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El presidente que no fue, el libro sobre Gabriel Turbay Abunader

El libro de Olga L. Gónzalez pone el foco en la vida y relevancia política de Gabriel Turbay, el liberal que fue eclipsado por la meteórica carrera de Jorge Eliécer Gaitán. Le contamos.

  • Gabriel Turbay fue un médico y político de ascendencia libanesa. A pesar de ser uno de los protagonistas de la república liberal, quedó en el olvido tras perder las elecciones de 1946. FOTO Carlos Rodríguez “Fotoreporter”.
    Gabriel Turbay fue un médico y político de ascendencia libanesa. A pesar de ser uno de los protagonistas de la república liberal, quedó en el olvido tras perder las elecciones de 1946. FOTO Carlos Rodríguez “Fotoreporter”.
hace 4 horas
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Por Ricardo Gómez Giraldo*

La historia conocida del siglo XX parece aún incompleta y, quizás, tiene más sesgos de los que creemos. Esto es lo que viene a decirnos Olga L. González en su reciente libro, con el cual se abre una versión nueva o por lo menos una más completa, de lo que conocemos como la República Liberal (1930 – 1946).

El presidente que no fue. La historia silenciada de Gabriel Turbay, (Universidad de los Andes, 2025), es un libro riguroso, de prolífica documentación, que combina la historia con la sociología para darle la importancia debida a un protagonista, Gabriel Turbay, y contarnos una versión diferente de la que prevalece entre académicos y ciudadanos en general.

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El trabajo aterriza el Mito Gaitán y hace críticas documentadas a protagonistas que poco se hicieron en su momento y le da la dimensión merecida a un hombre modernizador y popular, Gabriel Turbay, quien, por razones asociadas al Mito y su capacidad de hacerse auto propaganda, por la misma tragedia de su magnicidio un 9 de abril –y la consecuente reacción del bogotazo–, y por la manera en que algunos impusieron su relato de aquellos años, ha quedado en el olvido, en la nebulosa del pasado.

Gabriel Turbay (quien no tuvo ningún parentesco con el posterior presidente, Julio César Turbay Ayala, 1978-1982), tuvo la desgracia de morir en 1947, el año inmediatamente siguiente de haber perdido las elecciones (muerte que solo mereció 6 o 7 palabras, en paréntesis, en el profuso libro) y no tuvo su propio periódico, como si lo tuvieron López, Santos, Gaitán y Laureano. Por lo tanto, no pudo defender su papel en la puja por el protagonismo nacional. Hasta la publicación del libro de González, su protagonista era apenas una nota al pie de página en nuestra historiografía.

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La obra resalta aportes del protagonista a la evolución nacional de finales de la primera mitad del siglo XX: fue un líder fundamental en la victoria de la campaña de Olaya Herrera, lo que significó el inicio de la República Liberal; y, como ministro de su Gobierno, con apenas 32 años, creó la cédula de ciudadanía (se llamó cédula electoral en ese momento) y en muy corto tiempo, ceduló 1,2 millones de colombianos, lo cual les dio más transparencia y legitimidad a las elecciones posteriores. En el mismo cargo se dedicó a mejorar las condiciones de las prisiones, creó el Registro Civil (antes monopolio de la Iglesia), amplió los derechos de las mujeres, estableció un sistema de seguimiento a la productividad de los jueces, estableció una primera versión de la carrera judicial, entre otras.

El trabajo de González destaca su desempeño como embajador y como ministro de Relaciones Exteriores, cargos desde los cuales siempre se opuso al fascismo y fue reconocido como un diplomático líder de las américas, con gestiones precursoras de lo que luego fue el sistema interamericano. También lideró desde el congreso y otros cargos la renegociación del Concordato, tema casi tabú por las condiciones históricas y sociales de la época.

Además de lo anterior, a mi juicio hay, por lo menos, otras dos cosas destacables del libro. En primer lugar, la extraordinaria documentación que hace de la persecución racista (¡!) de la que fue víctima Gabriel Turbay y que lo llevó finalmente (entre otras circunstancias, como el elitismo del grupo social al mando y unos juegos políticos inimaginables para quienes no conocen el juego) a perder la elección presidencial de 1946. El trabajo, en todo caso, no ausculta otras posibles razones que llevaron a López Pumarejo a sabotear a Gabriel Turbay: ¿aquel estaría interesado en un pacto de paz con los conservadores para frenar la violencia que ya para 1945 era abrumadora?

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La autora desnuda una realidad de la que no se habla sobre nuestro pasado, la persecución a un líder político, su destrucción moral, simplemente porque sus padres nacieron en el Líbano. Esta sección es un aporte notorio a la historiografía colombiana sobre una página vergonzosa de nuestra historia.

Otro aporte, igualmente bien documentado y contundente, es la rigurosidad con que la autora responde a una pregunta necesaria, que le da sentido a su trabajo: si la huella de este hombre llegó a ser tan importante, ¿por qué nos es tan desconocida?

González responde con dos hallazgos interesantes y valientes: el primero una crítica a quienes quedaron dueños de la narrativa, bien porque eran los propietarios de los medios de comunicación, al tiempo que los protagonistas sociales y políticos del resto del siglo XX o, bien porque fueron víctimas del 9 de abril de 1948; ¡todos a una!, como en Fuenteovejuna, les era funcional olvidarlo, cada uno por su propio interés.

La segunda respuesta, la encuentra la autora en su análisis crítico de diversos trabajos historiográficos (el que hacen los historiadores) en el que encuentra por lo menos 27 errores (la cuenta es mía) de autores de los últimos 70 años. En general, arguye González, hasta las vacas sagradas de la disciplina histórica e incluso varios queridos colombianólogos (extranjeros expertos en la historia de Colombia), cometieron errores, algunos imperdonables, con los hechos de la época: desde equívocos en fechas y resultados electorales, hasta repetir clichés como que Turbay era “parte de la oligarquía de su partido” o que fue designado como candidato presidencial “a puerta cerrada” (ambas cosas muy contrarias a la realidad, como lo demuestra el trabajo), o, simplemente, asumir como cierta la versión de quienes, desde el punto de vista puramente político, les convenía ensuciar u olvidar la imagen de Gabriel Turbay.

El libro de González se vuelve indispensable para comprender las verdaderas circunstancias sociales y políticas del momento, para darle el lugar que merecen los olvidados y, como no, para repensar sobre la debilidad de ciertos héroes y mártires. En fin, para poner a cada uno más cerca de su justo lugar.

*Rector de la Corporación Universitaria Iberoamericana.

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