Revaluación del peso: ¿problema monetario o estructural?

La revaluación es, de manera simple, el fortalecimiento de la capacidad adquisitiva de una moneda frente a otra. En pocas palabras “una unidad de mi moneda compra más bienes y servicios extranjeros que antes

Colombia está viviendo un fenómeno crónico de revaluación. Sin mirar cifras muy detalladas y sin hacer mayores precisiones sobre la relación entre la tasa de cambio nominal y la inflación, es evidente que si el dólar en Colombia cuesta menos en pesos hoy que hace 10 años, es porque estamos revaluados (ver enlace). Aunque la inflación en Colombia ha bajado sustancialmente, nuestros datos históricos no son en promedio más bajos que los de los países que nos compran la mayor parte de las mercancías: la Unión Europea y Estados Unidos. Por lo tanto, para no hablar de revaluación el dólar debería estar, al menos, un poco más caro que en años atrás. Y no es así.

La consecuencia de esta situación es que nuestros salarios son internacionalmente altos, nuestros productos son comparativamente costosos y, por ende, somos propensos a comprar más bienes importados y a vender menos de lo nuestro. Mientras hace poco menos de dos décadas un obrero colombiano ganaba cerca de US$100, hoy el salario mínimo supera los US$300. En consecuencia, es comparativamente más caro producir en Colombia hoy que antes.

¿Por qué se está dando este fenómeno? por diversas razones. Algunas son externas a nuestro país y, digámoslo así, se salen de nuestras manos: la política macroeconómica de Estados Unidos y la debilidad de los indicadores de ese país generan devaluación del dólar. Pero, de otro lado, nuestro “éxito en los mercados de capitales”, y la bonanza ya casi crónica de los mercados de commodities, nos están inundando de dólares. O sea, créditos externos, inversiones extranjeras en minería y aumento de los ingresos por exportaciones de carbón, ferroníquel y petróleo principalmente, están revaluando al peso. Coloquialmente hablando, nos estamos llenando de dólares.

Si nos está yendo tan bien, por qué ¿nos preocupamos? Porque este éxito no es equilibrado. Lo que se logra con exportaciones mineras afecta a la industria y a la agricultura, que no exportan mucho y que, como consecuencia de la revaluación, cada vez enfrentan  más competencia extranjera que llega al país en forma de importaciones.

Esta situación tiene dos características que señalan lo anómalo del fenómeno. De un lado está el hecho que la economía no se está desarrollando de manera equilibrada, o sea, tenemos una minería próspera y creciente, mientras, del otro lado, se encuentran, una industria y una agricultura deprimidas o, al menos, estancadas. Adicional está el hecho que Colombia no tiene grandes reservas de hidrocarburos, por ende, la prosperidad vía petróleo  no es sostenible en el largo plazo. Aunque suene un poco simplista, Venezuela puede fincar su desarrollo en la industria petrolera, sin fortalecer otros sectores porque sus reservas confirmadas del oro negro se miden en décadas y hasta en siglos; en cambio, las colombianas apenas las podemos medir en años o lustros.

Entonces, volviendo a la pregunta original: ¿es la revaluación un problema monetario? ¿puede el Banco de la República resolver el problema bajando las tasas de interés y comprando unos milloncitos de dólares al día? Creo que no.

Obviando las variables externas, -que en la práctica no se pueden obviar, pero que lo hacemos para fines metodológicos- el problema es que mientras consumamos de cuenta de una bonanza de commodities, estaremos destruyendo a otros sectores de la economía que son reemplazados por los competidores extranjeros: la industria y la agricultura. Nuestro problema es estructural y, por ende, debe resolverse redefiniendo nuestras estructuras de gasto, de inversión y de producción.

Si no ahorramos, poniéndole algo de freno al consumo privado y al gasto público, y si no redireccionamos nuestros recursos más importantes hacia inversión en sector manufacturero, agro, infraestructura, ciencia, tecnología, educación y desarrollo de nuevas industrias, nos comeremos la bonanza y estaremos sembrando la miseria que cosecharemos en el futuro.

Veámoslo así: si hay más ciencia, más tecnología, mejor infraestructura y más trabajadores educados y saludables, entonces nuestras empresas serán más innovadoras, tendrán menores costos y agregarán mayor valor a sus productos, lo que permitirá obtener una mejor remuneración por lo que se venda en el país y lo que se exporte al extranjero. En consecuencia, no importará si el dólar está un poco más barato (nominalmente) ya que el aumento de las eficiencias -más productividad- y la agregación de valor -mayor precio de venta-, compensarán esta pérdida. He ahí el truco.

Moraleja: estamos ante un problema estructural y su solución es estructural.  

La economía global en crisis: el tsunami no se detiene.

Desde finales de 2007, la economía mundial ha entrado en una crisis que parece un remolino del que no se puede salir. Sin embargo, algunos países están más cerca de la playa que otros. ¿Qué tan segura es la posición de estos países? ¿la calidad de sus salvavidas es confiable?

Hagamos una clasificación de actores y su situación presente de cara al 2012.

Grecia, España e Italia. Estos países presentan la peor situación. De hecho, la recuperación de la confianza de los mercados financieros depende de las medidas de ajuste que estos países implementen. Pero, luego de recuperada la confianza, la sostenibilidad del ajuste dependerà de los resultados que éste comience a arrojar en los meses subsiguientes. Con la aprobación del rescate a Grecia –incluida su titubeante aceptación-y las medidas tomadas por el gobierno español para evitar la quiebra, podría decirse que se ha dado el primer paso. Pero, entonces, vendría el gran reto.

Admirables economistas como los premios nobel, Krugman y Stiglitz, consideran que estas no son las medidas correctas, éste es un ajuste que desestimula la demanda. El caso es que, tomado este camino, los ciudadanos de España y Grecia (al igual que los irlandeses e italianos) están poniendo el mayor esfuerzo: disminución del empleo, del ingreso y del gasto. En consecuencia, la solidez de la recuperación dependerá de la creatividad de los productores para crear mercados donde hay bajos ingresos y de la paciencia de la población que, de ser poca, podría traducir esta crisis económica en una política. Las manifestaciones de “inconformes” por el mundo industrializado son una señal de ello.

Estados Unidos. Si bien la potencia norteamericana apagó el incendio de su crisis financiera, el aparato productivo aún no despega  a pesar de la estrategia expansiva: devaluación del dólar y aumento de la oferta monetaria. Aunque el desempleo dejó de aumentar, aún se halla muy lejos de los indicadores anteriores a la crisis. Hoy Estados Unidos tiene casi el doble de desempleados que en 2006.

En Estados Unidos la confianza no se ha restablecido, ni por parte de los consumidores ni del sistema financiero. El indicador más crítico es que el mercado de vivienda aún no se reactiva, los precios de las casas siguen estancados en el fondo, lo que hace inviable al crédito: “si no tienes una casa con un precio de mercado atractivo, no te puedo prestar dinero”, más o menos esa debe ser la respuesta de los banqueros hoy en día en Estados Unidos. Y es que el centro de la crisis aún no se ha resuelto: cientos de miles de norteamericanos tienen una vivienda con una hipoteca cuyo monto supera al valor de mercado de la casa, a pesar de que llevan varios años pagándola.

Los demás países de la Unión Europea. En general, el crecimiento europeo será lento ya que este bloque se caracteriza por un fuerte comercio intrarregional. El principal cliente de los productos europeos son los mismos países de la región. Así que mientras no se restablezca la confianza del sistema financiero y comiencen a generarse nuevos empleos, Europa avanzará a la velocidad que le permita el lastre de la crisis. Obviamente, el colchón de Alemania es superior al de sus vecinos, lo que se traduce en menores efectos para la población teutona.

Países emergentes productores de commodities. Naciones como Perú o Colombia han salido relativamente bien libradas de la crisis. Sus economías crecen, el desempleo no aumenta y la balanza de pagos se ve sólida gracias a las exportaciones de materias primas y a los ingresos de inversiones extranjeras. En parte es la misma situación de Venezuela o Argentina, aunque ellos tienen otro tipo de problemas domésticos: excesivo gasto público, inflación y ausencia de confianza por parte del capital extranjero, especialmente en el caso venezolano.

Todo indica que en el corto y mediano plazo se gozará de relativa buena salud ya que los precios de combustibles seguirán al alza por dos razones fundamentales: China sigue creciendo gracias a la expansión de su mercado interno; y la caída en la oferta de petròleo y gas como resultado de problemas políticos en Medio Oriente y Norte de África, principalmente. Pero, no hay garantía que los precios de los alimentos conserven la misma tendencia.

El reto de estos países, que es lo que hace Argentina, es tratar de aprovechar la bonanza para estimular la industria nacional. Aquí es donde no se ven claramente los esfuerzos de los países andinos. El combustible no es renovable, esta bonanza se acabará y, entonces, ¿con qué apalancaremos nuestro crecimiento futuro? Hay que direccionar el superávit y estimular nuevas inversiones hacia otros sectores, particularmente productores de bienes y servicios con alto valor agregado.

China, India y otros países emergentes fuertes en industria y servicios. Estos son la locomotora de la economía global. Dos factores determinan que su futuro cercano siga siendo promisorio: la expansión de sus mercados internos y el hecho que siguen siendo los más atractivos para la inversión extranjera. Los capitales internacionales siguen privilegiándolos para colocar su liquidez.

Sin embargo, no están exentos de problemas: China y Brasil presentan problemas de inflación y existe, adicionalmente, una fuerte presión de Estados Unidos y Europa para que China revalúe su moneda y aligere la carga comercial de los países industrializados. Vivimos en un mundo global y China no puede contar con un crecimiento sostenido de largo plazo, si sus principales compradores no salen de la crisis.

En el 2012 veremos si baja la cresta de la ola de este tsunami global.

Dolar barato: si un problema no tiene solución…busque otro problema

La angustia se ha tomado los mercados colombianos. El peso revaluado tiene preocupados a Tirios y Troyanos. Gobierno y empresarios no saben qué hacer ante una coyuntura tan negativa para los productos colombianos. Pero el tema se está abordando de una manera muy simplista: esperar que el Banco de la República y el gobierno tomen medidas para hacer subir el precio del dólar.

Pero, el problema no es sencillo. El dólar está barato en todo el mundo y ello responde a una situación objetiva: la gradual caida de competitividad de la economía norteamericana frente a Alemania, Japón y, especialmente, un pequeño grupo de mercados emergentes liderado por China e India. Adicionalmente, hay argumentos de coyuntural política macroeconómica norteamericana: la Reserva Federal y el gobierno de Estados Unidos están empeñados en mantener el dólar barato para recuperar empleos a través de un mejoramiento en su balanza comercial.

Adicionalmente, otro argumento simplista es que estamos asociando la tasa de cambio como una variable que afecta negativamente, de manera principal, al sector exportador, pero la realidad no es así. Es la industria nacional que abastece al mercado doméstico la que está pagando la  mayor parte de los platos rotos de la revaluación, lo que se convierte en factor fundamental para explicar la falta de empleos.

De hecho, a pesar de la queja de nuestros exportadores, las ventas colombianas al exterior crecieron entre 2009 y 2010, pasando de 32.853 millones de dólares a 39.820 millones. Entonces, si la situación es tan difícil, debido a la devaluación del dólar, ¿por qué las exportaciones crecen más del 20% al año? La respuesta es sencilla: estamos exportando commodities y éstos están viviendo una gran bonanza mundial.

No queremos con estos datos desconocer que algunos sectores manufactureros, -titanes, se les podría llamar- están siendo seriamente afectados con la tasa de cambio actual. Lo que deseamos plantear es una revisión del tema de manera estructural: llevamos dos decenios de apertura económica, y uno de los argumentos fundamentales para instaurar este modelo, en lugar del proteccionismo de mediados y finales del siglo XX, era la necesidad de modernizar el aparato productivo colombiano. Pero hoy, veinte años después, seguimos siendo exportadores de commodities.

Estos dos gráficos del Mincomex muestran que no hay manufacturas que tengan un peso significativo en el volúmen total de exportaciones (cerca de 40 mil millones de dólares en 2010). Definitivamente son los hidrocarburos y otros sectores de la minería que, aunados al café, copan el mayor porcentaje del mapa exportador colombiano. Excepto Venezuela, todos los demás mercados han sido fundamentalmente compradores de nuestras materias primas.

Pero, lamentablemente, Venezuela dejó de ser nuestro segundo mejor mercado, su participación ha caído del 15% a poco menos del 5% y su histórico segundo lugar ha sido ocupado por China, país que compra más del 6% de nuestra oferta.

En conclusión, si de exportar se trata, estamos exportando pero, en general, nuestra economía se ha estancado, no se ha modernizado y nuestro aparato productivo no ha cambiado de manera significativa con respecto al que teniamos antes de la apertura, ni de manera comparativa con respecto al de nuestros competidores. Colombia ocupa, según el Indice de Competitividad Global medido en 2010, el puesto 68 entre 139 naciones, muy por detras de vecinos nuestros como Chile, Brasil, Barbados, Panamá o Costa Rica.

Entonces, si no podemos frenar la devaluación del dólar, ataquemos las variables que si están en nuestras manos y de las cuales depende la competitividad de nuestras empresas: corrupción, burocracia e ineficiencia estatal, infraestructura, mano de obra calificada y estructura fiscal. Variables reconocidas como debilidades colombianas según el Indice de Competitividad Global.

Ampliar la cobertura y mejorar la calidad del sistema educativo, reducir la corrupción y mejorar la infraestructura vial son estrategias que reducen costos, disminuyen tiempos, ayudan a innovar, a mejorar la calidad y, por lo tanto, atraen inversión extranjera a la vez que elevan la productividad de la industria nacional. Aunque el dólar realmente está muy barato, el problema estructural de nuestra baja competitividad está en estas variables que son totalmente domésticas.

De otro modo, con dólar barato y economía no competitiva, no sólo vamos a perder nuestros mercados externos, sino incluso el doméstico.


De la Guerra de Monedas a la Guerra Comercial: proteccionismo a la vista.

La FED acaba de anunciar que liberará 600 mil millones de dólares al mercado. El país dueño de la “máquina” de emisión de dólares, hará uso de su monopolio para financiar las políticas de reactivación económica. En otras palabras, el Banco Central le presta dinero al gobierno para que gaste y así estimule la demanda, la producción y el empleo en Estados Unidos. Hasta ahí todo va bien.

Pero, la economía es global. Nada que suceda en Estados Unidos va a pasar desapercibido en el resto del planeta. Lo que hace Estados Unidos no es otra cosa que reactivar el círculo vicioso acción-reacción que, en últimas, retrasará la recuperación económica global. Veamos esquemáticamente a qué nos referimos:

Estados Unidos crea dinero (dólares), en consecuencia, por la alta oferta de liquidez, se mantienen bajas las tasas de interés en Estados Unidos.  Los inversores buscan otros mercados de capitales de renta fija que tengan tasas de interés más altas: Europa, Japón y los mercados emergentes reciben más dólares.

Consecuencia cambiaria: la sobreoferta de dólares hace que se revalúen el Yen, el Euro y las monedas de los mercados emergentes (incluido Colombia). El Yuan de la china no se revalúa porque está anclado al dólar

Consecuencia Comercial: se abaratan más los productos norteamericanos y chinos y se encarecen los productos del resto del mundo.

Medidas de ajuste: ante la medida tomada por Estados Unidos, los demás países reaccionan con medidas que buscan contrarrestar los efectos de la política monetaria norteamericana. Las medidas pueden ser:

1. Los bancos centrales bajan sus tasas de interés de referencia (todos tratan de hacer esto),

2.  Los gobiernos gravan las entradas de capitales de corto plazo o establecen barreras administrativas como por ejemplo, limitar los plazos de permanencia de los capitales especulativos (Brasil).

3. Los gobiernos esterilizan sus propios ingresos de divisas (el gobierno colombiano no monetizará en el corto plazo un porcentaje de sus rentas petroleras, las dejará temporalmente en el exterior)

4. Los gobiernos hacen sacrificios fiscales (reducir déficit) para no presionar las tasas de interés con el endeudamiento público (algunos gobiernos de Europa, tal vez).

Hasta acá, la punta del iceberg. Si esta guerra de monedas no se resuelve prontamente con un “pacto de caballeros” del G-20 (qué, a propósito, se reune esta semana), entonces vendrá la artillería pesada: Proteccionismo comercial. En otras palabras, restricciones a las importaciones recíprocas entre los tres grandes centros de la economía mundial y los Mercados Emergentes puede ser el paso siguiente de esta crisis. Aranceles más altos, contingentes de importaciones y exigencias de restricciones voluntarias de exportaciones, estarán a la orden del día en la mesa de negociación geo-económica mundial.

En los actuales momentos, donde el Sistema Multilateral de Comercio, regido por la OMC, no ha logrado cerrar satisfactoriamente la Ronda de Doha que comenzó hace 10 años, nada puede ser más nocivo que una guerra comercial.  Esta puede ser peor que la actual guerra de monedas, y arrastraría a la economía mundial a una segunda recesión en menos de tres años.