El carrito móvil esconde la magia del buen café. Espresso, americano, ristretto, lungo, latte, capuchino, carajillo, macchiato, mocca; que con el método origami, chemex, en prensa francesa o sifón japonés. O chocolate, infusiones y aromáticas para los de otros gustos. El carrito móvil está a la altura de preparaciones de bebidas de calidad, pero también oculta en cada taza el arte de la solidaridad.
En realidad, son dos carritos que forman parte de una escuela móvil de barismo que da clases gratis a adolescentes, jóvenes y mujeres en condiciones de vulnerabilidad o riesgo social, para que tengan oportunidades y herramientas que les ayuden a sacar adelante proyectos de vida, conseguir trabajo o emprender.
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La escuela pertenece a One forest, un proyecto de la fundación Juguemos en el Bosque, la cual fue creada en 2010 por Lucas Velilla de los Ríos y algunos amigos, para llevar recreación a hogares de protección y centros de adopción de niños y niñas en Medellín y el Valle de Aburrá. Hoy la fundación cumple su labor social con casi 750 menores de edad de 15 instituciones: una vez a la semana los voluntarios van a cada una de ellas y hacen del juego una herramienta para promover diversión, recreación, esparcimiento, pero también formación en valores, derechos y deberes; en fin, para llevar alegría a niños y niñas que por distintas circunstancias no están con sus familias.
Hacen salidas a parques de diversiones, van a piscina, a campamentos, a lugares en los que los menores de edad puedan cambiar de aire y conocer otros espacios de ciudad. Una vez al año les celebran los 15 a adolescentes de estas instituciones, con vestidos repolludos y maquilladoras y música y comida rica y torta y limobus; cada diciembre los niños y niñas reciben en esos hogares los regalos que piden en cartas al Niño Jesús y tienen una fiesta navideña inolvidable; una vez al año van al mar, ya son 500 menores de edad que han conocido el mar gracias a la fundación.
Nace la escuela de barismo
Pero entonces, cuenta Lucas, empezaron a notar un retroceso en los proyectos de vida de los jóvenes que crecían y dejaban las instituciones de protección sin haber encontrado una familia que los adoptara. Algunos se iban a vivir solos o volvían a sus familias de origen y no tenían oportunidades de estudio ni empleo.
Era 2019 cuando pensaron que una solución era crear la escuela móvil de barismo. Para 2020 ya tenían la idea clara, pero la pandemia sería su primer obstáculo: justo una semana antes de que la declararan en la ciudad, la Fundación Ramírez Moreno les donó el primer carrito. Las clases tuvieron que ser virtuales, aún no le habían puesto el nombre One forest al proyecto y le faltaba fondo a la propuesta.
Lucas, ingeniero de diseño de producto, se formó como barista para entender mejor el funcionamiento de las máquinas, el tratamiento del café, los tipos de preparación, los métodos de filtrado. Buscaron profesores expertos que fueron formando a los primeros jóvenes. En 2023, le presentaron la propuesta a One Inversión Social, entidad que apoya con recursos económicos y estratégicos proyectos que benefician a personas y comunidades en vulnerabilidad.
Nombraron el proyecto One forest, consolidaron un plan de estudios, crearon una cartilla de barismo para los estudiantes, en 2024 consiguieron el segundo carrito y definieron un plan de sostenibilidad. No solo se trata de enseñar a preparar café con las mejores técnicas, también incluyeron módulos relacionados con atención al cliente, manejo de emociones, manipulación de alimentos, inventario, caja, hasta cómo ubicarse para llegar a una dirección. Son cuatro horas diarias de formación, de lunes a viernes, durante dos meses y medio. Además, les dan acompañamiento psicosocial y les dictan un curso corto de inglés con lo básico para atender un extranjero.
Los beneficiarios son adolescentes cercanos a la mayoría de edad de hogares de adopción, centros de protección, instituciones de responsabilidad penal. También van a barrios populares, asentamientos y llegan a poblaciones como mujeres en ejercicio de prostitución que quieren aprender un arte o encontrar una forma de sustento. Desde sus inicios, por la escuela han pasado casi 500 estudiantes, unos 150 desde que se aliaron con One Inversión Social.
Los dos carritos se distribuyen en distintos lugares cada día para las clases. Hay partes donde no cabe, por lo que solo llevan máquina y molino; lo importante es aprender y disfrutar el café mientras tanto. Aparte de la formación en barismo, los carritos se usan en el negocio que les permite financiar el programa. Llevan sus preparaciones a eventos corporativos, fiestas privadas, matrimonios, o las venden en ferias y espacios de ciudad. Unos 30 jóvenes egresados de la escuela móvil atienden los eventos, así como otros que están haciendo las prácticas.
Se alimentan de alianzas
Uno de ellos es Santy Úsuga Graciano. Hijo de caficultores del corregimiento Santa Elena, un día se enamoró de un proyecto social de barismo que conoció en el cercano barrio La Sierra, liderado por la fundación italiana Engim. Quería aprender más del café para enseñarles a sus padres que no solo es sembrar, recoger, tostar, moler y empacar el grano, sino que se trata de todo un arte. Quería que aprendieran para fortalecer la marca de café de su emprendimiento, Amanecer Campesino.
Después de terminar ese curso, Santy conoció One forest y ahí siguió capacitándose; hizo la práctica en una cafetería que la fundación tenía hasta hace poco en La Estrella; lo contrataron en el equipo de logística de los eventos de la línea de negocio y así se ayuda a costear los estudios de noveno semestre en ingeniería de sistemas, pero también ha fortalecido la venta de suculentas que siembra en la tierra de sus papás. “He mejorado mucho como barista, mis métodos de filtrar, mi forma de preparación; mi actitud ha mejorado, me expreso muchísimo mejor, tengo más seguridad al atender a las personas. Incluso, la semana pasada ellos me mandaron a un evento de Celsia a Cartagena y me fue superbién”, dice el joven de 21 años.
Otros estudiantes han encontrado empleo formal en cafés como Urbania, Raw Paw, Cafés de Origen y la línea de Cueros Vélez, entre otras. “Las empresas nos ven también como unos cazatalentos, que formamos muchachos que ellos pueden contratar”, señala Lucas.
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La fundación italiana Engim de la que habla Santy es una de las aliadas que hoy tiene Juguemos en el Bosque. Melisa Agostino Ninone, su coordinadora en Colombia, explica que en el caso de Medellín, donde están desde 2015, tienen la sede en La Sierra y que el foco de su trabajo es la profesionalización de jóvenes: “Usamos el café como símbolo de resistencia a otras dinámicas socioeconómicas de los barrios periféricos, pero de manera integral, el proyecto no se basa solo en la producción de café”.
En la apuesta de formar en barismo se aliaron con Juguemos en el Bosque. La idea no es que los jóvenes se queden de forma exclusiva como baristas, puede que esta solo sea excusa para descubrir otras vocaciones, otras habilidades.
Karen Arboleda pertenece a la corporación Putamente Poderosas y cuenta que conocieron One forest en un encuentro liderado por One Inversión Social. “Querían abrir unos cupos para mujeres que ejercen el sexo por supervivencia”, cuenta. La semana pasada nueve de ellas comenzaron clases con patrocinio de Vibra Alta, la fundación del artista J. Balvin. “Es una oportunidad, hablo por mí y por muchas compañeras que quieren emprender o tener sus conocimientos para implementarlos, otras están buscando opciones laborales”, agrega Karen, quien destaca que esta es una forma de promover los derechos de las mujeres que atienden en la corporación.
La articulación de esfuerzos es uno de los motores de esos carritos móviles del proyecto One forest. Organizaciones, fundaciones, empresas se suman becando a estudiantes o aportando experiencia y voluntarios. Zakat Foundation of America, una organización humanitaria creada en Estados Unidos por un refugiado turco y que centra su trabajo en el desarrollo comunitario, es otro aliado de Juguemos en el Bosque. Claudia Martínez Patiño, representante para Zakat en Colombia, ve en One forest una iniciativa que decidieron patrocinar porque se ajusta a su misión: llevar oportunidades a las familias para que encuentren sentido y desarrollo en medio de la vulnerabilidad, la pobreza, las crisis humanitarias. Resalta el potencial de las clases de barismo para promover apuestas más allá del asistencialismo.
Con esta premisa en mente, One forest quiere seguir creciendo. Con la Corporación PAN tienen una alianza de siembra de café; casi 8.000 plantas de café darán su primera cosecha en octubre próximo. Allá, en esa tierra, también van a enseñar a los estudiantes cómo se siembra, cómo se cuida el cultivo, cómo se recolecta, cómo se hace el beneficio de este producto.
El sueño, dice Lucas, es que One forest sea el modelo de sostenibilidad de la fundación Juguemos en el Bosque, en medio de las enormes dificultades que hay para conseguir recursos económicos. La forma en la que pueden sumarse empresas, personas o familias es con donaciones, contratando los servicios de los carritos móviles en eventos privados, pagando clases de barismo en el proyecto, comprándoles café, becando a jóvenes para que puedan formarse.
Es la invitación que hace Lucas, quien lleva la labor social, la solidaridad y la empatía por el otro casi corriendo por la sangre. Cuando tenía 12 años, les dijo a sus padres, a quienes siempre vio donar regalos en Navidad, que ya no quería ir a las vacaciones recreativas. Como ellos trabajaban, debían dejar al hijo haciendo alguna actividad, así que lo enviaron a La Casita de Nicolás, el hogar donde habían adoptado hacía unos años a su primo.
Allá comenzó su voluntariado siendo solo un niño. Después de eso, conoció más gente que se unió a lo que él hacía y poco a poco fueron aumentando los lugares que visitaban y los menores de edad que atendían. Entonces, hace 15 años, crearon Juguemos en el Bosque.
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