Es contradictorio decir que cada vez más colombianos se están yendo del país cuando las cifras están bajando. A rasgos generales, desde mediados de la década de 1990, las estadísticas de emigración definitiva de colombianos —es decir, quienes salen del país y no regresan— muestran un promedio de 200.000 colombianos por año que salieron del país sin retornar, esto hasta datos de 2005.
En el periodo más reciente con datos acumulados, entre 2012 y 2021, se estima que 1.984.569 personas emigraron de forma definitiva, consolidando una tendencia sostenida de movilidad hacia el exterior.
Sin embargo, tras la crisis sanitaria global de la pandemia, las cifras aumentaron de forma considerable. Para diciembre de 2021, el número de colombianos que abandonaron el país sin regresar ascendió a 256.000, y en 2022 se alcanzó un récord histórico con más de 547.000 salidas netas, según el Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (CERAC) y Migración Colombia, lo que representó un incremento del 70 % frente al promedio previo a 2020.
Desde esa cifra récord, los números han bajado: de acuerdo con Migración Colombia, en 2023 se contabilizaron 446.000 salidas netas, mientras que en 2024 —aunque con una leve reducción respecto al pico de 2022— se estimaron alrededor de 347.000 personas.
En conjunto, entre 2022 y 2024, Colombia registró el mayor éxodo de su historia reciente: alrededor de 1,33 millones de personas dejaron el país de forma definitiva. Es decir, en solo tres años el país perdió una cantidad de población equivalente a dos tercios del total registrado durante toda la década 2012–2021.
Por eso, es contradictorio decir que cada vez más colombianos se están yendo del país cuando las cifras están bajando, pero en total, la cifra sube cada vez más.
Pero, ¿por qué cada vez más colombianos desean irse a vivir al exterior?
Las oportunidades en Colombia son...
Cuando Elsy Muñoz cumplió 48 años, sintió que en Colombia el tiempo empezó a jugarle en contra. Había tenido un pequeño negocio en Cocorná, un municipio del oriente antioqueño, pero una crisis económica la obligó a cerrarlo. Buscó empleo en inmobiliarias y comercios, pero en cada intento la respuesta era la misma: “¿qué edad tiene?”.
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“En Colombia, ya nosotros somos como inservibles”, dice hoy desde Tennessee, Estados Unidos, donde vive hace un año y medio.
“A pesar de que todavía soy productiva, en Colombia no contratan personas de mi edad. Aquí sí servimos, para lo que sea servimos”. Su decisión de irse no fue solo económica. En los últimos años, mientras atendía su negocio, empezó a recibir llamadas y notas extorsivas. “Me decían que si no pagaba me iban a picar mis hijas y a dejarlas en la puerta del almacén”.
Mientras Elsy buscaba seguridad y estabilidad, Alejandro Carrillo partió de Colombia no por miedo ni necesidad, sino por deseo: el de aprender y vivir la música clásica en el lugar donde nació.
A los seis años ya se imaginaba viviendo en otro lugar, fascinado por los idiomas, las religiones y las culturas distintas a la suya. Esa inquietud lo llevó primero a estudiar piano clásico y luego a cruzar el mundo para aprenderlo donde nació: en Europa. Hoy vive en Bélgica, donde terminó su maestría en música y encontró un lugar que —dice— le dio calma y propósito.
A diferencia de Elsy, que buscó seguridad y estabilidad, Alejandro migró en busca de crecimiento artístico y personal. “Era muy incómodo cuando estaba en Colombia y siempre sentía que quería estar en otra parte, que había algo allá afuera que yo quería y que no tendría en mi país”, cuenta. En ambas historias hay algo en común: se les hizo más fácil conseguir estabilidad por fuera.
Esto, en parte, tiene que ver con que los colombianos son bien vistos en el mundo en lo que a trabajo se refiere.
Juliana Correa, jefa del pregrado de Negocios Internacionales de la Universidad EAFIT y encargada de la internacionalización de la misma institución, cuenta que los colombianos son muy “apetecidos” en el mundo laboral, sobre todo por su forma de trabajar. Explica que afuera se valora mucho su actitud: llegan temprano, conversan, mantienen el ánimo y, al mismo tiempo, son trabajadores incansables.
“No hay mejor trabajador que un colombiano”, dice con convicción. “Son ‘recocheros’, pero son de los mejores para trabajos duros”, resume. Sin embargo, matiza que ese reconocimiento también tiene su otra cara: muchos de esos colombianos, aunque son bien valorados, terminan en labores duras y mal pagadas, lo que plantea preguntas sobre hasta qué punto ese “apetecidos” se traduce realmente en una mejor calidad de vida.
Educación y calidad de vida
Andrés Lemus se fue de Colombia por una oportunidad. Cuando cursaba Comunicación Social en Medellín, sintió que estudiar en otro país podía abrirle el panorama profesional y personal que estaba buscando. “Se me presentó la oportunidad de poder estudiar en España, continuar con mis estudios universitarios, abrirme más a nivel internacional y entender cómo son los medios de comunicación en otros contextos”.
Su decisión no fue impulsiva. La tomó en diciembre de 2024, después de pensarlo como un paso estratégico para su carrera. Explica que quería fortalecer su hoja de vida, tener una experiencia que le permitiera competir en un mercado laboral más amplio. “Fue la posibilidad de tener algo gratificante para mi hoja de vida, decir que estudié en otro país, tener más oportunidades laborales y expandir mi conocimiento”.
Más allá de lo académico, también lo movía una motivación personal: crecer, madurar, probarse lejos de casa. “Creo que también lo hice por eso, porque soy joven, estoy solo y este tipo de experiencias te ayudan a madurar un poco”.
De cierta forma, es un caso similar a lo que sucedió con Alejandro, se fue por temas de estudio y, claro, buscando establecerse en Europa; a diferencia de Elsy que solo fue a trabajar, precisamente por las pocas oportunidades que, según relata, le ofreció Colombia.
Y es que cada vez más colombianos buscan formarse en el exterior, impulsados por la idea de que la educación se enriquece con experiencias internacionales buscando estabilidad en un futuro. En Estados Unidos, el número de estudiantes colombianos llegó a 10.120 en 2023-2024, según el Open Doors Report, tras recuperarse de la caída durante la pandemia. En Canadá, los permisos de estudio emitidos a colombianos llegaron a 8.081 en 2023, mientras que en España se registraron 23.623 estudiantes en el curso 2022-2023.
De acuerdo con Ana María Bustamante, directora de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Bolivariana, ese “apetito” no es nuevo, pero sí más visible en la “pospandemia”.
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En su caso, admite, “no recibimos y no mandamos más estudiantes por límites operativos”; lo que crece, insiste, es la cantidad de estudiantes interesados que hay que saber gestionar. Menciona que hoy la competencia profesional ya no se limita a las fronteras nacionales: habla de que “somos ciudadanos del mundo” y remata que “uno ya entra en un ‘mercado’ mundial”.
Esa lógica también transforma la manera en que los jóvenes construyen su perfil profesional. Ya no se trata solo de obtener un título en Colombia, sino de complementar la formación con “experiencias por fuera” que amplíen su visión y fortalezcan su empleabilidad.
Para Andrés y Alejandro, esa búsqueda de bienestar fue tan determinante como la formación misma. Ambos encontraron en el extranjero una sensación de independencia y de ritmo distinto, menos marcado por la incertidumbre o la informalidad laboral que dejaban atrás. Andrés habla de “aprender a vivir solo, sin tanto estrés ni miedo al día a día”, mientras que Alejandro comenta que en Europa ha sentido por primera vez “una tranquilidad que en Colombia es difícil de tener”.
En cambio, Elsy, aunque reconoce que Estados Unidos la acogió bien y ha encontrado estabilidad, dice que “no deja de pensar en volver”, pero solo si pudiera tener las mismas condiciones que hoy disfruta afuera.
¿Devolverse a Colombia?
A veces, cuando termina de empacar pedidos industriales en la empresa donde trabaja, Elsy piensa en Colombia. No en los problemas que la empujaron a irse, sino en los olores y sonidos que dejó atrás. “Sueño con volver a oler la fruta, entrar a un mercado y sentir esos olores”.
Extraña la comida, la música y, sobre todo, la cercanía de la gente. “Aquí la gente es muy fría, no hay ese calor humano que tenemos allá”. Aunque le gusta Estados Unidos —“me encanta porque nadie se mete con nadie, uno vive tranquilo”—, no da por hecho quedarse de forma definitiva.
Su proceso de asilo político la mantiene en pausa: “Si me voy, ya no vuelvo a entrar nunca más”, explica. Vive en una especie de limbo, entre la nostalgia del país que dejó y la tranquilidad del que la acogió. “Estoy ahí, en la incertidumbre. Todo depende también de mis hijas; si ellas se vinieran, yo no pensaría en volver”.
Alejandro, en cambio, es más tajante: “Me veo yendo, pero no viviendo” en Colombia. Volverá, sí, pero solo de visita. La idea de anclarse no lo convence: “La idea de residir en un lugar toda la vida no me atrae mucho en general”. En Bélgica, dice, “no siento deseos de irme a ninguna parte; mi mente se ocupa en otras cosas”.
Su proyección es nómada: “tal vez soy muy inquieto; no me proyecto a vivir toda la vida en un solo lugar”. Y si el rumbo cambia, “donde sea, seguramente voy a estar bien”.
Andrés decidió estudiar Comunicación Social en el extranjero con un propósito claro: que esa experiencia impulse su futuro en Colombia. “La idea es tener más oportunidades laborales dentro de mi país y expandir mi conocimiento a nivel internacional”, cuenta.
Tomó la decisión en diciembre de 2024, no como un punto final, fue más como una pausa para mirar el mundo desde otro lugar, desde Madrid.
Estudiar afuera le permite “abrirse más a nivel internacional”, mientras fortalece su hoja de vida para cuando regrese. “Sí podría volver a mi país, no está mal —reconoce—, de hecho lo ideal es aportar desde la parte internacional, por la experiencia que estoy teniendo por fuera dentro de mi país”.
Aun lejos, conserva el vínculo con lo cotidiano: “El clima es increíble, la comida también lo es”’; y extraña, sobre todo, a la gente: “La gente en Colombia es más educada, más amable, más empática; creo que extraño eso”.
Al final, ninguno de los tres cierra del todo la puerta. Elsy lo imagina como un regreso pendiente; Alejandro, como una visita breve; y Andrés, como un horizonte posible. Todos, a su manera, siguen conectados con el país que dejaron: por la memoria, por el afecto o por la esperanza de un futuro distinto. Volver no es fácil ni inmediato, pero tampoco una renuncia definitiva.
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En sus experiencias se repite una idea común: aunque la vida los llevó lejos, Colombia sigue estando, de algún modo, en el centro de su mapa. No es del todo malo que la gente se vaya. Desde la perspectiva de Ana María Bustamante, migrar no debería verse como una pérdida.
“No necesariamente se desvinculan del país”, dice, al señalar que muchos de quienes se van terminan siendo una suerte de embajadores que mantienen vivos los lazos con Colombia, todos desde sus particularidades.