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El mensaje que siempre reitera monseñor Rubén Darío Jaramillo, obispo de Buenaventura, es que “en el puerto todos estamos expuestos a la violencia”.
Llegó hace tres años y ocho meses al principal puerto marítimo de Colombia, que tan solo en café movilizó el año pasado 7 millones de sacos por la Sociedad Portuaria de Buenaventura, correspondientes al 70 % de carga de café de todo el país.
Ubicada en el mar Pacífico, Buenaventura también tiene altos índices de asesinatos y desplazamientos. En el mes de enero de 2021 asesinaron a 22 personas, según Indepaz, lo que llevó a su comunidad a unirse en la campaña por redes sociales #SOSBuenaventura.
En diálogo con EL COLOMBIANO, monseñor Jaramillo habló sobre las recientes amenazas que ha recibido en su contra, las bandas que azotan la zona y sobre cómo puede apoyarse el resurgimiento de Buenaventura.
“Salió un escrito en Facebook en el que decían que iba a haber bala, bombas, y que el primero que iba a caer era el obispo. Me dijeron que no vaya a zonas rurales, y a zonas como Muro Yusti, Punta del Este, Pampalinda y Antonio Nariño. Esta vez han sucedido varias cosas, la gente me comienza a decir que no vaya a tal barrio”.
“Acompaño a la comunidad en todos los lugares. En los barrios he estado con la gente. Todos hemos hecho una obra social muy fuerte en la alimentación, llevamos comida y vivienda a los pobres. Termino ayudando a campesinos, dando esperanza a toda esta gente”.
“Fue en junio del año pasado, a través de una persona que se acercó a un sacerdote para avisarle que le habían ofrecido un dinero para matar al obispo de Buenaventura; que unos tipos en camioneta se lo ofrecieron. Unos poderosos estaban ofreciendo dinero porque yo les resultaba incómodo que porque estaba hablando mucho. Pero lo que sufre el obispo es el 10 por ciento de lo que realmente la gente está viviendo y sufriendo en sus casas”.
¿Cree que se debieron a algo en particular?
“En ese momento hubo otro pico de violencia, había casas de pique; y además estábamos hablando de la corrupción que se había manifestado en todas sus formas, y cómo se había tomado una decisión de combatir a las bandas criminales”.
“En la zona de esteros (zonas pantanosas cercanas al mar), especialmente en el barrio Antonio Nariño. En esa punta hay unas zonas alejadas que terminan en estero. En otras zonas del barrio San Francisco también.
La gente nos contaba que el que entraba, no salía si no era de la zona; y lo iban a buscar y no permitían que alguien extraño fuera. Ya estaban desapareciendo a la gente, picando y enterrando allá mismo”.
“Había familias que me decían que estaba pasando eso”.
“Inicialmente, me pusieron un carro blindado con chaleco antibalas. Además, un hombre de la Unidad Nacional de Protección (UNP) y otro de la Policía. Durante unos cuatro meses estuvieron conmigo, luego me retiraron esa protección, aunque al Policía sí me lo dejaron”.
“Yo siempre he estado con la gente, he seguido haciendo la misión, nunca he parado, nunca he dejado de hacerla”.
“Claro, muchas. Se acercan a decir que llevan días desaparecidos sus familiares, que los ayude a rescatarlos”.
“Nunca, yo con ellos no he tenido contacto directo. Con grupos sí me he encontrado de visita, en ciertos momentos en veredas; por ejemplo, me encontré con el Ejército de Liberación Nacional (Eln).
Es que una banda no está en un punto especial, son bandas que tienen todos los lugares repartidos, en los barrios, en las esquinas. Cuando ellos van a hacer algo, se juntan; hacen unas llamadas e inmediatamente todos aparecen en motos o armados. Casi que es una presencia contundente la de ellos, más que la del Estado, y es ahí donde nos preocupa porque es gente muy organizada”.
“Normalmente, es por la acomodación de bandas. Ellas tienen zonas, una domina unas comunas, y la otra tiene otras. Cuando se presentan estos conflictos es porque unos quieren adueñarse de zonas económicamente muy importantes para los otros, les quieren quitar el territorio y lo hacen a sangre y fuego.
Estas retaliaciones traen una serie de muertos y en el medio está la población viviendo una guerra, y las autoridades como que no se dan cuenta de lo que está pasando. Ese es el grito que estamos colocando: miren, miren que estamos ante unos criminales terribles”.
“Aquí antes había dos bandas delincuenciales llamadas ‘La Local’ y ‘La Empresa’. Se dice que los de ‘La Local’, por toda la acción de la Policía, los han ido cogiendo y están en la cárcel. ‘La Local’ se subdividió en ‘Los Chotas’ y ‘Los Espartanos’, y algunos de ‘La Empresa’ se pasaron para esos bandos. En el fondo, son los mismos pero con otros nombres.
‘Los Espartanos’ están en las comunas 1, 2, 5 y 8; y ‘Los Chotas’ están en las comunas 9, 10, 11 y 12”.
“Solo por pasar a otro barrio ya se puede ser objeto de atentados; incluso, matan si no los reconocen como sus aliados”.
“Los jefes de los grupos están asustados, se dice que algunos se han ido de la ciudad porque saben que la Policía los está capturando; otros están escondidos, pero ellos siguen actuando en silencio, más calladitos y con toda la contundencia de antes.
Ellos esperan un poco a que la Policía se vaya. Esto es un círculo vicioso de volver en unos años o meses a que haya un pico de violencia y nosotros tener que poner un grito en el cielo.
Esto es un problema estructural, que hay que transformar con una intervención, y la ruta ya la tenemos, y es que cumplan los compromisos del paro cívico de 2017, donde el Gobierno sabe qué es lo que tiene que hacer, pero todo en diálogo con las comunidades de acá”.
“Hay maneras de crear cadenas productivas para que la gente del campo siembre sus tierras, pero es más fácil ampliar la vía Loboguerrero - Cisneros para que las tractomulas diarias salgan de Buenaventura. Mejorar esa vía es un negocio muy bueno para el Gobierno; pero el campesino para ellos es un gasto”.