Subida en una enorme grúa de colores, Ledania dibuja a pulso sus imágenes en aerosol. Dice que aproximadamente el 80 por ciento de las creaciones que plasma en los muros son improvisaciones y cuesta creerle por el nivel de precisión con el que su obra parece unirse mientras se acerca al final.
No hay que confundirlo con empirismo, porque ella lleva toda una vida conectada con el arte. Dice que fue gracias a su papá, quien la llevaba a museos desde pequeña, así el hecho de visitarlos no le gustara mucho al principio.
Ledania, cuyo nombre de pila es Diana Ordóñez, recuerda que acogió ese seudónimo inspirada por un cuadro que se le quedó grabado en uno de esos paseos por los pasillos de cuando tenía cinco años: El Rapto de Leda.
La imagen inspirada en la mitología griega se refiere a Leda, una mujer que fue seducida por Zeus, quien se había transformado en cisne para conquistarla. Ese animal fue inicialmente la insignia que ella uso para identificarse como artista, pero poco a poco ha ido mutando y ahora el ícono que la identifica es un pollo que dibuja con orgullo.
De pinceles a latas
Ledania no siempre fue grafitera o muralista, de hecho soñaba con hacer fine art y ser una de esas artistas que exponen sus piezas en galerías. Estudió Artes Visuales y era muy buena, lograba plasmar lo que veía de manera muy puntual, cada detalle era preciso y realista. Pero algo no encajaba, así que poco a poco sus ilustraciones fueron cambiando y pasaron de ser dibujos en grafito o lápiz a cobrar más colores y a expandir su formato.
En cierto punto logró finalmente llegar a exponer en esos espacios, pero lo curioso fue que se aburrió. Según ella, muchas veces quienes entran “se fijan en el negocio o en la fama del artista y no realmente en lo que vale la obra”.
La imagen de un pez dorado fue la primera en la que decidió no hacer realismo, se dio cuenta de que no era lo suyo. Empezó a pintar muros y se puso en contacto con el grafiti casi por casualidad. Se enamoró de ese instrumento, del aerosol, que a diferencia de los finos trazos con los que comenzó, le pintaban un mundo inmenso y perfecto para el horizonte de su imaginación.
Las paredes fueron los testigos de su habilidad para pintar más y más grande. Se familiarizó con los materiales de los muros, que si eran de cemento, de cal, de ladrillo y cuál era su nivel de absorción de la pintura. Con más obras llegaron los viajes y arrancó a hacer su arte en lugares ni imaginados.
Desarrolló la costumbre de investigar sobre cada sitio al que va y tiene un propósito, que su obra no ofenda al espacio que le abre las puertas. En cambio, que alegre a quienes lo vean.
Sus piezas de metros de extensión la han llevado por decenas de países. Uno de ellos fue Malasia, donde incluso fue la primera artista en exponer una obra hecha en aerosol durante una de las exposiciones más importantes del sudeste asiático. Además, allí además pintó los muros de una Facultad en la Universiti Malaya.
Grafitera entre grafiteros
En Indonesia, uno de esos países en los que ha podido dejar su trabajo, no hay mujeres que hagan grafiti y aún así, Ledania ha sido una de las pocas. Se pregunta, “¿cómo es posible que las mujeres del mundo estemos viviendo en un planeta regido por hombres?”.
No fue sencillo ganarse el respeto de muchos grafiteros hombres. No siempre creyeron en ella porque, entre otras cosas, arrancó estudiando artes y después sí salió a las calles y a muchos de ellos les sucedía al revés: empezaban en la calle y terminaban estudiando carreras afines.
De a pocos ha hecho valer su experiencia, pero desde un comienzo ha tenido clara una línea en su cabeza y la cumple a cabalidad tanto en su obra como en su vida: “O hago las cosas yo y soy fuerte, o nadie las va a hacer por mí”.