Durante los años ochenta y noventa, cuando la televisión abierta definía los ritmos cotidianos de millones de hogares colombianos y latinoamericanos, el anime entró por la puerta grande sin que nadie lo esperara.
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Llegó desde México y Perú, con doblajes que aún sobreviven en la memoria de fans que hoy rondan los 30-40 años, y se instaló en las franjas infantiles de los canales más vistos donde convivían robots, guerreros intergalácticos y comedias escolares.
Según recuerda Juan Camilo Rodríguez, conocido como Naraku-sama, uno de los primeros organizadores de comunidades otaku en el país, ese quiebre comenzó cuando “las primeras series que entraron con nuevos conceptos artísticos y el uso de mucho color. Series como Macross (Macross-La Fortaleza Super Dimensional, 1982)”. Pero el verdadero estallido ocurrió a inicios de los años noventa, con “la llegada de Súper Campeones (Capitán Tsubasa, 1983), que causó demasiado furor en parte por el momento que atravesaba la selección nacional de fútbol”.
Ese solo fue el punto de partida. Hoy, el consumo de anime en Colombia dejó de ser un asunto de nicho para convertirse en una cultura transversal, sostenida por generaciones distintas y un ecosistema que se expandió con internet, las tiendas especializadas, los primeros eventos dedicados y, recientemente, las plataformas de streaming.
Naraku-sama comenta que, tras la masificación del género, “llegaron los canales privados y la necesidad de contenido los puso a transmitir más y más series de anime, como Dragon Ball (1986), Los Caballeros del Zodiaco (1986), Ranma ½ (1989) o Sailor Moon (1992). Desde allí empezaron a aparecer las primeras comunidades interesadas en la animación y la cultura japonesa”.
Esa popularidad televisiva entre el público infantil explica por qué el anime hoy moviliza audiencias masivas en plataformas y salas de cine. Pero el verdadero empujón llegó en pandemia, cuando se disparó el consumo global de streaming y se reconfiguró un hábito que ya venía creciendo.
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Reportes de la plataforma Parrot Analytics muestran que 2020 fue “el periodo que la industria de anime generó más ganancias desde 1978”. El coctel perfecto fue el confinamiento, el auge de nuevas plataformas y una producción acelerada de varios estudios para sacar al aire temporadas de animes, volúmenes de mangas y el estreno de nuevos webtoons.
En paralelo, el comportamiento del público cambió de forma irreversible. Como documenta una encuesta aplicada en todo el continente americano por Dentsu, la agencia japonesa más importante en publicidad, marketing y relaciones públicas, “44% de encuestados pertenecientes a la generación Z ven anime con regularidad”, una cifra que muestra la magnitud del fenómeno entre públicos jóvenes y que se corresponde con la expansión de manga y anime como un mismo ecosistema narrativo: “Las ventas de mangas japoneses también se incrementaron en los últimos años y la generación Z está en el centro de esta tendencia”.
Específicamente en Latinoamérica, Sensor Tower, plataforma de estudio de mercados digitales, calcula que la firma de streaming Crunchyroll (la más grande del mundo dedicada al anime) tuvo entre 3,4 y 3,6 millones de usuarios activos mensuales solo en sistemas Android en la región durante el último año.
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La dimensión de esa cifra adquiere un matiz especial si se tiene en cuenta que se trata de un servicio de nicho que compite todos los días con gigantes globales como Disney y Netflix. A nivel mundial, Crunchyroll supera los 15 millones de suscriptores pagos y más de 150 millones de usuarios registrados, pues también ofrecen opciones gratuitas para visualizar contenido.
Colombia aporta una parte significativa de ese consumo. En los últimos dos años, títulos como Jujutsu Kaisen, Demon Slayer, One Piece, Blue Lock y Solo Leveling se consolidaron como motores de tráfico en estrenos semanales y generación de comunidad, aunque la empresa no comparte cifras de consumo.
Pero el termómetro definitivo de este auge en el país son los estrenos en salas de cine de películas que antes solo era posible ver en el mercado doméstico en formato VHS o DVD, las llamadas OVAs (Original Video Animation), que compiten con récords que antes parecían exclusivos de Hollywood.
Las cifras son contundentes. El techo en la taquilla nacional para la animación japonesa se rompió definitivamente en enero de 2019, cuando Dragon Ball Super: Broly convocó a 539.874 espectadores en su primer fin de semana, según cifras conocidas por EL COLOMBIANO. Ese hito marcó un estándar de consumo masivo que ahora desafían franquicias nuevas.
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Por ejemplo, el estreno de El Niño y la Garza (2024), de Studio Ghibli, movilizó a 147.000 asistentes en el país, confirmando que también hay una audiencia masiva y madura para el cine de autor japonés.
Otakus, de estigma a moda
Para entender el contexto completo de por qué el anime alcanza este nivel de influencia hay que volver sobre el concepto de “otaku”.
En Japón el término alude a personas “consideradas desadaptados y autistas”, asociadas a aficiones obsesivas que evaden el contacto social. En contraste, en Latinoamérica y gran parte de Occidente, la palabra se resignificó como un signo de identidad cultural.
Así lo explica Dominique Menkes, PhD en Ciencias políticas y Sociales con orientación en sociología de la Universidad Autónoma de México, y una de las investigadoras más especializadas en ese fenómeno en Latinoamérica.
“Un otaku es alguien que está enamorado de la cultura japonesa y trata de apropiarla. Es exclusivamente aplicado al consumo de cultura japonesa”, comenta la experta.
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Esta diferencia entre Japón y el resto del mundo muestra por qué durante años ser otaku en esta parte del mundo tuvo un estigma que hoy parece superado por completo. La cultura que antes se vivía en grupos cerrados ahora es protagonista en redes sociales, llena eventos masivos como SOFA y ocupa espacios en el catálogo de plataformas globales.
Ese tránsito del nicho al mainstream también se ve en el tipo de contenido que más se consume, según donde se mire. Por ejemplo, en Japón el ranking histórico de la web especializada Anikore lo dominan dramas psicológicos y ciencia ficción compleja. El anime Steins;Gate es el intocable número 1 de todos los listados porque su guion es “una obra maestra de la ingeniería narrativa”.
También figuran Code Geass, famoso porque su final es “el mejor final de la historia del anime” según los nipones, y Clannad: After Story, célebre por “hacer llorar a cualquier hombre adulto”.
En Occidente el listado cambia totalmente. De este lado del planeta, el público prefiere la acción, la fantasía oscura y los títulos de entrada. Según el ranking global del sitio MyAnimeList, Attack on Titan reina como “el Game of Thrones del anime”, como le llaman sus fans en varias reseñas, mientras Death Note es “el thriller psicológico por excelencia”.
El top de mejores series anime de la historia lo sigue Fullmetal Alchemist: Brotherhood, la única que repite primeros puestos tanto en el listado de Popularidad (cantidad de visualizaciones) como en el de Calidad (nota más alta). Esta es considerada por la crítica especializada y entusiastas como una “serie de aventuras sin errores”: guion sólido, final cerrado y personajes entrañables.
En el cuarto escalón está One Punch Man, una parodia de los superhéroes que, desde su estreno en 2015, conectó de inmediato con el público americano y europeo.
El puesto número cinco es para Sword Art Online (SAO). Aunque este anime es criticado por muchos puristas, fue el anime que puso de moda el género Isekai (videojuegos/mundos virtuales) a nivel mundial.
Al unir los hitos televisivos de los noventa, la explosión digital de los 2000, la pandemia, la apertura global del fandom y la expansión del streaming, se entiende por qué el anime dejó de ser un gusto singular para convertirse en un lenguaje compartido entre generaciones.
Este fenómeno cultural se sostiene en décadas de memoria emocional, nostalgia y una industria que, como recuerda el historiador David Heredia Pitarch en su libro Anime! Anime! 100 años de animación japonesa (2017), siempre ha tenido un rasgo distintivo: “En Japón es un producto que se consume de forma muy natural en todas las demografías, como quien ve una serie normal o lee un libro”, tendencia que parece apropiarse cada vez más entre el público latinoamericano.
Attack on Titan
Attack on Titan (2013) sigue a una humanidad acorralada dentro de murallas colosales mientras criaturas gigantes devoran todo a su paso. La historia inicia con Eren, Mikasa y Armin enfrentando la caída de su mundo, pero pronto se abre hacia una trama política y militar que desmonta cada certeza. La serie combina acción extrema, giros inesperados y una lectura amarga sobre la guerra.
Death Note
Death Note (2006) comienza con un cuaderno sobrenatural que permite matar a cualquier persona con solo escribir su nombre. Light Yagami, un estudiante brillante, decide usarlo para “limpiar” el mundo, pero su cruzada moral lo enfrenta al detective L, un genio tan obsesivo como él. La serie se sostiene en tensión psicológica, duelos intelectuales y un debate permanente sobre justicia y poder.
Sword Art Online
Sword Art Online (2012) inicia con miles de jugadores atrapados en un videojuego de realidad virtual donde morir dentro significa morir fuera. Kirito, un jugador experimentado, asume el reto de sobrevivir y liberar a todos. La serie mezcla acción, romance y reflexión tecnológica en un formato accesible que marcó tendencia. Su popularidad masiva impulsó el auge mundial del género isekai y definió parte de la estética del anime comercial de la década.
Fullmetal Alchemist: Brotherhood
Fullmetal Alchemist: Brotherhood (2009) sigue a los hermanos Edward y Alphonse Elric, quienes pagan un precio devastador tras intentar una alquimia prohibida. Su viaje para recuperar lo perdido se convierte en una epopeya que enlaza política, guerra, ciencia y ética sin fisuras. La serie destaca por su estructura impecable: cada arco conduce al siguiente sin rellenos, cada personaje evoluciona y cada conflicto encuentra resolución.
One Punch Man
One Punch Man (2015) se centra en Saitama, un héroe capaz de derrotar cualquier amenaza con un solo golpe, condenado a la rutina de una fuerza sin desafío. Ese absurdo inicial se transforma en comedia afilada y sátira del género de super héroes, apoyada en una animación de enorme energía visual. La serie cuestiona la idea misma del heroísmo mientras juega con códigos conocidos por las audiencias occidentales formadas en Marvel y DC.