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“Pablo Escobar destruyó esta ciudad. Nosotros la reconstruimos en buena parte”: Alonso Salazar

Con motivo de los 350 años que cumplirá Medellín el próximo 2 de noviembre, EL COLOMBIANO habló con el escritor y exalcalde para entender cómo se dio esa gestión que recuperó a la ciudad y cómo cree que debe ser gobernada la ciudad en el futuro.

  • Alonso Salazar Jaramillo, periodista, escritor y exalcalde de Medellín. FOTO: EL COLOMBIANO
    Alonso Salazar Jaramillo, periodista, escritor y exalcalde de Medellín. FOTO: EL COLOMBIANO
Luz María Sierra

Directora de EL COLOMBIANO.

12 de octubre de 2025
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Alonso Salazar Jaramillo ha sido un personaje excepcional en la historia de Medellín en el último medio siglo. Si lo fuéramos a definir, tendríamos que denominarlo el testigo estrella de la ciudad.

Fue el primero en advertir la existencia de una generación que crecía en las comunas en medio de la desesperanza, con su libro “No nacimos pa’ semilla” (1990). Gracias en buena medida a él, y a la Corporación Región de la cual hacía parte, el Estado pudo entrar en esos barrios que, para ese momento, eran impenetrables.

Le dieron la llave a María Emma Mejía para que pusiera la cuota inicial de esa transformación de la ciudad desde las barriadas populares (1990-1994), que luego se consolidó como una suerte de “milagro” de Medellín. Esto se logró a punta de inversión social en la alcaldía de Sergio Fajardo (2004-2007), de la cual Alonso fue secretario de Gobierno, y después en su propia Alcaldía (2008-2011). Se logró una gran transformación que, por ejemplo, se vio en los indicadores de homicidios del año pasado: los más bajos de toda la historia de la ciudad.

Salazar también conoció a fondo la otra cara de la moneda: cuando investigó y escribió La parábola de Pablo (2001), con la cual se metió en las entrañas de esa fuerza oscura que golpeó con furia a la ciudad.

Con motivo de los 350 años que cumplirá Medellín el próximo 2 de noviembre, hablamos con él para entender cómo se dio ese milagro y cómo cree que debe ser gobernada la ciudad en el futuro.

Hablemos de ese experimento de inversión social para transformar a Medellín, después de ese azote del narcoterrorismo que, en 1991, dejó 6.809 personas asesinadas en un solo año, una cifra que no la tenía ninguna ciudad del mundo. Uno salía a la calle con miedo. ¿Cómo fue ese experimento?

“La sociedad estaba reventada a más no poder. La hegemonía de los narcos era tan fuerte que imponían toques de queda. Lograron someter al Estado y a la sociedad. A tal punto que, cuando se hizo el adefesio de la cárcel La Catedral y las leyes tan infames para que ellos entraran en ella, pues nos sentimos un poco aliviados”.

¿Parecía que Escobar hubiera puesto esa cárcel en un punto tan alto para vigilarnos?

”Sí. Quien sube a La Catedral entiende que quería seguir siendo el rey del bandidaje y además una especie de rey de la política. Un proyecto muy loco. Por fortuna, y esa es mi hipótesis, se derrotó a sí mismo”.

¿Por qué lo dice?

”Terminó traicionando a todos, especialmente a sus socios narcos, y les dio el poder a los bandidos, porque quería sus riquezas. Los mismos bandidos llegaron a decir: ‘Le dimos golpe de Estado a los narcos’. Ese fue el fin de él, ya que esos otros mafiosos también tenían su poder y sus bandidos, y recurrieron a la estrategia final: el nexo con el Estado y con la DEA. Su megalomanía lo derrotó”.

Tras el fin de Escobar, ¿qué comenzó a suceder en Medellín?¿Qué nos sacó de ese hueco profundo en el que estábamos?

”Lo que sucedió vino de personajes inesperados. A la izquierda no le importaba lo que pasaba en Medellín, porque estaban esperando la revolución social. A la derecha tampoco le interesaba, pues los gobernantes gozaban de una popularidad aplastante. Sin embargo, del sector cultural, barrial y teatral empezó a surgir una resistencia muy simbólica que actuó como detonante. Por ejemplo, en los 90, cuando había toque de queda, el Matacandelas hacía funciones a medianoche”.¿Teatro a medianoche como protesta?

“Sí, en una disidencia civil muy bella. Como la gesta de Luis Fernando García, de Barrio Comparsa, que creó comparsas en la zona nororiental.

Se levantaron en zancos, alzaron banderas multicolores y cruzaron territorios que, teóricamente, no se podían cruzar. Creo que las bandas y los pillos los vieron pasar como algo ingenuo e inocente, y ahí empezó una revolución, un renacimiento”.

¿Una revolución cultural es su hipótesis sobre lo que transformó a Medellín?

“Las sociedades se transforman por medio de renacimientos espirituales, culturales, y eso fue algo muy poderoso. Ese día que caminaron por toda la nororiental, terminaron en el Comfama de Aranjuez, donde los esperaba María Emma Mejía, consejera presidencial, quien había llegado en agosto de 1990. Se decía que su nombramiento era un castigo: ‘Váyase para Medellín’.

Sin embargo, María Emma resultó ser una mujer insospechada, valiente y disruptiva. Siendo una alta funcionaria del Estado, fue capaz de sentarse en la esquina del barrio a hablar de tú a tú. Ella subió, y se quedó, porque se ganó de manera tan tremenda el afecto de la población que hasta la empezaron a llamar ‘monita’”.

Usted fue la llave para que ella entrara en la comuna nororiental, una zona a la que, en ese momento, nadie entraba.

”Fue por la coincidencia de que había salido mi libro No Nacimos Pa’ Semilla. Yo había conversado con muchos de ellos y les dije: ‘Viene una señora que quiere hacer cosas por las comunidades’, y lo aceptaron. Sin embargo, le desarmaron los escoltas en el barrio Popular”.


La recibieron encapuchados, ¿no?

“Ella les preguntó qué pasaba, que si tenían gripa porque se estaban poniendo un pañuelo. No sé si fue inteligente o ingenua. Lo más importante, usando la expresión popular, es que ‘probó finura’. Siguió la conversación absolutamente tranquila y ya no volvió a bajarse de esos barrios”.



María Emma intentó cambiar en los jóvenes esa idea de que su futuro estaba solo en los combos y trató de mostrarles que podían ser agentes de transformación de sus barrios ¿El Estado se infiltró no solo en ese territorio controlado por grupos criminales sino también en el imaginario?

”Es que los narcos creían que ella era inofensiva. Pero, en realidad, ella comenzó una labor de gran poder simbólico. Ni la Gobernación ni la Alcaldía le dieron mucho presupuesto; ella consiguió otros fondos.

Lo que logró hacer materialmente, aunque fue importante y precursor, es pequeño al lado de lo simbólico: una alta funcionaria del Estado fue capaz de conversar con la comunidad y con los jóvenes. Esto no había sucedido jamás en esta ciudad. Hay que reconocer que algunos ‘blancos del parque’ —como se les decía a los ricos que eran buenos filántropos e hicieron cosas extraordinarias—, pero a ellos no les gustaba mucho conversar con los pobres”.

¿Y María Emma logró involucrar a los empresarios?

“Un poco menos de lo que se afirma generalmente. Hubo algunos, como Nicanor Restrepo. Recuerdo un empresario de apellido Mora o Juan Guillermo Jaramillo, que participaron. Pero no fue una reacción generalizada de la clase empresarial frente a la crisis”.

En el proyecto en que también participó la Corporación Región se logró que, por primera vez, los jóvenes de los barrios populares se dieran cuenta de que podían salir en televisión no por la violencia, sino por la construcción de “proyectos semilla” como canchas en el barrio...

“Exactamente. Ella comenzó con una estrategia muy hábil, que incluyó el programa “Arriba mi barrio”. Uno iba a los barrios y quería ir a ‘mostrar la realidad social’, como nos enseñaban en la UdeA.

Pero nos encontramos con la sorpresa de que la gente no quería que hablaran de sus miserias. Querían mostrar lo que se hacía en arte, cultura, los esfuerzos comunitarios, decoraban las calles para que el barrio saliera bello. No querían estar estigmatizados por la violencia”.

Ese experimento empezó en 1990 ¿Cómo se retomó después? ¿Hubo inversiones importantes en las administraciones de Sergio Fajardo y la suya?

”María Emma Mejía creó las Casas de la Juventud y los Núcleos de Vida Ciudadana (uno en Villa del Socorro y otro en Castilla, sector La Esperanza), buscando un pequeño reordenamiento de barrios sin centralidades. Creó el Primed, el arquitecto Carlos Montoya que fue el gestor se acaba de ganar un premio sobre su experiencia.

Ella inauguró ‘Medellín alternativas de futuro’, una especie de ‘diálogos improbables’ entre líderes comunitarios, sindicalistas, empresarios y la iglesia, en foros que empezaban en los territorios y finalizaban en escenarios como el Hotel Intercontinental.

Y así la gente del barrio, vaya, está al lado del presidente de los Industriales y puede decir: ‘Ve, ese señor tiene unos ojos azules muy lindos, ¿no?’”.

Y el señor además habla con ellos...

”El capítulo dos es el Plan Estratégico de Medellín. En una Alcaldía sin muchas expectativas, apareció Saúl Pineda cargado del Plan. Sergio Naranjo, para ese momento alcalde, permitió que se recogiera la cosecha de la Consejería. Hubo quién enterró ese plan estratégico (se refiere al alcalde Luis Pérez). Para responder a tu pregunta, yo entré cuando Sergio Fajardo aspiró a la Alcaldía, lo apoyé y después fui su continuidad.

Eso me dio una ventaja muy grande por las inercias, y con unos principios muy elementales: ética y estética. La ética, porque se demostró en esos ocho años que la ciudad es muy rica. La estética se resumía en una frase: ‘Si es para los más pobres, debe ser lo más bonito’.

Las obras para esos sectores solían ser de media petaca; nosotros si íbamos a construir un colegio, una biblioteca, un centro de salud o un bulevar, debían tener diseños muy bellos. El punto más alto de esto se logró con mi difunta esposa, quien en los jardines infantiles de Buen Comienzo propuso hacerlos con diseños de cuentos”.

En las administraciones de Fajardo y la suya, se hizo una inversión importante en los barrios...

“Claro. El sistema educativo estaba decadente. Por ejemplo, el colegio Santa Teresa de Picacho era conocido como ‘La ratonera’, lleno de recovecos y añadidos. Cuando se construyó el nuevo colegio, lleno de cristales, vidrios transparentes y luz, los niños se maravillaron, y con razón: se trata de la dignidad de lo público.

Esto también sucedió con los centros de salud y los parques lineales. Después llegaron ideas más locas, como las escaleras eléctricas. También se hizo un fuerte de carabineros en Santa Elena que sirve como ejemplo de policía ecológica, o los CAI periféricos que construimos como pequeños castillos”.

Medellín pasó de tener la tasa más alta de homicidios del mundo en 1991 a una de las más bajas de capitales en 2024. ¿En qué medida esto es resultado de esa transformación y en qué medida a ese cuento que nos han vendido de que la calma la imponen las bandas?

“Definitivamente, Medellín renació. Eso no implica que hayamos llegado a una sociedad ideal; en lo social solo hay ‘metas volantes’, no metas de llegada. El renacimiento también se manifestó, por ejemplo, en la música. Una Red de Escuelas vibrante, que existía desde el gobierno de Juan Gómez, nosotros la potenciamos, se la entregamos a la Universidad de Antioquia y le dimos bastantes recursos”.

Es que no es solo Karol G. y Maluma sino toda una industria...

”Todo tiene sus más y sus menos. Pablo Escobar destruyó esta ciudad, la reconstruimos en buena parte, pero mucha gente viene en busca de ese fantasma. Me parece muy bien que el alcalde actual haya decidido tener más control del turismo sexual. Yo prefiero ver los avances que los problemas, pero debo señalar que la criminalidad de Medellín se ha sofisticado mucho”.

¿En qué sentido se ha sofisticado la criminalidad?

”Soy un enemigo radical del concepto de ‘Paz Total’ que el presidente Gustavo Petro ha intentado implantar para dar protagonismo a personas que han sido jefes criminales durante 40 años, extorsionando y vilipendiando a la juventud. Un Estado no puede hacer eso. El Estado tiene que ser enemigo del delito y, a lo sumo, abrir puertas a fórmulas como el sometimiento a la justicia, pero muy estricto”.

¿Cree que esa criminalidad genera tranquilidad en la ciudad, como a veces se dice?

“No, eso es una trampa: si los delitos crecen, es fracaso de la administración, y si bajan, es virtud de los criminales. Es verdad que ellos se han sofisticado, superando dificultades y repartiéndose negocios entre ellos sin conflictos muy abiertos. Pero eso no es culpa de quien gobierna. Es una tarea histórica y larga: recuperar los terrenos perdidos por la institucionalidad requiere pura perseverancia”.

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¿Qué cree que es fundamental en términos de gobierno para que Medellín siga mejorando?

”No solo Medellín, sino Colombia, necesita tener Estado. Este país, a pesar de los diversos procesos de paz, no tiene hoy más Estado en cuanto a presencia en territorios o control de fronteras. Medellín es un ejemplo de lo que nos falta. Juan Jacobo Rousseau creía en la bondad de los hombres y en el ‘contrato social’.

Al otro lado de Francia, pasando el mar, estaba Hobbes que decía que ‘el hombre es lobo para el hombre’ y que necesitábamos un Leviatán, una figura que aterroriza y dice: ‘Al Estado hay que tenerle temor’. Un Estado que tenga la capacidad de hacer cumplir la ley.

Ahora, pensando en el futuro, Medellín tiene que estar comprometida con el Área Metropolitana y con Antioquia. Históricamente Medellín se ha chupado a Antioquia, incluyendo mi familia, que tenía un poquito de plata y nos vinimos para acá. Ya se han ido desarrollando regiones, lo de la vía a Urabá, que lo empezamos en ese tiempo con el liderazgo de la Cámara de Comercio, de Lina Vélez; lo del puerto, va configurando nuevas realidades.

El posicionamiento del Suroeste como zona estratégica y biodiversa. Pero hay otras regiones que no tienen esa vocación tan clara, que son muy extensas, de conflicto, que Medellín debe ayudar”.

¿Qué acciones realizadas en su Alcaldía son replicables?

”Hicimos cosas que considero pequeñas, pero muy importantes. Por ejemplo, nivelamos las tarifas de energía, que en Medellín eran más baratas que en el resto del departamento. La electrificación rural estaba detenida.

Decidimos hacer lo con recursos propios, asumiendo el riesgo, y logramos entre el 97% y el 98% de electrificación rural. También propiciamos el retorno de población desplazada a todo el Oriente antioqueño. El resultado es tan descomunal que la cifra invertida de 20.000 millones de pesos suena hoy pequeña. Hoy, Granada, San Carlos y sus alrededores son pueblos otra vez en plenitud”.

¿Es un error decir que hay una dicotomía que plantea la izquierda (libertad) y la derecha (seguridad y orden)?

”La inversión social es deber permanente del Estado, pero la seguridad también lo es. Belisario Betancur nos introdujo el tema de las ‘causas objetivas de la violencia’. Yo no creo en eso. Cuando creamos la Corporación Región en 1990, fue para oponernos a cualquier justificación de la violencia. No hay nada que genere más pobreza que la violencia, y este país ya lo ha comprobado contundentemente”.

¿Cómo encaja la cultura ciudadana y el manejo de narrativas? ¿Qué ha pasado con la Medellín que se consideraba la más cívica?

”Las sociedades son muy sugestionables. Después de la época de Pablo Escobar fuimos a buscar eventos internacionales porque aquí no venía nadie, como la Asamblea de la OEA y la del BID. Llevamos a los banqueros a los barrios y la gente los saludaba. Había una energía movilizada socialmente que hay que mantener. Me arrepiento de haber ayudado a propagar la narrativa de que ‘somos los peores, de la cultura narco’. Mentira. Las sociedades se pueden rehacer y transformar, y una parte sustancial de eso es lo simbólico y lo cultural, soportado en hechos”.

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¿Qué nueva narrativa debería tener la ciudad?

”Me gusta que seamos orgullosos. El orgullo es un patrimonio. Antanas Mockus decía que ‘hay que tener la plataforma del orgullo para pararse en ella y pensar el futuro’. Otra cosa distinta es el chovinismo, esa algarabía barata de que los paisas somos lo máximo. Eso sí no. Yo creo en el orgullo paisa en el sentido de que es capaz de abrirse a otras culturas. Antioquia se ha alimentado mucho de sus regiones que son culturalmente muy diversas”.

Sobre las bandas criminales que han resistido el tiempo, ¿cómoacabar con ese espíritu de saltarse la ley?

”Esos tipos están muy ricos. Hasta a bandidos de segunda y de tercera que yo conocí les decomisan bienes por miles de millones de pesos. Primero, hay que pensar en las leyes vigentes de sometimiento. Pero este boquete que abrió el presidente Petro, de que hagan lo que quieran, para quienes se disfrazan de guerrilleros o para el bandido tradicional, es inconcebible.

Cuando fui alcalde, me preguntaban qué íbamos a hacer. Yo me metí a la Central Mayorista a pelear con ‘El Cebollero’, condenado por homicidio. Trajimos fiscales de Bogotá. Buscamos en la legislación el punto débil para ellos, por ejemplo, el desplazamiento forzado, que ellos practicaban como rutina.

Trabajamos mucho más en la condena de las estructuras criminales que de las personas. Se requiere voluntad de quien gobierna. Por eso ‘Don Berna’ y después ‘Lupe’ (Luis Pérez) se vinieron contra mí. Eventualmente se podrían necesitar modificaciones legales, porque creemos que somos una sociedad roussoniana, de buenas personas, pero tenemos bastantes lobos”.

En su alcaldía se ganó muchos enemigos. ¿Se arrepiente deeso, o qué recuerdo tiene?

“Tendrías que creerme que no lo he procesado suficientemente. Gobernar pensando en seguir en el poder es un problema; hay que pisar callos. Hay que presionar un poco a urbanizadores que se quieren tomar los terrenos que no se pueden tomar o a las bandas. Tal vez mis formas podían mejorar, pero no me arrepiento de nada”.

¿Sintió que ganó batallas?

”Sí. Se reconocen tardíamente. Por fortuna, no tengo aspiraciones de volver a ningún cargo. Mis libros me parecen más fascinantes que la Alcaldía, aunque esa también fue sensacional”.

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