El gran Gatsby, de Baz Luhrman

Pobre hombre rico

Por: Oswaldo Osorio


Tal vez lo mejor que se puede hacer con una adaptación cinematográfica es olvidarse del libro. Una adaptación es una nueva lectura, la del director. Y cuando se trata de uno con un estilo visual y narrativo como el de Baz Luhrman, lo ideal es no apegarse a la lectura que alguna vez uno hizo, sino más bien dejarse llevar por la nueva propuesta. Esta suerte de advertencia es porque puede que a muchos esta versión les parezca chocante, pero para otros sin duda será una experiencia original y estimulante.

Este texto tomará partido por la segunda opción, porque esta cinta está hecha con elementos similares a las deslumbrantes y frenéticas tres primeras películas de este director australiano: Bailando en tu piel (1992), Romeo+Julieta (1996) y Moulin Rouge (2001). De Australia (2008), es mejor no hablar. Nunca.

Con El Gran Gatsby asistimos a la transformación de un personaje, pero no tanto por las cosas que le pasan –que es lo usual en toda historia– sino por la forma como el relato lo va develando. Gatsby ya es lo que es, una gran fachada y un mito urbano que guarda unos secretos, pero son la mirada y la narración de Nick, el primo/amigo/escritor, las que van paulatinamente desmontando esa fachada y desentrañando el mito, jugando con el enigma y aumentando en intensidad dramática a medida que revela información, hasta llegar al hombre, a su verdad.

Lo que vamos descubriendo de este hombre es que protagoniza una historia de amor, pero también la historia de un vacío existencial. En el primer caso, se trata de un amor sublimado e inacabado, en el segundo, es la vida de un “pobre hombre rico”, como se le ha dicho tantas veces también al Ciudadano Kane. Ambos aspectos están estrecha y amargamente ligados, porque la plenitud material es contrarrestada por el vacío afectivo. Por eso él nunca está completo. Pero lo que es peor, cuando consigue completarse (al obtener el amor de Daisy), lo estropea por querer perfeccionarlo.

Como gran escenario para la vida de este hombre, está la Nueva York de los años veinte. Porque esta película también es el retrato de una época, caracterizada por su esplendor y optimismo, por sus excesos y su confianza decadente en lo material, la cual rayaba con lo vulgar. Y son justamente estas características de las que se vale Luhrman para darle patente de corso a su desbordante estilo visual –y musical–, un carnaval azuzado por el montaje y el color que, cuando pudo, supo aprovechar el 3D para aumentar el vigor del espectáculo.

Pero si bien hay un frenetismo en lo visual y musical, en el relato del drama se toma su tiempo, incluso también para presentar a su protagonista. Pacientemente lo va acomodando todo y el drama va cobrando una intensidad inesperada, hasta culminar con una grandilocuencia en las emociones que solo pueden ir en dirección de la tragedia. Y así es como nos lleva Baz Luhrman hacia un delirante e intenso recorrido por la vida de un hombre y por el espíritu de una época.

Psicosis: La obra maestra de un mirón

Por: Estefanía Herrera Agudelo

Marion Crane, una joven secretaria, roba 40.000 dólares a un cliente de la oficina donde trabaja. Comienza la huída de la ciudad, maneja por horas y mantiene el temor de ser atrapada. Cansada, decide descansar en el Motel Bates, un lugar manejado por Norman, un aparente hombre indefenso…

Hitchcock en las películas, al igual que Dostoievski en los libros, sugería, gracias a  las experiencias estéticas que sufre el espectador al entrar en relación con el objeto mirado, los despeñaderos presentes –ocultos, pero latentes– de la psicología humana. Y es así precisamente como se muestra Psicosis (Psycho, 1960), como una obra maestra de las borrascas humanas; vista y recordada por miles, sólo comparable a Lo que el viento se llevó y Casablanca, como diría Albert Solá (2006, p.217).

Psicosis no fue un film ligero, tanto en su proceso de producción como en sus etapas de creación. Fue una película tremendamente cuidada desde su guión y puesta en escena, dirección, fotografía y banda sonora, cuidada con celo.

Sin duda alguna su guión (una adaptación de Joseph Stefano tomada de su homónima en novela Psycho de Robert Bloch) está cuidadosamente pensado. La adaptación de la idea (un hombre trastornado con complejo de Edipo, como se miraría escuetamente desde un psicoanálisis silvestre) hasta la elaboración del argumento y el guión literario, fueron pensados –incluidas las efectivas modificaciones en la apariencia de los personajes y en algunas formas estilísticas y narrativas que funcionan diferente para los medios visuales–  para ser un producto profundo pero con una amplia capacidad de inundar mercados.

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Video arte y experimental en Medellín

O la historia que está por escribirse

Por: Oswaldo Osorio


Aunque cada vez pasa menos, a esta ciudad todo ha llegado con retraso. Desde mediados de los años sesenta Nam June Paik y Wolf Vostell creaban las primeras obras de video arte, mientras aquí sus pioneros aparecieron veinte años después. No obstante, sin todavía contar con más de dos o tres videoartistas, a mediados de los años ochenta Medellín se convirtió en el centro de esta actividad a nivel nacional y comenzó lo que parecía ser un prometedor panorama.

Una muestra audiovisual organizada en 1984 y la presencia de obras en video en el IV Salón Arturo Rabinovich, sirvieron como precedente para la más importante muestra que hasta entonces se había hecho, no solo en la ciudad sino en todo el país, la I Bienal Internacional de Video Arte del Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), realizada en 1986 y en la que participaron 132 obras de doce nacionalidades.

Si bien un puñado de artistas locales participó en este evento, como Marta Elena Vélez, Juan Guillermo Garcés o Luis Eduardo Maya, es la figura de Javier Cruz la que sobresale como el más activo y constante durante estos primeros años. Ya desde antes de la Bienal exploraba las posibilidades del video, incluso con la muy novedosa imagen creada por medio de un computador, o también llegó a realizar acciones (como enterrar un televisor) y video instalaciones.

El video arte y la video instalación, entonces, comienzan a tener una especial acogida por parte de la prensa y los artistas, quienes vieron en dicho evento un estímulo para incursionar en este medio, no solo por lo que pudieron hacer y mostrar sino, más importante aún, por los referentes que conocieron. Este estímulo se vio refrendado en 1988 con la segunda versión de la Bienal, la cual contó con una organización aún más ambiciosa, una muestra mayor y la realización de talleres a cargo de video artistas extranjeros.

Participaron en esta Bienal videoartistas  que serían habituales como Javier Cruz, Luis Eduardo Maya y Veronique Mondejar (artista francesa radicada en Medellín y gestora de algunas de las bienales), pero disminuyó su participación a favor de una apertura de la muestra hacia el documental y la ficción. Hay que tener en cuenta que en esta época el video era algo diferente al cine y por eso el formato era el que se imponía en esta comunión de categorías, sin importar que el lenguaje del documental y la ficción fueran más cercanos al del cine convencional que las exploraciones visuales y sonoras propias del video arte.

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Hitchcock: el Maestro del Suspense, el maestro de las audiencias

Por: Estefanía Herrera Agudelo

“Dales placer, el mismo que consiguen cuando despiertan de una pesadilla”.

Alfred Hitchcock

El Maestro del Suspense no convivió con tribus indígenas ni comunidades africanas, tampoco salió a los barrios marginados a interactuar con las personas para comprender mejor las realidades sociales que debía proyectar en la pantalla y que debían servir de conciencia colectiva. Sin embargo, fue un gran etnógrafo del cine, de los mejores que pudo haber existido, comprendía las audiencias mejor que cualquiera, sabía qué querían, cómo lo querían y a qué hora del día. Hitchcock fue un observador minucioso, un etnógrafo encubierto, un etnógrafo de la intuición.

Para contextualizar un poco, Hitchcock, que tuvo dos grandes épocas en su cine -la inglesa y la americana- demostró, a lo largo del desarrollo de éstas, ser un genio de la taquilla, un genio que vendía porque entendía qué pasaba con la gente allá afuera. Toda su visión de la realidad la utilizó para atraer a la gente a ver su celuloide, para hacer una carrera a cuenta de grandes clásicos cinéfilos y taquilleros.

Hitchcock era inteligente: observaba lo que la gente quería, se lo proyectaba en una historia y se lo vendía. La gente le pagaba a Hitchcock para que le contara de qué estaban hechos. Basta con ver el éxito comercial de clásicos como Blackmail, The 39 Steps y The Lady Vanishes (dentro de la inglesa, por mencionar algunas) y de Rebecca, North by Northwest y Strangers On a Train (dentro de la americana –con Selznick y la Warner, exceptuado el desastre de la Transatlantic– por mencionar algunas otras). En el estreno, sus películas venían acompañadas de inmensas filas de personas ansiosas por ser asustadas y que, muchas veces, lamentablemente, no alcanzaban a conseguir su butaca para el miedo.

Ahora, para agregar dramatismo, cabe decir que, cuando el argumento de la película lo requería, Mr. Hitchcock hacía unas pequeñas exigencias a sus exhibidores y a su público. Durante la exhibición de Psicosis, en cada una de las entradas de los teatros donde se proyectaba, se leía el siguiente anuncio: ‘Nadie, pero ABSOLUTAMENTE NADIE, será admitido al teatro después del comienzo de cada presentación de PSICOSIS’.

Ahora, la pregunta que se hace uno es ¿por qué hacer filas eternas en un teatro sin butaca segura y, además de todo, por qué aguantar las exigencias de un director que me dice la hora a la debo usar el tiquete por el que acabo de pagar? Todo es muy claro, el dueño de la exigencia era Alfred Hitchcock, y a Hitchcock se le cree y se le obedece. Porque él sabe desde dónde arma sus crímenes y patrañas. Lo sabe porque entiende al que le habla, y eso no lo hace todo el mundo. Eso lo hace Hitchcock y los etnógrafos. Etnógrafos que miran y participan y que después, sacan sus conclusiones y las aplican en algún producto o acción. Hitchcock entonces era un etnógrafo.

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En trance, de Danny Boyle

¿Olvidar o recordar?

Por: Oswaldo Osorio


Es mucho el buen cine que hemos visto gracias a Danny Boyle. Él es uno de esos directores que ha encontrado el equilibrio entre un cine entretenido y colorido pero también, casi siempre, complejo y con inventiva visual y narrativa. Desde sus inicios con Tumbas a ras de tierra (1994) y Tranispotting (1996), hasta sus dos últimas cintas ¿Quiere ser millonario? (2008) y 127 horas (2010), este director inglés ha demostrado que ese doble carácter propio del cine entre arte e industria no es irreconciliable.

En trance (Trance, 2013) podría decirse que está más del lado de la industria que del arte, no porque sea una película hueca y desechable como la mayoría de productos de cine para el consumo, sino porque se impone su carácter de cine de género, en este caso el thriller sicológico. De manera que toda la cinta está en función del gran enigma a resolver que proponen todos los thrillers, y para hacerlo aplica los recursos característicos del género: el crimen de por medio, la intriga, el suspenso, el ocultamiento de la información, las sorpresas, etc.

El enigma en esta historia es la ubicación de un valioso cuadro que ha sido robado, pero la historia empieza a dar señas de que no es nada predecible cuando nos dice que el lugar donde hay que buscar no es físico sino que está en la memoria de un hombre. Entonces empieza una ardua y tensa búsqueda materializada en seis personajes y unas cuantas locaciones, pero que realmente se desarrolla en la mente de un hombre y es guiada por una hipnoterapeuta.

Así que con estos elementos el director ya tiene unos ingeniosos recursos para hacer un thriller diferente, en el que el espectador siempre pierda en ese juego que constantemente hace para tratar de predecir lo que viene en la historia. Porque aquí la lógica son los caprichos sicológicos del recuerdo y el olvido, a lo que se suma la capacidad de manipulación de la hipnoterapeuta y la desconfianza que reina entre los seis personajes, que puede dar lugar en cualquier momento al engaño y la traición.

Sexo, acción, violencia, intriga y suspenso. Esta película tiene todos esos elementos propios de un cine muy comercial, propicio para el gusto del gran público. Pero sería limitado ver solo esto en ella, pues de fondo se pueden identificar unos móviles y relaciones mucho más complejos. El deseo de olvidar enfrentado a la pulsión de recordar es un asunto que le da profundidad a la trama y a sus personajes, así como los límites de la codicia que cada uno maneja y un confuso e indefinido triángulo amoroso. Y así, es posible encontrar matices en el argumento y filigrana en los personajes que trascienden los básicos tics de cualquier thriller.

Sin embargo, es un thriller con grandes e inesperadas sorpresas, por eso no se puede ahondar en estos matices y esa filigrana, a riesgo de contar las sorpresas. Baste entonces con recalcar que se trata de la nueva estrega de un director estimulante e inteligente, que pone a pensar con sus historias y siempre es sugerente con sus imágenes, superando con su trabajo la discusión sobre si el cine es un arte o una industria.

Alfred Hitchcock (1899 – 1980)

El Maestro del suspense, el Genio del crimen, el Asesino insistente.

Por: Estefanía Herrera Agudelo


Hitchcock y El McGuffin

Aclaración: La intención, bajo ninguna circunstancia, es presentar un tipo de apología empalagosa al genio británico sino, por el contrario, exponer con profunda gratitud algunas de las estéticas narrativas y estilísticas que introdujo; en este caso, el poderoso McGuffin.

Es clave decir que Hitchcock, desde sus primeros films, tenía algo muy claro: derivar las experiencias estéticas que sufre el espectador al entrar en relación con el objeto mirado (el objeto del suspense) en agudos problemas psicológicos que, sin duda alguna y mediante un proceso casi parecido al padecimiento, derivarían, una vez finalizada la mirada al film, en vastísimos problemas filosóficos.

Esta posibilidad de experiencia (una experiencia de profundo compromiso con la historia, generado a través de la tensión) se vivificó fuertemente con Blackmail (1929) cuando, con la introducción del sonoro y gracias a la nueva posibilidad de ejecutar diálogos, expresaría contenidos –en su mayoría triviales–  que disfrazarían lo que verdaderamente se estaba cocinando en la trama: el riesgo del incidente que se espesa en la atmósfera.

Así entonces, el presagio de un incidente a punto de estallar y una palabra impertinente en el momento preciso, dejan ver, sin más, las formas reales de relación a las que nos enfrentamos corrientemente, que son, en síntesis, formas llenas de rodeos.

De esta manera Hitchcock, según lo sostenía Truffaut tras las conversaciones con el maestro, hacía extraño el contenido más trivial (1974), convirtiendo objetos de un regular uso cotidiano a los cuales convencionalmente se les ha atribuido una característica ciertamente ‘buena’ o ‘indefensa’, e incluso ‘débil’, en objetos intensamente perturbadores que, usados para fines insospechados, plantan miedos genuinos que te calan hasta la médula: miedos naturales como el de sentir la muerte en tu casa, oculta entre las fibras de una soga en un baúl o mezclada con la blancura de un simple vaso de leche que descansa en el refigerador. Hitchcock entonces dualiza los objetos, los despoja de efectos moralizantes y los vuelve potencia. Porque Hitchcock es eso; potencia pura.

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Estrella del sur, de Gabriel González Rodríguez

El callejón de la marginalidad

Por: Oswaldo Osorio


Las historias sobre la marginalidad en el cine colombiano tienen que ver con la violencia, o al menos es así desde Rodrigo D. La película de Víctor Gaviria revelaría esos universos de barriada que se escapan a la autoridad e institucionalidad, más en la actualidad con toda esa violencia que ha sido inoculada en la sociedad luego de décadas de conflicto.

Estrella del sur es un filme que se enmarca en este contexto, y aunque tiene una historia que parece que ya hemos visto varias veces, incluso en la televisión, lo importante es la forma en que su director consigue recrear ese universo a partir de una convincente puesta en escena, la construcción de los personajes y el trabajo con los actores.

Aunque el relato tiene un claro protagonista, hay otros cuatro personajes secundarios con gran fuerza dramática y con sus propios conflictos, que incluso compiten en intensidad con el del rol principal, y a todos ellos los une un problema mayor, definido por la hostilidad de ese contexto social, donde las fronteras invisibles, la violencia entre grupos de jóvenes y la intimidación a la comunidad por parte de grupos armados, hacen parte de la vida cotidiana del barrio.

Lo que más estremece y desorienta de esta realidad que dibuja la película, es que no parece haber una razón clara para toda esta violencia, es decir, no es un asunto ideológico o de manifiestos intereses económicos y menos de confrontación entre facciones políticas, sino que parece que, simplemente, la violencia es una imposición de ese universo marginal, ya sea por elección, como ocurre con el antagonista; por sentido de supervivencia, como se puede ver en el personaje del Enano; o por imposición, que es el caso del protagonista, quien es obligado a ser un piñón más en esa máquina de coacción y muerte.

Ante este panorama, el optimismo no parece una opción. Lo veíamos hace poco en la descorazonadora Silencio en el Paraíso (Colbert García, 2012), y ahora aquí, donde se enfatiza más la idea de falta de oportunidades, incluso del prejuicio, cuando se trata de estos jóvenes que provienen de esos sectores marginales. Por eso los anhelos del protagonista de ser piloto, se truecan sin piedad por el papel de soplón de los violentos. Aunque al final (y aquí advierto que lo cuento para quienes no la hayan visto), conviven necesariamente la derrota y la esperanza, por un lado se ve la eterna consecuencia del desplazamiento, y por otro, el sueño de que la vida debe continuar, y nada mejor para hacerlo que un paseo a la costa.

Así que estamos ante una cinta colombiana que parece que nos cuenta una historia conocida, pero la verdad es que por la fuerza y contundencia que este joven director consigue con el drama que construye y con esos duros y sólidos personajes, lo relevante aquí es que nos obliga a comprender ese universo, porque para eso es el cine, para que conozcamos las emociones y los sentimientos casi de primera mano, como si viviéramos esa realidad sin vivirla, y eso ya es bastante para un país tan injusto e indolente.

Vartex: Muestra de video y experimental

Vartex es un evento que tiene como principal objetivo pagar la deuda que tiene la ciudad de Medellín con el video arte y el video experimental. A pesar de ser una forma expresiva del arte y el audiovisual que goza de una creciente aceptación entre artistas, realizadores y el público iniciado, no existe un evento regular que sirva de espacio para su divulgación y reflexión.

El evento, que es organizado por el sitio web Cinéfagos.net y dirigido por el crítico de cine Oswaldo Osorio,  se realizará entre el 21 y el 24 de mayo en el Museo de Arte Moderno de Medellín y el Centro Colombo Americano. Contará con una retrospectiva del video en Medellín en la cual se presentarán trabajos de pioneros como Javier Cruz y Ana Claudia Múnera, realizados hace más de veinte años, así como obras más recientes creadas ya no por artistas de formación sino por realizadores audiovisuales.

La muestra colombiana, por su parte, recoge una serie de obras que han sido significativas en la historia del video nacional, firmadas por reconocidos autores como Gilles Charalambos, José Alejandro Restrepo, Santiago Echeverry y Andrés Burbano. Y la muestra de videos de América Latina es una selección de trabajos más recientes realizados en distintas partes del continente.

Vartex tiene también un componente académico, para el cual están invitados dos autoridades del medio, Gilles Charalambos y Andrés García La Rota, ambos video artistas, profesores e investigadores bogotanos. Charalambos dictará una conferencia sobre la historia del video arte en Colombia y García La Rota dará una conferencia sobre el video como resistencia frente al medio televisivo y realizará un laboratorio de video arte dirigido a video artistas, estudiantes y realizadores audivisuales..

Tanto las muestras como las actividades académicas no tienen ningún costo para el público, aunque para el laboratorio se requiere inscripción previa porque el cupo es limitado. Toda la información se puede encontrar en www.vartexmedellin.com o para mayores informes se pueden dirigir al correo info@vartexmedellín.com.

Thriller no es suspenso

Este es el primero de cuatro textos, que se publicarán cada domingo, sobre Alfred Hitchcock y los temas que le son afines a su cine. Los textos son el resultado de un juicioso y apasionado  trabajo de investigación y escritura de Estefanía Herrera Agudelo, estudiante de  Audiovisuales de la Universidad de Medellín.

Por: Estefanía Herrera Agudelo


“(…) y el suspense,

como los guijarros blancos de Pulgarcito o el paseo de

Caperucita Roja, se convierte en un medio poético ya

que su fin primero es conmovernos más, hacer latir nuestro

corazón más aprisa.”

F. Truffaut (El cine según Hitchcock)

Thriller: el que emociona, el que engancha, el que hace fijar las miradas. Así, con una definición terriblemente escueta, podría explicarse la característica fundamental de éste género pero, sin duda, es importante resaltar las características que lo constituyen como género cinematográfico. El thriller es popularmente conocido bajo el nombre genérico de “suspense” (suspenso), pero es preciso aclarar que esta categorización no es la más adecuada.

El suspense, respondiendo a las denominaciones construidas por la teoría del cine y a las formas de clasificar que ésta propone, es un recurso expresivo o dramático –no un género– que puede ser utilizado como elemento principal y conductor de la estructura del thriller u otros géneros cinematográficos.

Ahora, los elementos esenciales que determinan la singularidad de este género, desde la perspectiva de Martin Rubín (2003), podrían resumirse en: la intriga, la manipulación de la información (revelación y ocultación), la oscilación de la atención del espectador, el crimen (consumado o latente) como punto fundamental de conflicto y uno o más personajes sobre los cuales recaiga algún tipo de duda.

Estas características narrativas y de tratamiento, combinadas con una estética que, en la mayoría de los films de este género, –y un ejemplo claro son las obras de Hitchcock– propone unas imágenes con cierta carga violenta que, más que fortuita, es decisiva o con información determinante para el desarrollo de los actos, sumado a unas formas de puesta en escena ciertamente sugeridas (elementos de tensión) y a un montaje sumamente expresivo, desembocan en un frenesí de emociones incalculables que, como confesaba Truffaut, jamás rayará con lo corriente (1974, p.12).

Siempre, desde una perspectiva puramente dramática, el thriller pretenderá mantener el sentimiento de estrés al máximo y generar ciertos efectos estéticos y éticos que mediante antagonismos que opriman la voluntad y deseo del protagonista despierten emociones cognitivas que, como lo estuvo una vez el querido John Robie, nos mantengan “al borde de la cornisa”.

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Lazos perversos, de Park Chan-Wook

Gótico americano

Por: Oswaldo Osorio


Resulta refrescante y estimulante cuando el cine no es obvio. Por ejemplo, cuando un thriller lleno de asesinatos no es con iluminación en alto contraste, personajes bizarros y locaciones amenazantes. Y eso es justo lo que sucede en esta película, en la que la intriga, el suspenso y las sorpresas propios del thriller, no están dados de manera obvia y redundante (como tanto ocurre con este género en Hollywood), sino que se presentan con sutileza y casi marcando un contraste con las habituales atmósferas de este tipo de cine.

Y es que si bien se trata de una cinta de Hollywood, es realizada por el director coreano más destacado de los últimos años, Park Chan-Wook, autor de la célebre Trilogía de la venganza (Simpatía por el Señor Venganza, Oldboy y Lady Venganza). Un director con gran inventiva visual, personajes extremos e historias inquietantes, de quien temíamos fuera a ceder en estas virtudes al espíritu corruptor de la Meca del cine.

Pero no hubo tal corrupción, al contrario, en esta película logra los mismos efectos pero lo hace con mayor contención y madurez. No tuvo que apelar a imágenes chocantes o intrincados juegos con la estructura narrativa para conseguir ese efecto casi hipnótico e inquietante en el que el espectador realmente está expectante por lo que va a suceder. Porque esta película, aunque todo parece normal y tranquilo, está llena de detalles (una araña que se acerca a un zapato, una llave empacada en una caja) que prefiguran que hay mucho más bajo esa superficie.

Aquí nada es lo que aparenta. Incluso la belleza campea por todo el universo de la película: en los espacios, el paisaje, los personajes, los detalles y hasta en el clima. No obstante, como la mayoría de los thrillers, comienza con una muerte. Y de ella se empieza a desprender todo un ambiente de misterio y turbación sin que realmente pase nada violento hasta casi la mitad del relato. Pero todo el misterio y la tormenta que se avecina la intuimos a través de los ojos de India, la protagonista, así como de la forma en que el director la mira y la hace mover en aquel mundo bello y apacible.

Sin embargo, lo que en ella parece timidez y ensimismamiento, en realidad significa una latente oscuridad en su personalidad, la cual necesita un disparador para sacar lo que trae en la sangre. Por eso, en el fondo, se trata también de una historia sobre la pérdida de la inocencia, solo que contada en clave de un sutil thriller. Claro, sutil en principio, porque luego termina desbocándose, pero de una manera lógica, de forma que, por más extremos que sean los giros, no hay nada gratuito ni forzado.

Con esta Lazos de sangre (Stoker, 2013) definitivamente estamos ante el Park Chan-Wook que conocemos, el que enfrentó a un hombre contra casi dos docenas de oponentes armados solo defendiéndose con un martillo. Sus imágenes siguen siendo bellas e ingeniosas (con sus enfáticos movimientos de cámara, planos aberrados y simbolismos visuales), sus historias truculentas y sus personajes extremos, sin embargo, esta vez lo hace con un pulso más firme, sin burdos efectismos, con lo cual logra un relato definido por el contraste entre la quietud y la belleza frente a los giros inesperados y la pulsión asesina.