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El debate que crece en Colombia: ¿los estadios ya no son para jugar fútbol?

Mientras los conciertos dejan millones y colman los estadios, el fútbol colombiano sigue perdiendo espacio en sus templos.

  • El Atanasio ha sido escenario de múltiples conciertos en los últimos años y lo seguirá siendo. Foto: Manuel Saldarriaga
    El Atanasio ha sido escenario de múltiples conciertos en los últimos años y lo seguirá siendo. Foto: Manuel Saldarriaga
hace 2 horas
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La discusión se repite cada cierto tiempo, pero nunca había tenido tanta fuerza como hoy: ¿deben los estadios ser utilizados exclusivamente para el fútbol, o es legítimo que sirvan como escenarios para conciertos y espectáculos masivos? El debate, lejos de ser un simple cruce de opiniones, revela tensiones profundas entre deporte, economía, cultura y gestión pública.

Lo que para algunos es un asunto de identidad —“el estadio es para jugar fútbol”— para otros es una decisión pragmática que beneficia a las ciudades gracias a la derrama económica que generan los eventos musicales. En medio de ambas miradas conviven hinchas inconformes, administraciones presionadas, clubes que pierden disponibilidad de su casa deportiva y artistas que necesitan lugares de mayor capacidad. Es una ecuación compleja que, por ahora, no tiene solución definitiva.

Un negocio que supera al fútbol

Más allá de la nostalgia o el purismo deportivo, los números tienen un peso determinante. Los estadios generan ingresos a las ciudades tanto por el fútbol profesional como por los conciertos. Pero estos últimos, según analistas y operadores, representan una renta considerablemente mayor.

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Un solo concierto puede dejar a la ciudad ingresos que difícilmente iguala un semestre completo del torneo colombiano. Para las administraciones, renunciar a esa fuente de recursos sería renunciar a un motor económico clave: impuestos, empleo, movilidad comercial y visibilidad. De allí que la agenda cultural haya ganado terreno dentro de estos escenarios.

Solo un club tiene estadio propio

A diferencia de lo que ocurre en Europa o Estados Unidos, en Colombia los estadios no pertenecen a los equipos. Con excepción del Deportivo Cali, ningún club es propietario de su escenario. El Campín no es de Millonarios ni de Santa Fe; el Atanasio no es del DIM ni de Atlético Nacional. Esto crea una dependencia absoluta de las decisiones de las alcaldías.

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Y esa dependencia se traduce en una problemática recurrente: la disponibilidad. En Medellín, por ejemplo, los equipos han tenido en promedio unos 60 días al año sin acceso al Atanasio Girardot. Son cerca de 12 eventos anuales que afectan más de 5 fechas del calendario del fútbol profesional colombiano. Un impacto deportivo considerable en un torneo ya de por sí comprimido.

Para los clubes, jugar en otros estadios no es una solución ideal. Guillermo Otálvaro, representante de Ubanal, señala que trasladar a las hinchadas genera complicaciones logísticas y riesgos adicionales. Escenarios alternos como el Parque Estadio de Envigado o Ditaires de Itagüí no están diseñados para albergar partidos de alta concurrencia, lo que crea tensiones adicionales con la comunidad y las autoridades.

Los conciertos necesitan espacio

Quienes defienden la realización de conciertos en estadios argumentan que los recintos alternativos son insuficientes para artistas de talla internacional. La Macarena, por ejemplo, es considerado un escenario importante en Medellín, pero se queda corto frente a la magnitud de espectáculos como los de Karol G, J Balvin o Maluma, entre otros. Sus giras requieren capacidades superiores, estructuras más complejas y una logística que solo un estadio puede soportar.

Esto explica por qué las alcaldías priorizan estos eventos: no existen espacios equivalentes que puedan recibirlos sin comprometer la operación del fútbol. Y construir nuevos recintos implica inversiones millonarias que rara vez entran en la agenda pública.

¿La solución? Los clubes también miran hacia la propiedad privada. Ante este panorama, Atlético Nacional deja ver una idea que lleva años rondando sus escritorios: la construcción de un estadio propio. Su presidente, Sebastián Arango Botero, reconoce que es un proyecto que ha estado en la lista de pendientes del club.

“Lo que queremos es entender las implicaciones de hacerlo”, afirma, sin descartar que en un futuro el equipo pueda dar ese salto hacia la independencia. Pero también reconoce que las obras anunciadas por la alcaldía para el Atanasio aliviarían buena parte de los problemas actuales, aunque sin excluir la realización de conciertos en el escenario.

Es decir, aunque Nacional sueña con tener casa propia, la realidad indica que el estadio Atanasio Girardot seguirá siendo compartido.

El equilibrio es la clave

Para especialistas en mercadeo como Augusto Cifuentes, el dilema no se reduce a escoger entre fútbol o conciertos. La clave, asegura, está en encontrar un consenso sostenible: planificar calendarios, evitar cruces de fechas, y reconocer que ambos sectores —deportivo y cultural— benefician a la ciudad.

“No es bueno el debate entre blanco o negro; hay grises”, resume. De hecho, recuerda que incluso en Europa, donde los clubes son dueños de sus estadios, muchos arriendan sus instalaciones a otros espectáculos como parte de su modelo de ingresos. La diferencia es que allí las reglas del juego están claras, y los calendarios están coordinados con mayor anticipación.

¿Hacia dónde debe ir Colombia?

La discusión tiene más profundidad de la que parece. No se trata solo de agendar partidos o conciertos. Se trata de decidir qué papel deben jugar los estadios en el desarrollo económico y cultural de una ciudad. Y, sobre todo, de definir si los clubes seguirán siendo arrendatarios de su propio hogar o si darán el salto hacia la propiedad privada como solución estructural.

Por ahora, el debate continúa. Los hinchas reclaman disponibilidad, las alcaldías buscan ingresos, los artistas requieren escenarios y el fútbol profesional necesita estabilidad. En medio de todo, los estadios, esos colosos que guardan historias de goles y de música, seguirán siendo el punto de encuentro —y de disputa— entre dos mundos que, querámoslo o no, están destinados a convivir.

Valor del deporte y la cultura

La solución de fondo no ocurrirá mientras cada ciudad siga improvisando entre la urgencia de un concierto y el apremio de un calendario futbolero. Colombia necesita una política pública integral que defina el rol de sus escenarios, que proyecte la construcción de recintos multiusos cuando sea necesario y que incentive a los clubes a buscar modelos de financiación para estadios propios. Solo así será posible pasar del choque constante a la planificación estratégica, y transformar este eterno debate en una convivencia armónica entre dos industrias que, bien gestionadas, pueden fortalecer tanto al deporte como a la cultura del país.

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