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Ella defiende a los animales con furia

PETA, que lucha contra el sufrimiento animal, no teme ni a Gobiernos ni a multinacionales. Tampoco a la cárcel. Ingrid Newkirk la dirige.

  • PETA es famosa por sus polémicas campañas en contra de la explotación animal. FOTO sstock
    PETA es famosa por sus polémicas campañas en contra de la explotación animal. FOTO sstock
15 de abril de 2018
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Dura, resistente e infinitamente británica, Ingrid Newkirk (Surrey, 1949) está hecha de una aleación única. A lo largo de su vida, igual ha asaltado laboratorios de experimentación animal que paseado sin ropa por Times Square o irrumpido en un restaurante para meter un mapache muerto en la sopa de la exquisita editora de moda Anna Wintour. Todo es poco para ella. La presidenta de la mayor organización mundial de defensa de los derechos animales nunca descansa. Habla, siente y vive para un fin: salvar del tormento a las criaturas que pueblan la Tierra.

En otra época habría sido misionera en tierras hostiles. Ahora es una temida y famosa activista en el corazón del imperio, en Washington. Experta en el marketing de impacto, desde la atalaya de su organización, Personas por el Trato Ético a los Animales (PETA, en sus siglas en inglés), no desdeña ninguna oportunidad para hacerse notar. Allá por 1994, fue la primera en convencer a las grandes modelos para que posasen desnudas contra el uso de pieles. Desde entonces suele dar en el blanco. Sus campañas son agresivas, inteligentes, siempre provocadoras. “Usamos todo lo que está en nuestras manos. El humor, la seriedad, cosas estúpidas, desagradables, ridículas... También el sexo. ¿Por qué no? Nada vende más. Todo con tal de que la gente reflexione y discuta. Se pueden reír de nosotros, nos pueden criticar y no pasa nada, algo aprenderán. Tenemos la obligación de que nuestras ideas lleguen a la gente”, dice con calma.

—Su compromiso es muy fuerte.

—Soy un animal. No me gusta que piensen que soy mujer, que soy blanca, que soy angloamericana. Eso es basura, eso es separar antes que ensanchar.

—¿Ensanchar?

—Cuando uno se enfrenta a una injusticia, debe preguntarse si la siente solo porque le afecta o porque es un hecho universal que no debería ocurrir. Es como la guerra. ¿Rechazas únicamente que pase en tu país o estás en contra de todas? No se puede estar solo contra la muerte de un animal, sino de todos los animales. Hay que ensanchar los principios”.

Newkirk está sentada en el primer piso de la sede de su organización en la capital de Estados Unidos. Una simpática casa de ladrillo cerca del barrio diplomático de Dupont Circle. Viste camisa turquesa y pantalones negros. Todo de algodón, por supuesto. Su conversación es fluida y extremadamente educada. Pero nunca baja la guardia. Esta antigua jefa del departamento de control de enfermedades animales de Columbia es una propagandista feroz. Hierro puro, capaz de enfrentarse a multinacionales y Gobiernos. Durante años fue una militante perseguida. La detuvieron innumerables veces y pasó temporadas en la cárcel. Hasta que en 1980 decidió crear PETA y, dentro de la ley, volcarse en la defensa de sus creencias. La entidad logró sonados éxitos. Frenó experimentos de vivisección (disección de un animal cuando aún está vivo) y torció el brazo a gigantes como Mobil, Shell o McDonald’s.

Newkirk hizo del combate una forma de vida. No importaba que el adversario fuese global o se ubicase en su barrio. Lo vital era la resistencia. La capacidad de negarse, allá donde fuera, al sacrificio de los animales. “Me acuerdo que durante dos años dirigí un grupo que liberaba pichones destinados a la práctica de tiro en Pensilvania. Era horrible. Los dejaban sin comer y luego los soltaban para ser abatidos. Los tiradores iban borrachos, las aves caían heridas y aún vivas las metían en enormes barriles. Nosotros los liberábamos antes para impedir la matanza. Luego nos detenían y nos negábamos a pagar la fianza. Cada vez que lo hacíamos, pasábamos 15 días en prisión. Pero no dimos nuestro brazo a torcer y al final se abandonó la práctica del tiro al pichón”.

Newkirk sonríe recordando aquella pequeña victoria. Es así. Sabe que aún es minoría y que cada paso adelante, por corto que sea, es terreno conquistado. Por ello, su organización y ella misma se hallan en perpetuo movimiento. La matanza de focas y la de ballenas, la caza, los acuarios, los zoos, los espectáculos con animales y, desde luego, los toros figuran entre sus objetivos. Ante esta determinación, de poco sirven los argumentos económicos y culturales. “La esclavitud también fue parte de nuestra cultura. Hay muchas tradiciones sucias y crueles. Y eso no las justifica. ¿Cómo se puede aceptar dar tormento a un animal? No es civilizado ni defendible. Pero no todo es negro, la sociedad evoluciona”, sentencia Newkirk.

Dicho lo cual, cambia la sonrisa por un gesto adusto. No resulta difícil advertir que sus convicciones son pétreas. Hay quien la ha vinculado incluso al Frente de Liberación Animal, la organización dedicada al asalto, sabotaje y boicoteo de las empresas que usan animales para sus negocios. Un grupo clandestino, formado por células anónimas dispersas en una treintena de países.

“No somos lo mismo. El Frente no tiene sedes ni personal; se trata de un conjunto de personas que nadie sabe quiénes son, dedicadas a liberar animales antes de que los maten. No nos parece mal lo que hace el Frente, pero PETA no quebranta leyes; tenemos otro modo de operar. Hemos decidido que para lograr el cambio tenemos que influir en el consumidor y, por tanto, en los mercados”, explica.

—Entonces, ¿los defiende?

—Por supuesto.

—Pero infringen la ley.

—Sí, y también lo hicieron los activistas por los derechos de las mujeres y ahora nos beneficiamos de sus acciones. Hay cosas que se tienen que hacer.

—¿Apoya los ataques a granjas?

—¿Ataques?

—Liberar a los animales sin autorización del dueño.

—Si lo condenas, pregúntate qué estás haciendo legalmente para frenar estas atrocidades. Si haces algo, quizá tengas derecho a decir que esa vía no te parece adecuada, pero si no haces nada...

La presidenta de PETA no parece dispuesta a callar. En la defensa de sus creencias acepta pocas barreras. La experimentación médica, por ejemplo, no es una de ellas. Para Newkirk se trata de una práctica a la que debe ponerse fin. Sostiene que las encuestas señalan que el 46% de la población es contraria al uso de animales en ensayos médicos y que las pautas están cambiando: las vivisecciones ya están prohibidas en su mayoría y la tecnología ha ayudado con el cultivo de tejidos humanos.

“Durante años se han cometido aberraciones. Han sido décadas de crueldades y matanzas de primates. Pero hay métodos alternativos y muchos científicos se niegan a ensayar con chimpancés... Piénselo un momento: ¿acaso experimentaríamos con huérfanos, pobres o inmigrantes solo porque nos diese beneficios? Sería moralmente equivocado.

¿Dónde está la ética en la ciencia? Si hubiéramos puesto dinero en la tecnología, habríamos evitado muchos males. Pero no, durante años preferimos matar animales, hasta que a alguien se le ocurrió probar alternativas”.

Newkirk parte de la premisa de que siempre hay una alternativa. Solo se requiere voluntad.

No se trata solo de denunciar, sino también de crear. Esa es una de sus especialidades. Newkirk es una perfecta anfitriona, una organizadora inagotable. A lo largo de los años ha sabido rodearse de famosos, desplegar campañas virales, expandir su discurso antiespecista (los demás animales no deben ser discriminados por no pertenecer a la especie humana).

Seis millones y medio de personas militan o apoyan ahora la entidad. Pero ella está convencida de que son muchos más quienes la siguen.

“Ahora mismo estamos registrando un crecimiento exponencial: la gente joven se siente cada vez más atraída por nuestro mensaje. Esto solo puede ir a más. En el futuro, alguien mirará la actualidad, se llevará las manos a la cabeza y dirá: ‘¿Cómo es posible que hicieran lo que hicieron?’. Mi esperanza es que la próxima generación no sea tan ciega como la mía”.

© EDICIONES EL PAÍS, 2018. Derechos reservados.

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