una mente peligrosa (2002), un abigarrado relato en el que más o menos supo materializar las siempre elusivas realidades del sesudo guionista Charlie Kaufman. Pero es con su segunda película, Buenas noches, y buena suerte (2005), una limpia historia sobre la censura en la televisión durante los años cincuenta, con la que demuestra todo lo que se puede esperar de él: un sólido relato, sustentado en una premisa con una gran carga ideológica y, como sería de esperar, con un consistente y versátil trabajo de los actores.

Luego llega con Ella es el partido (2008), una juguetona historia sobre los inicio del fútbol americano, una cinta divertida, perspicaz y entretenida, justo como la imagen que proyecta George Clooney cuando hace de estrella de cine; para luego dejarse venir con Los idus de marzo (2011), un regio thriller político en el que se muestra implacable develando las sinuosidades de la siempre cuestionable ética de quienes están envueltos en la política, especialmente en tiempos de campaña.

De acuerdo con la lógica como ha venido construyendo esta aún corta carrera de cineasta, lo que seguiría sería otra historia más ligera en su tema y tratamiento, que son justamente las características de esta última película, Operación Monumento (2013), la cual cuenta la historia de aquel destacamento de soldados durante la Segunda Guerra Mundial que fuera encargado de recuperar las miles de obras de arte robadas sistemáticamente por los nazis en toda Europa.

Se trata más de una “película de actores” en términos del deleite que se pueda obtener de ella, pues la trama no dice nada más allá de la anécdota descrita antes y la apuesta principal fue hecha por la variedad y el colorido del grupo de soldados encargados de la misión, así como de las relaciones que establecen entre sí y su entregada pasión por el arte y lo que este representa: la historia y el más noble espíritu de la humanidad.

No se trata tampoco de un gran director que pasará a la historia, incluso como actor lo más probables es que la posteridad lo recuerde vagamente como ahora recordamos a Glenn Ford o Rock Hudson, por ejemplo, pero se agradece cuando una estrella de Hollywood hace algo más que interpretar al mismo personaje una película tras otra, como ocurre tal vez con un Tom Cruise o un Nicholas Cage; sino que, además de tratar de variar su registro en distintos proyectos, también tenga la capacidad de hacer sus propias películas y, de cuando en cuando, sacar un buen título que incluso llegue a recordarse más que su nombre.

Philomena, de Stephen Frears

Dos actores trabajando

Por: Mauricio Monsalve


No soy muy dado a memorizar nombres de actores. Para mí es más fácil identificarlos como el de tal y tal película, que también trabajó en tal (siempre me ha parecido poco digno decir que un buen actor ‘trabajó’ en una película. El trabajo sí es deshonra. Un actor actúa y si hace una actuación portentosa podemos decir que encarnó a determinado personaje). Este desinterés por llenarme de datos útiles para programas de concurso o para entretenidas conversaciones con cinéfilos, cede terreno cuando el actor encarna de verdad varios personajes memorables, como es el caso de Steve Coogan en 24 hours party people y en Philomena.

De esta última película es que quiero hablarles. De nuevo la dupla Stephen Frears – Judy Dench exhibe sin pudores esa profunda y contenida afectividad británica. La primera vez fue en el magistral drama nudista musical Mrs. Henderson presenta, en el que los caprichos de una viuda adinerada sirven para cuestionar cómo la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX ve con más naturalidad que sus jóvenes maten y mueran en la guerra, que el descubrimiento y la vivencia de su propia sexualidad.

La sexualidad y la visión pecaminosa y pacata que de ella ha tenido la sociedad del Reino Unido es un tema recurrente en el cine de Stephen Frears, pero que siempre muestra nuevas vestiduras y contextos. De la viuda opulenta y recorrida, la señora Dench salta a la mujer de escasa cultura -entendida ésta como conocimiento enciclopédico, e incluso malicia- pero profundamente sabia, indefensa frente a una iglesia dispuesta a torturar y a vender a sus ovejas, siempre y cuando alguien pague el precio adecuado.

El pecado como redención, la renuncia como castigo y la fe como un absurdo, son ideas bellamente expresadas en una narración que se desliza sin esfuerzo en la marea del tiempo. No cabe duda de que son los personajes quienes hablan, no los prejuicios o las preocupaciones del director o el guionista, tan difíciles de contener cuando de temas álgidos se trata. Philomena tiene un guion bien construido, sustentado en soberbias actuaciones y comunicado con imágenes sencillas, significativas y hermosas, siempre al servicio de la historia.

No es nueva la movida de hacer convivir a dos personajes que se conocen por situaciones extremadamente excepcionales y que de otra manera no pasarían voluntariamente juntos ni una fila en el supermercado. Paradójicamente, el factor disociador de estas diferencias pierde su poder mientras más profundas se hacen. Cuando cada quien se asume en su diferencia, en su singularidad, aparece la verdadera comunicación, no se calla nada para evitar desagradar, ni se dice nada solo para agradar. Se renuncia a la intención de convencer, de persuadir o disuadir y simplemente se acepta que el otro es como es. Se le deja ser.

Dejemos aquí para no caer en la tentación de los ‘spoilers’. Dense ese regalo, vean Philomena y comprueben por qué Judy Dench está justamente nominada al Oscar a mejor actriz.

La gran aventura Lego, de Phil Lord y Christopher Miller

¡Todo es increible!

Por: Oswaldo Osorio


Aunque todo pareciera indicarlo, no necesariamente esta es una película infantil, al contrario, es probable que la disfrute más el público joven y adulto, no solo por los alcances de su historia y el particular tono de humor que maneja, sino porque en parte parece haber sido pensada para alimentar la nostalgia del popular juguete y sus ya icónicas piezas y figuras. Además, es una de esas películas que, sin ninguna inhibición y con mucho ingenio, también es un gran anuncio publicitario de la conocida marca y producto.

Y es que hay muchos e interesantes títulos que apelan a la estética y procedimientos de las películas infantiles animadas para manejar contenidos y narrativas para adultos. El gato Fritz (1972), Heavy Metal (1981), Beavis and Butt-Head do America (1996), South Park, la película (1997) o Team America: La policía del mundo (2004) son algunos buenos ejemplos, por no mencionar lo que se ha hecho desde el anime que es todo un universo aparte.

La gran aventura Lego (The LEGO Movie, 2014) parte de un esquema argumental muy conocido. La profecía de que un hombre ordinario se convertirá en el elegido que salvará al mundo se ha visto desde la Biblia hasta Matrix, pero esto no evita que se vea como un atractivo y original relato por la forma en que está contado, pues la historia se mueve dentro de los parámetros de la comedia de acción y, hacia el final, presenta un significativo giro argumental que hace olvidar el esquema inicial y le da peso y hondura a la idea central que propone el filme.

Esta idea se refiere al conflicto entre la imperativa directriz de seguir las reglas para mantener el mundo en orden y la posibilidad de salirse del molde y renegar de la uniformidad a la que está sometida la vida cotidiana y la sociedad, con lo cual se le abre espacio a la libertad, la creatividad y la identidad individual. Se trata de un potente concepto que es disimulado por tratarse de figuritas Lego y por la constante presencia de chistes visuales y verbales, sin que necesariamente le quite su fuerza de fondo, la cual es potenciada al final cuando, de forma inteligente, enfatizan la premisa con el mencionado y sorpresivo giro.

Si el espectador no sucumbe a la innecesaria indignación a causa de lo que podría verse como el gigante anuncio publicitario del producto de una gran corporación, podrá disfrutar de una película inteligente en su planteamiento y original en su concepción visual, que le exigirá estar alerta a todos los referentes de la cultura popular que usa para crear su humor (los relacionados con Batman son los mejores), e incluso para cuestionar la sociedad actual, como la cancioncita pop que todo el mundo canta o el programa televisivo que nadie se pierde aunque siempre sea igual.

De manera que estamos ante una película que parece para niños menores de siete años, por su tema y afiche, pero que en realidad se trata de un elaborado relato que se vale de unos referentes culturales y un humor agudo e ingenioso para desarrollar una historia divertida y entretenida, pero que de fondo también puede decir algo significativo a todo tipo de público.

El último viaje a Las Vegas, de Jon Turteltaub

O del cine crepuscular

Por. Oswaldo Osorio


No puede ser casualidad. Sin duda alguna estamos siendo testigos en los últimos años de una cierta tendencia en el cine de Hollywood conformada por películas en las que, como negándose a caducar a causa de la edad, grandes estrellas que ya pasan los sesenta años protagonizan comedias o cintas de acción que les permite un “último aire” de vida, mostrar sus reservas de vitalidad y, necesariamente, reflexionar (y burlarse) de las adversidades propias de la vejez.

Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo dice que un viejo es un hombre “desacreditado por el paso del tiempo y ofensivo para el gusto popular”, lo cual es prácticamente la muerte para una estrella de Hollywood (que no necesariamente para un gran actor) que ha vivido, justamente, de mantenerse actual ante la luz de los reflectores y buscando la anuencia del gran público.

El último viaje a Las Vegas (Last Vegas, 2013), viene a sumarse a otras películas recientes que harían parte de esta tendencia: el regreso al ring de boxeo de Stallone y De Niro con La gran revancha (2013); la divertida Tipos legales (2012), con Al Pacino, Crhistopher Walken y Alan Arkin; Los indestructibles 1 y 2 (2010, 2012), esa soñada colección de héroes del cine de acción dirigida por Stallone; RED 1 y 2 (2010, 2013), una doble entrega que mezcla acción, humor y espionaje; Antes de partir (2007) con Morgan Freeman y Jack Nocholson desahuciados y tachando locuras de una lista; entre muchas otras.

Aunque parece estar de moda el asunto, tampoco es que sea algo nuevo, pues hay algunos ejemplos esparcidos en el tiempo, como la popular Cocoon (1985, 1988), en la que un grupo de viejos revitalizan su cuerpo por vía de un elixir alienígena; o la última película del gran Billy Wilder: Buddy Buddy (1981), con los ya achacosos pero aún geniales Jack Lemmon y Walter Matthau.

Pero claro, los únicos que parecen tener derecho a estas últimas oportunidades son los hombres, porque como reza aquella idea que dice que Hollywood mastica y escupe a la gente, con las actrices esta ley es mucho más implacable. Exceptuando los papeles de carácter o casos únicos como el de Meryl Streep, las mujeres son desechadas con mayor facilidad y más rápidamente por la industria. De hecho, existe un documental titulado Buscando a Debra Winger (2002), en el que la también actriz Rosanna Arquette reflexiona y cuestiona la situación de las actrices que en Hollywood sobrepasan los cuarenta años, quienes dejan de ser requeridas para grandes o importantes proyectos y terminan en trabajos menores o en un retiro forzoso.

El último viaje a Las Vegas reúne a Michael Douglas (69), Robert De Niro (70), Morgan Freeman (74) y Kevin Kline (67), cuatro amigos de toda la vida que van a Las Vegas a la despedida de soltero de uno de ellos. En este cuarteto están algunas de las posibles versiones de la vejez: el viudo cascarrabias, el amenazado por las dolencias de salud, el eterno casado y el eterno soltero. A partir de estas situaciones el guion construye la personalidad de cada uno y las relaciones entre sí, pero sobre todo, las usa para comentar ese momento de la vida en que casi todo está condicionado por la edad.

Pero si bien es una cinta que dice unas cuantas cosas lúcidas -que no necesariamente profundas- sobre la vejez, lo que más se destaca en ella es su capacidad para burlarse de ella (y de ellos). Porque ni la historia ni estos cuatro actores le tienen miedo a la vejez, todo lo contrario, hacen de ella un motivo de reflexión, pero principalmente, la fuente de un humor, si bien a veces predecible, la más de las veces ingenioso y entretenido.

La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche

Un diario íntimo

Por: Oswaldo Osorio


Si el cine es como la vida, con películas como ésta cada vez está más cerca de la vida misma. Aunque históricamente el cinematógrafo ha sido artificio e ilusión (aun cuando toca temas realistas) hay una tendencia, acentuada en el cine contemporáneo, que ha optado por un realismo y naturalidad, tanto en la puesta en escena como en la fotografía, que ha acercado más al cine al mundo real tal cual como lo conocemos y lo percibimos. Un perfecto ejemplo de esto es esta cinta, con sus tres horas de duración, sus largas y explícitas escenas de sexo y un relato más interesado en dar cuenta de situaciones y emociones que de contar una historia con todos los giros y artimañas de la narrativa convencional.

Adèle es una colegiala a quien le cambia la vida cuando conoce a Emma, una estudiante de artes solo un poco mayor que ella. Ese cambio lo registra la película de manera intensiva y extensiva, cuando en su larguísimo metraje se puede ver no solo su paso de la adolescencia a la madurez, sino también su despertar a la verdadera sexualidad y a la vida sentimental. Es como ver todo el proceso de una oruga salir de su capullo y convertirse en una bella mariposa, aunque una mariposa triste.

La vida de Adèle (La vie d’Adèle, 2013) es por eso un diario íntimo y minucioso, logrado a partir de esa fascinante cercanía que el director consigue con el personaje y la actriz, que se funden en una sola (tanto que el primero terminó siendo rebautizado con el nombre de la segunda). Solo de esta manera fue posible experimentar por parte del espectador con tal fuerza y empatía el viaje de esta joven por la vida, las relaciones con quienes la rodeaban y su encuentro con el amor y la sexualidad. L

Y este viaje lo que tiene de certero y entrañable también lo tiene de intenso y dramático, porque así como Adèle descubre la inmensidad y lo maravilloso del sexo y el amor (independientemente de que sea heterosexual u homosexual), también tiene la oportunidad de experimentar la honda tristeza del desamor.

Y es que esta no es tanto una película sobre el sexo y la homosexualidad, como en su predilección por lo escandaloso podrían verla muchas personas y medios, más bien es una historia sobre el despertar sexual y sentimental de una mujer, así como una experiencia íntima y emotiva por vía del amor y el desamor, sentimientos transmitidos con efusiva y dolorosa exactitud gracias a la sensible mirada y al talento de este cineasta.

El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese

Los excesos sin sustancia

Por: Oswaldo Osorio


Esta última película del tándem Scorsese-DiCaprio es un proyecto monumental y muy llamativo, sin duda, no obstante, si se miran más detenidamente sus componentes, esa grandeza parece conseguida más por acumulación de elementos que por la sólida construcción de un trabajo de las grandes proporciones que parece.

Lo primero que hay que separar para definir mejor este filme es esa colaboración entre el director y el actor. Es su quinto trabajo juntos, pero es posible identificar cuál proyecto es de quién, y eso lo determina todo. Por ejemplo, Pandillas de Nueva York (2002) es de Scorsese (se puede inferir por el universo que construye, la violencia y sus implicaciones morales), mientras que El aviador (2004) es una proyecto de DiCaprio, porque es una historia ajena al estilo del director y hecha para el lucimiento del protagonista. Las películas del actor buscan más el atractivo general de la historia y el cine de género.

El lobo de Wal Street (The Wolf of Wall Street, 2013) es una película de Leonardo DiCaprio, quien al parecer tuvo que convencer al director para que la hiciera, y es comprensible las reservas de Scorsese con este proyecto, porque se trataba de una historia muy parecida a dos de sus películas más conocidas (Casino, 1995, pero sobre todo Buenos muchachos, 1990), con lo cual parecería estarse repitiendo.

De hecho, mientras avanza esta historia sobre un corredor de bolsa que fraudulenta y meteóricamente se hace millonario, es inevitable pensar en los dos gangsters que protagonizaron las películas de Scorsese y el necesario esquema de ascenso y caída que definía sus vidas y esos relatos. Claro, se podría decir que no es necesario conocer las dos anteriores para disfrutar la tercera, y eso en parte es cierto, porque se trata de un filme visceral y muy entretenido, pero también es verdad que conociendo las dos de Scorsese se puede identificar lo que le falta a esta.

Y lo que le falta es sustancia, es decir, ese peso que tiene la historia y sus personajes debido a la carga moral y hasta espiritual -incluso al componente de violencia- que tienen las películas de este director. Aún así, no se puede negar el ímpetu y magistral pulso con que está contada esta película. Son tres horas de un relato taquicardia en que son usados esos enfáticos recursos visuales y narrativos que se le conocen a Scorsese, pero que incluso aquí están más afinados y son más sofisticados.

Sin embargo, este despliegue visual y narrativo, esa eficacia en la puesta en escena que tiene siempre en el centro al eficaz trabajo de Leonardo DiCaprio, lo cual está en función de hacer un retrato de esa Sodoma moderna, amoral y llena de excesos, todo eso se queda en la simple anécdota y en el lucimiento cinematográfico cuando se trata de buscar en ella algo de fondo, ya sea en una mayor hondura y complejidad en los personajes o en las reflexiones o cuestionamientos que pudo haber hecho sobre el estilo de vida, la visión del mundo o los conflictos internos de estos hombres.

Escándalo americano, de David O. Russell

De la trama, los personajes y las pelucas

Por: Oswaldo Osorio

Las películas sobre estafadores muchas veces dejan un mal sabor, pues tienden a ser chicles argumentales que entretienen un buen rato con esos giros donde cualquier cosa puede suceder, pero todo termina en mero jugueteo de la trama para despistar al espectador y sorprenderlo al final. Solo eventualmente estas historias consiguen cierta densidad gracias a la construcción de personajes y a los dilemas éticos a los que son sometidos. Esta película tiene un poco de lo uno y de lo otro, un término medio que en buena parte explica su favoritismo en los premios de la Academia.

La película está dirigida por David, O. Russell, un cineasta un poco sobrevalorado en la actualidad, todo gracias a ese punto medio que le permite obtener premios populares como los Oscar y, además, conseguir éxitos de taquilla. Pero en realidad tiene una irregular filmografía compuesta por interesantes comedias como Flirteando con el desastre (1996), o dudosas cintas de acción como Tres reyes (1999) y edificantes historias como El luchador (2010) o Los juegos del destino (2012). No se identifica en él un estilo o universo definidos, ni tampoco una especial concepción en lo visual o lo narrativo. Es en esencia un director de películas hechas muy funcionalmente.

Todo el filme está articulado sobre una trama más o menos convencional de estafadores, la cual consigue alguna mayor intensidad cuando la estafa llega al mundo de la política y la mafia. Pero en general esa trama es el mayor lastre de la película, por su fragilidad en la verosimilitud de los giros y situaciones y por la forma tan dispersa como está narrada, con unos momentos verdaderamente muertos o confusos y otros cargados de fuerza y connotaciones. Un indicio de lo poco seguro que Russell se sentía de su relato, es el uso de ese artificio narrativo en que se empieza la historia con una intensa escena que va más adelante en el argumento y que sirve de gancho para iniciar con algo interesante.

Por otro lado, lo que siempre ha tenido un especial atractivo en las películas de este director es la concepción de sus personajes y lo que consigue con sus actores. Aunque no necesariamente este atractivo es por virtud, pues a veces, como ocurre por momentos en este caso, es más por algunos artificios y excesos tanto del rol como de la interpretación. En esta cinta hay de todo un poco, desde la fuerza y calidez que consigue un Jeremy Renner haciendo de alcalde, hasta lo caricaturesca que eventualmente se antoja Jennifer Lawrence encarnando a la esposa vulgar. Y claro, el estilo extravagante de la moda y los peinados de finales de los setenta ayuda, y a esto se suman las transformaciones por el maquillaje, en especial la de Christian Bale.

Pero no todo es dudas sobre la consistencia o los artificios que pueda o no tener esta película en su narración y personajes, porque es posible identificar de fondo la intensión de darles un trasfondo más sustancial: a la historia por vía de la exploración de la ética y los remordimientos de estos estafadores, lo cual marca sus límites morales; y a los personajes introduciendo un conflicto con el asunto de la identidad y sus angustias e incertidumbres por los contantes cambios de personalidad. No son estos dos aspectos el centro del relato, pero ayudan a dimensionarlo y darle más relevancia, pues la película lo necesita, porque en apariencia todo parece reducirse a una trama sin mucha importancia, acentos en la actuación, mucho maquillaje y pelucas.

El juego de Ender, de Gavin Hood

El niño comandante

Por: Íñigo Montoya


Parece otra película de ciencia ficción bajo el esquema de la guerra de los mundos, es decir, la tierra luchando por su supervivencia contra alienígenas que se quieren apoderar del planeta y destruir la raza humana. Y bueno, en esencia este es su planteamiento argumental, pero se trata de una historia que intenta proponer mucho más que eso al poner el énfasis de su conflicto en las dudas y problemas de su protagonista.

Basada en un libro de Orson Scott Card, esta cinta propone como base e hilo conductor de todo el relato la construcción y evolución del personaje de Ender Wiggin, un adolescente que es reclutado por el ejército, dadas sus aptitudes y personalidad, como su gran esperanza para combatir la invasión alienígena.

De manera que las confrontaciones a lo largo de la película no son contra los extraterrestres (ni siquiera la final), sino contra los adversarios de Ender durante su entrenamiento y, más aún, contra los propios problemas de carácter e identidad que se le puedan presentar a este joven que es tratado como adulto.

Por esta razón, todo el relato divaga mucho por las casi melodramáticas situaciones que el protagonista tiene que afrontar contra sí mismo y contra su entorno, haciendo de la historia un asunto un tanto tedioso, porque esos conflictos no alcanzan a conectar mucho con el espectador, entre otras cosas, porque no es fácil identificarse con el protagonista.

Se trata de una película con una propuesta visual y reparto muy atractivos, y todo parece estar dado para hacer de ella una entretenida cinta de acción, aventura y ciencia ficción, pero al decidirse por los conflictos internos del protagonista, el contraste se hace evidente: todo ese escenario y situación dispuestos para la acción, se ven enfrentados a un drama adolescente expresado casi siempre con diálogos.

Y no es que esté pidiendo que todas las películas de ciencia ficción e invasiones alienígenas sean una explosión de acción y efectos especiales, pero sí que ese drama interno que proponían fuera más interesante para el espectador, o que por lo menos hubiera un mejor equilibrio entre la acción y la no acción.

La increíble vida de Walter Mitty, de Ben Stiller

La transformación de un hombre gris

Por: Oswaldo Osorio


Otra película con Ben Stiller haciendo de tonto pusilánime que se supera a sí mismo al final de la historia. Esta es una afirmación cierta, pero solo si se quiere mirar y despachar esta producción con el facilismo de los prejuicios ante el cine comercial y aleccionador. Es verdad que se trata de una película que, en general, tiene estas características, pero también es cierto que esto lo consiguen con algo de ingenio, encanto y un acertado manejo de los recursos cinematográficos.

Walter Mitty es como “un papel gris” que luego se transforma en alguien como si “Indiana Jones fuera vocalista de The Strokes”. Es una gran transformación, y esto es el asunto central de toda la película. Además, justo en eso está lo aleccionador de la historia, tanto que, si se mira a la ligera, podría verse como uno de tantos cuentos de auto superación.

Pero no es solo un cuento de superación, porque si bien es un personaje y una historia bastante digeribles y complacientes para el gran público, no consiguen esto de forma facilista, pues todo está sostenido en un guion bien armado que respalda la verosimilitud de la historia, lo cual en este caso es una condición fundamental, tanto por el juego entre la realidad y la fantasía que en principio propone la trama como por la “increíble” transformación del personaje central.

Esta transformación y verosimilitud se le presenta al espectador con un gran sentido narrativo y apoyado en diversos recursos: la música, los efectos especiales, la relación entre la realidad y el mundo soñado por el protagonista y los detalles que van encajando poco a poco a lo largo de la historia. La secuencia del gris oficinista que salta a un helicóptero conducido por un piloto ebrio mientras suena Space Odity, de David Bowie, es el mejor ejemplo de esto. Incluso gracias a esta conjunción de elementos consigue superar en muchos sentidos la versión original, dirigida por Norman Z. McLeod en 19447.

De fondo hay dos asuntos universales que mueven a la historia y al personaje: primero que todo, el amor como el motor esencial de las decisiones y la transformación de este hombre, y por otro lado, la contraposición entre el opresivo mundo laboral y corporativo y la liberadora idea de atreverse a vivir la vida y conocer el mudo. El primer asunto es el que resulta más emotivo y convincente de toda la historia y el segundo es el que le da ese matiz aleccionador y de auto superación.

En todo caso, si bien estamos ante una película edificante y algo complaciente, esto está planteado de forma honesta, algo simple y predecible, pero también en esencia resulta emotiva, divertida e ingeniosa.