Aunque pretende ocultar el agotamiento, a Rodrigo Alonso Sánchez se le nota que ajusta tres días sin dormir. Sin embargo, no ha sido una vigilia tranquila: el silletero, vestido de carriel y sombrero, entra y sale de las habitaciones con paquetes atiborrados de flores, saluda a los turistas que se enfilan a su paso, sonríe para las fotos y estrecha las manos de viejos amigos.
En el hogar de los Sánchez, una finca en lo alto de la vereda San Ignacio del corregimiento de Santa Elena, se vive una fiesta entre los visitantes que se reúnen –en una suerte de ritual– a observar la construcción de las silletas en la noche previa al Desfile.
Rodrigo no tiene mucho tiempo para bailar o celebrar. Sujeta el bisturí, corta y pega las flores sobre el armatoste...
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