Colombia no es una Economía Emergente, es un país subdesarrollado.

Giovanny Cardona Montoya, marzo 6 de 2021.

 

Dice Harari Y. N. que los sapiens dominamos el mundo porque somos la única especie capaz de crear historias ficticias y “tragarse el cuento”. A propósito de esta premisa, viene a mi memoria que hasta la década de 1980 en el imaginario social (incluidas las instituciones educativas, las empresas y el Estado), existian tres grupos de países: los del primer mundo (capitalistas desarrollados), los del segundo mundo (socialistas) y tercer mundo (subdeasarrollados).

Sin embargo, con la caída del socialismo en Europa del Este y la URSS y con la notoria transformación económica de países del este y sudeste asiático (China, Corea, Taiwán Singapur), esta clasificación entró en desuso. En su lugar, aparicieron nuevas categorías, la mayoría de ellas asociadas a la idea de Economías Emergentes, para señalar que abandonan el subdesarrollo o que se convierten en naciones industrializadas.

En ese contexto, hace un par de décadas, John O´Neill de Goldman Sachs acuño el acrónimo BRIC para indicar que Brasil, Rusia, Chna e India tenían ciertas características comunes que elevaban su atractivo para los inversionistas. Pero, nuestra capacidad de crear fantasías transformó BRIC en BRICS (para sumarle a Sudáfrica) y luego se extendió la cadena con otros acrónimos como MINT,  y CIVETS -creado por The Economist-, en el cual ingresa Colombia con Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica.

De hecho, un estudio indicaría que las acciones de los países envueltos en alguna de estas siglas, valorizan hasta 8,5% más que las de los que no están. Sin embargo, lo que nace de un estudio técnico se va conviritiendo en “moda” que hace eco en diferentes dimensiones de la sociedad, ya no sólo en el mundo de las inversiones. El imaginario colectivo comienza volar.

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Pero, ¿se puede considerar a Colombia una Economía o Mercado Emergente?   

Según Antoine Van Agtmael (quien fuera economista del Banco Mundial), la combinación entre desarrollo tecnológico y transformación demográfica del planeta genera una nueva categoría de países. Mano de obra barata en acelerado proceso de cualificación, guiada por empresarios y gobernantes emprendedores, da pie a una transformación cuantitativa y cualitativa de las economías regionales. De ahi salen países en proceso de industrialización con un significativo crecimiento de su poder adquisitivo. He aquí los llamados mercados emergentes.

Colombia es un país grande en extensión y en población (entre las 30 naciones más grandes y pobladas del planeta), pero éstas son ventajas naturales. Pongamos el foco en las ventajas que denotan evolución: la transformación de la mano de obra, la evolución de su estructura productiva y el crecimiento del ingreso per cápita.

Para tener una mano de obra más cualificada, un acelerado proceso de industrialización y un crecimiento del ingreso per cápita, se hace necesario, primero que todo, tener buenos resultados en materia de cobertura y calidad educativa. De acuerdo con estudios realizados, entre 2010 y 2014 Dinamarca invirtió en educación el 8% de su PIB, mientras Colombia dedicó el 4,64%, guarismo inferior al de Bolivia, Argentina, Ecuador y Brasil. Un dato complementario es que en 2019, el porcentaje dedicado a la educación cayó a 4,3%.

Como resultado de estos esfuerzos, los departamentos más exitosos en cobertura neta en educación media (porcentaje de niños en edades entre 14 y 17 años, que efectivamente estudian) alcanzan el rango de 50-60% de esta población. En otras regiones dicho indicador oscila entre 40% y 50%. Pero los de peor desempeño alcanzan resultados muy bajos, incluso del 10%.

Adicionalmente, con datos del Ministerio de Educación Nacional, el Consejo Nacional de Competitividad deduce que para las cohortes de 2014 a 2017, de 100 niños que toman el grado 1 de primaria, sólo 44 alcanzan a terminar la educación media (grado 11). Y de los que ingresan a la educación superior, la tasa de deserción por cohorte en la educación técnica profesional, tecnológica y universitaria en 2016 es de 52,3 %, 53,5 % y 45,1 %, respectivamente.

Si nos comparamos con un claro referente de Mercado Emergente, Corea del Sur, la diferencia es contundente: Su sistema educativo “ha logrado alcanzar prácticamente la cobertura total en todos sus niveles: en 2009 tuvo una tasa neta de 99 por ciento en educación primaria y 96 por ciento en educación secundaria, mientras que en la enseñanza terciaria llegó a uan cobertura bruta de 100%.”

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La idea es que la población cada vez más cualificada permee el mercado laboral, pero si nos comparamos con los demás integrantes de la OCDE (organización de países desarrollados y emergentes a la que ya pertenece Colombia), nuestra población económicamente activa -PEA- y de ésta, la que se halla ocupada, siguen siendo mucho menos cualificadas. En 2019, sólo 19% de la población que labora tiene educación terciaria, mientras los que tienen básica o menos superan el 44%. En la OCDE estos indicadores son inversamente proporcionales (39,3% y 19,3%, respectivamente).

Como segundo indicador, es fundamental ver la transformación de la estructura productiva. Las economías emergentes vienen cambiando su vocación productiva; de commodities han evolucionado a la producción de bienes con creciente valor agregado.

A lo largo de 30 años de apertura económica, la estructura exportadora del país se ha concentrado y es menos diversificada; depende más de los bienes sin transformar de origen minero que en la segunda mitad del siglo XX. En 2019, las exportaciones mineras sin transformación son el 48% de la canasta de bienes y servicios vendidos al exterior; mientras para América Latina en promedio este indicador es del 25% y para la OCDE es de apenas 7%. Una economía emergente como Sudáfrica apenas llega al 20% en este indicador y para Singapur el dato es de 1%.

Las exportaciones colombianas de alta intesidad tecnológica apenas llegan al 2% de toda la oferta, mientras para la OCDE este indicador es de 13%; para América Latina es 9% y para Singapur es de 26%.

En síntesis, no se avanza suficiente en la cualificación de la mano de obra y ello dificulta la transformación de la oferta productiva. Seguimos siendo un país no industrializado, dependiente de la exportación de recursos naturales y atado a las importaciones de bienes intensivos en conocimiento.

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Por último, si bien la renta per cápita de Colombia ha aumentado, su volumen y tasa de crecimiento reflejan el relativo rezago con respecto a otras economías emergentes. Según el Banco Mundial, Corea del Sur tiene una renta per cápita en 2019 (a precios constantes de 2010), de 28.675 dólares; la cual se duplicó en 20 años (desde 1999). Chile la duplicó en 15 años, alcanzando los 15.091 dólares, mientras que Colombia llegó a 11.059, tomándose 35 años para duplicarla.

Como dice, Harari, el homo sapiens tiene la capacidad de fantasear y esto ha sido un motor para convertirnos en la especie dominante del planeta. Pero, cuando autodenominarse Mercado Emergente no es un instrumento que mueva a las diferentes organizacione sociales y al sector público para avanzar en una cierta dirección, sino que se convierte en una simple declaración retórica, entonces, aquella no hace ningún aporte.

A pesar de los debates que se puedan suscitar, hay un grupo de países que eran denominados subdesarrollados a finales del siglo XX y que emprendieron una ruta de transformación productiva, lo que se refleja en un cambio cualitativo de sus estructuras productivas. Corea del Sur, China o Taiwán, son países que pasaron de ser proveedores de materias primas sin procesar y de ocupar una mano de obra sin cualificar, a ser motores de las Cadenas Globales de Valor, para lo cual han desarrollado un sólido plan de inversiones en educación, ciencia y tecnología. Han sido constantes y han sido persistentes, en otras palabras, son consecuentes en la relación entre lo que declaran y lo que hacen. Eso no ha sucedido en Colombia.

 

 

 

 

Prospectiva: las fábricas no manufacturarán productos, harán tareas.

Marzo 8 de 2020.

La División Internacional del Trabajo -DIT- ha moldeado el comercio internacional a lo largo de los siglos. ¿Qué producir y qué importar? La DIT ha respondido siempre esta pregunta para cada país o territorio.

El eurocentrismo característico de la época en la que se origina el capitalismo moldeó un comercio internacional bipolar en el que el Norte se industrializó y el Sur se convirtió en proveedor de materias primas. A Europa se le unieron, con el tiempo, los norteamericanos, los australianos, los canadienses y finalmente los japoneses. Esta DIT dividió al planeta en países industrializados y naciones en vía de desarrollo.

Sin embargo, el volumen del comercio internacional fue creciendo de manera desequilibrada, especialmente desde la segunda mitad del siglo XX. Son los productos manufacturados los que pasan a ocupar la mayor parte de las exportaciones del planeta:

Desde mediados del siglo XX se ha evidenciado que la agregación de valor es la principal fuente de riqueza de los exportadores ¿En qué estábamos pensando los colombianos?

Desde mediados del siglo XX se ha evidenciado que la agregación de valor es la principal fuente de riqueza de los exportadores.

 

Esta distribución geográfica de las exportaciones -commodities o manufacturas- fue, por varias décadas, un referente de la distribución mundial de la riqueza. Los países industrializados fueron los dueños del porcentaje más alto del PIB mundial mientras, los exportadores de minería y agricultura, las naciones pobres.

Como consecuencia de dicha estructura geoeconómica y de la DIT, el comercio mundial se concentró en gran medida entre los países industrializados: eran estos los países capaces de elaborar productos con alto valor agregado -vehículos, dispositivos electrónicos, etc.- y los compradores de los mismos son sus mismos ciudadanos con alto poder adquisitivo:

Imagen1Como se puede ver en este mapa de 2003, la mayor parte del comercio mundial se da entre norteamericanos, europeos occidentales y naciones del Este Asiático. Es destacable el alto volumen de comercio entre los mismos países de la Unión Europea, el mayor flujo comercial del planeta. Las naciones de América Latina y África no tienen una participación significativa en el comercio mundial, ni producen con valor agregado, ni tienen capacidad de compra para adquirirlos. En el caso de Asia, el poder adquisito de los japoneses es elevado, al igual que su capacidad de manufacturación. Sin embargo, la alta participación del Este Asiático tiene nuevas explicaciones…

La DIT no ha dejado de profundizarse, la evolución de la Ciencia, Tecnología e Innovación -C+T+I+i- hace que la especialización tome rumbos nuevos, tanto en la producción de las mercancías, como en la distribución de la riqueza.

La necesidad de innovar para agregar valor a las mercancías y a los servicios coloca en la cúspide del comercio mundial a aquellos territorios y empresas con mayor capacidad de investigar y adaptar tecnológicamente los desarrollos de la ciencia. Por lo tanto, una empresa exitosa es ante todo innovadora; del mismo modo que tiene una participación en los mercados globales (directa o indirectamente).

economias de escala globalesLa participación en los mercados globales es una estrategia necesaria para competir en la economía presente y venidera: la constante innovación reclama retornos suficientes y rápidos para financiar las áreas y procesos de I+D+i. Las economías de escala son claves en el éxito de una empresa o territorio en el comercio mundial.

Esta simbiosis entre innovación y economías de escala conlleva la profundización de la especialización. Bienes y servicios cada vez más complejos y diversos, distribuidos a lo largo y ancho del planeta no pueden ser elaborados en una factoría única, incluso, en un mismo territorio. En este nuevo nivel de desarrollo de la DIT aparecen las economías emergentes, países que avanzan en ciencia y tecnología, logros que aunados a mano de obra cualificada y barata les permiten integrarse a las Cadenas Globales de Valor. Hablamos especialmente de naciones del Este y del Sudeste Asiático, además de México, Sudáfrica, Brasil, Chile, Turquía, principalmente.

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Casi la mitad de las exportaciones que van de la Unión Europea y de Estados Unidos hacia el Este Asiático son partes, diseños y componentes que se integran en esta región para convertirse en productos finales.

De la elaboración de partes y subproductos hemos pasado al desarrollo de microcomponentes, software y diseños. Ahora la especialización se basa en nanotecnología, biotecnología, genética, microbilogía, química, entre otros. Los proveedores no sólo aportan componentes materiales, algunos son innovadores dueños de patentes que derivan en licencias sin las cuales los productos finales no adquirian las cualidades por las cuales los clientes adquieren los productos.

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Como resultado de esta complejidad tecnológica ha emergido una nueva tendencia prospectiva: las empresas han pasado de ser productoras de mercancías a desarrolladores de tareas en cadenas globales de valor. O sea, un producto final es el fruto del trabajo integrado de diversas factorías (sean estas de la misma firma o no -sucursales o outsourcing-). Así, por ejemplo, un Iphone es diseñado en California, Estados Unidos, siendo de propiedad de la empresa Apple, sin embargo, sus componentes y microcomponentes son elaborados en diversos países y ensamblados en China, país desde el cual se distribuyen hacia los mercados finales. De ahí que la aduana pueda señalar que éste es un producto “made in China“. ¿Pero realmente lo es? -ver gráfico-:

cadena global de valor del IphoneEl Iphone tiene compontes de fabricantes de diferentes países, incluso, de empresas que compiten con Apple en el mercado de telefonía y dispositivos móviles. 

En consecuencia, las Cadenas Globales de Valor son la integración consciente de factorías de todo el planeta -pertenecientes o no a la misma firma-, la cual se da para generar riqueza a través de una economías de escala entre territorios y fábricas altamente especializadas. Cada factoría hace una tarea, no un producto. Por lo tanto, estamos hablando de un Comercio Mundial de Tareas.

Según el BID “Los servicios globales de exportación son fruto de un modelo de negocios caracterizado por trasladar una actividad y/o proceso interno de una empresa al exterior, ya sea mediante la subcontratación de un proveedor en el extranjero (outsourcing) o el traspaso de dicha actividad y/o proceso a una subsidiaria de la propia empresa en el exterior (offshoring).”

Un solo producto es elaborado en una cadena de factorías que se distribuyen a lo largo y ancho del planeta. Una fábrica no hace un BIEN, hace una TAREA.

Un solo producto es elaborado en una cadena de factorías que se distribuyen a lo largo y ancho del planeta. Una fábrica no hace un BIEN, hace una TAREA.

En síntesis, el futuro de la División Internacional del Trabajo es el de la integración del mundo como una gran fábrica planetaria. Cada empresario deberá comenzar a mirar a los demás fabricantes a la vez como competidores y como colaboradores. Hablar de coo-petencia adquiere sentido en este nuevo modelo de la economía mundial. Los estrategas de las empresas deberán desarrollar acciones concretas para que los demás integrantes de su cadena de valor compartan propósitos e información. La competitividad de mi producto depende de la gestión que haga cada uno de los eslabones y de la integración de los mismos en la Cadena de Valor.

Colombia necesita un crecimiento sostenido del 7% anual ¿Qué hacer?

La ortodoxia macroeconómica colombiana.

En análisis de política macroeconómica hay dos indicadores que dan cuenta del éxito de una gestión pública: la estabilidad y el crecimiento. Es reconocido, al menos en los organismos multilaterales, que las autoridades económicas colombianas (léase Banco de La República, Ministerio de Hacienda y Planeación Nacional) manejan una cierta ortodoxia a la hora de tomar decisiones macroeconómicas: tanto monetarias como fiscales. Ello explicaría que, en décadas, nuestro aparato productivo no hubiese sufrido profundas o extendidas recesiones y que nuestra moneda no fuera víctima de procesos de hiperinflación.

El tener una inflación controlada (aunque tuvimos picos del 30% a finales de la década de 1980) y haber alcanzado lustros sin recesión (salvo contadas excepciones como en 1999 o en 2008), son evidencias para los inversionistas que éste es un país con estabilidad macroeconómica.

Sin embargo, las tasas de crecimiento económico del último medio siglo dejan mucho que desear. Con contadas excepciones -2007, por ejemplo-, Colombia ha sido un país con crecimiento que oscila entre el 2 y el 4%, lo que es un resultado muy poco significativo frente a un país que pretende abandonar el subdesarrollo.

Ya se ha vuelto recurrente permitir que nos denominen “economía emergente”. Nada más alejado de la realidad. Emergentes son los coreanos, los taiwaneses, los chinos o los indios; países que dan cuenta de tasas de crecimiento elevadas y sostenidas en el mediano y largo plazo. Así, por ejemplo, según el Banco Mundial, entre 1961 y 2016 el crecimiento promedio de Corea del Sur fue de 7.5 % con un máximo de 14.83 % en 1973. No hay mucho que decir del PIB chino, el cual, a lo largo de 30 años ha tenido tasas de crecimiento superiores al 6%, teniendo picos hasta del 12%. Hoy que el coloso asiático anda desacelerado, tiene tasas superiores al 6%.

No hay una “regla de oro” pero en 2013 el Banco Mundial señalaba la necesidad de alcanzar un 7,5% anual para eliminar la pobreza absoluta en 2030 en América Latina. ¿Qué debemos hacer para lograrlo?

¿Estimular la oferta o dinamizar la demanda?

Este es el debate histórico de las dos corrientes dominantes en materia de política económica a lo largo de dos siglos. Para los ofertistas, la estrategia para garantizar un crecimiento sostenido se halla en las políticas que reduzcan los costos de producción: salarios controlados, reducción de parafiscales y costos laborales de horarios nocturnos, contracción de la tasa impositiva al capital, entre otros.

La tesis de esta corriente de pensamiento consiste en señalar que si a los empresarios se les abarata el costo de produccion, entonces, se generará más empleo lo que dinamizaría la economía. Esto explica la actual reforma tributaria de Trump en Estados Unidos o el desmonte de los recargos nocturnos durante el gobierno de Uribe Vélez en Colombia.

Para los críticos, la evidencia empírica no es tan sólida. O sea, habría datos que señalarían que una política en esta dirección se traduce en incremento de las ganancias sin que se de una garantía de generación proporcional de nuevos empleos. Una evidencia en esta dirección es el hecho que cuando el Banco de la República reduce las tasas de interés para estimular la economía, dicha baja no se evidencia inmediatamente en el mercado, o sea, la reacción de los  bancos comerciales no es proporcional al beneficio que reciben.

La otra corriente (keynesianos) señala la necesidad de estimular la demanda como motor del crecimiento económico. Incrementar el gasto público y bajar el impuesto al consumo serían motores para que el PIB acelere su crecimiento. La tesis en este caso parte del supuesto que las familias tienen una propensión marginal al consumo la cual genera un efecto multiplicador sobre la totalidad de la dinámica económica. Esto es, si los hogares destinan el 80% del ingreso al consumo, entonces, al elevar dicho ingreso, el consumo produce un efecto multiplicador a partir del 80% del ingreso incrementado.

El cuestionamiento a esta corriente viene por cuenta de la preocupación con respecto a la inflación. Si la demanda se incrementa (más gasto público, más gasto de los hogares), se corre el riesgo de que el aparato productivo no reaccione con la velocidad necesaria, lo que se traduzca en inflación e incremento de los bienes importandos. O sea, el efecto multiplicador del aumento del consumo puede ser absorvido por el alza en los precios o terminar beneficiando a los productores extranjeros.

Estimular la productividad a través de creatividad e innovación.

El anterior debate ha sido parte de la historia patria. Con medidas ofertistas o keynesianas hemos llegado a este punto. Hoy tenemos una gran economía (la 3a más grande de América Latina) pero cada vez menos industrializada. Entonces, si la idea es erradicar la pobreza hacia el año 2030 o convertirnos en verdadero mercado emergente, también hay que pensar en cambios cualitativos:

la creatividad, la innovación y el emprendimiento deben ser la base de la generación de nuevas industrias, más productivas y de talla mundial. En tanto seamos una economía dependiente de la minería, muchas de las medidas que se recetan tradicionalmente tendrán poco impacto en una sociedad fundamentalmente urbana y en un débil sector empresarial manufacturero o agroindustrial. Si el país no se fortalece en la producción de bienes manufacturados y servicios y no explota adecuadamente su potencial rural (alimentos, materias primas, bosques, biodiversidad), la ortodoxia macroeconómica nos mantendrá en tasas de crecimiento bajas.

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generar industrias de talla mundial. El reto no es solo crecer, es necesario que el mismo sea sostenido en el tiempo. Si no leemos las grandes tendencias de los mercados globales -biotecnología, nanotecnología, cibernértica, agroturismo, etc.- los esfuerzos que se hagan por lograr altas tasas de crecimiento sostenido serán infructuosas. La riqueza no está en la exportación de café en grano o en el ensamblaje de bienes innovadores diseñados en otras latitudes.

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buen gobierno. Está claro que si el gasto público además de estar mal enfocado es administrado con corrupción, las posibilidades de que genere efectos multiplicadores de crecimiento se reducen significativamente. Un sector público más profesionalizado (carrera administrativa por concurso) y más íntegro (sin corrupción) es una condición necesaria para que la economía tenga un mejor comportamiento. Necesitamos más Estado; esto es, un régimen donde las directrices de largo plazo sean trascendentales y sólidas, no objeto de negociaciones partidistas cada cuatro años.

Tengo la convicción que los japonesees, los suecos o los finlandeses no tienen nada especial en su genética. Son seres comunes y corrientes. Pero en sus países, las cosas funcionan, el Estado hace su tarea.

 

El problema de Colciencias no es de presupuesto, es de mentalidad.

Hay suficientes evidencias en el planeta para entender que la competitividad está asociada a la capacidad innovadora de las personas, las empresas y los territorios. Sin embargo, en Colombia parece que no queremos aceptar la tozudez de los hechos.

La evidencia: economías exitosas son aquellas que invierten en educación, ciencia y tecnología.

Si bien no hay garantías de que una patente se pueda convertir en fuente de riqueza, si es evidente que hay una relación directa entre las economías exitosas y el número de patentes que registran anualmente. Por lo tanto, no es sorprendente que el Banco Mundial reseñe que en 2015 China registró cerca de un millón de patentes, Estados Unidos casi 300 mil y Alemania, 47.000. Incluso, los mercados emergentes que vienen ganando participación en los mercados globales, también son líderes en este indicador: Corea, 167.000; Rusia, 27.000; India, 12000; y Brasil, 4600.

 qualcommHace un par de semanas estuve en Qualcomm, una empresa de tecnología de las comunicaciones ubicada en San Diego, California. Esta cuenta con cerca de 30 mil empleados, aunque no manufactura nada, sólo crea, innova, diseña. Sus creaciones las tenemos en muchos de los dispositivos que usamos a diario. Lo que vemos en esta foto es EL MURO DE LAS PATENTES, uno de sus sitios más emblemáticos. No hay que decir más palabras.

Las patentes son sólo una evidencia. Detrás de ellas vienen los recursos destinados a I+D+i, la cantidad de PhD por millón de habitantes, los grupos de investigación, la calidad educativa, etc. Y en esos indicadores, también se destacan las mismas naciones. En 2014, Corea destinó más del 4% del PIB a la investigación y el desarrollo; mientras que Estados Unidos, Austria, Alemania o China dedicaron más del 2%. En cambio Colombia, según el Banco Mundial, apenas destinó el 0,2%; lo que explica que esta nación suramericana apenas tenga 321 patentes en 2015.

¿Qué pasa en Colombia?

En las últimas semanas, las redes sociales han estado invadidas de recriminaciones y manifestaciones de enojo ante la decisión del gobierno Santos de recortar el presupuesto a Colciencias. Pero, como en otros temas relacionados con desarrollo económico y competitividad, parece que siempre nos quedamos en las manifestaciones coyunturales y omitimos la búsqueda de razones estructurales y objetivos de largo plazo.

Con lo anterior no estoy defendiendo la decisión del actual gobierno colombiano; todo lo contrario. Sin embargo, invito a que revisemos el tema desde raíces más profundas y problemas más complejos. Así que voy a exponer algunos elementos críticos de lo que creo se ha convertido un malestar endémico en el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación que lidera Colciencias.

Lo aparente por encima de la sustancia.

El Estado, a través de sus gobernantes, ha desarrollado políticas inconclusas; de hecho, más que inconclusas, son políticas que parecen buscar un objetivo, pero que por lo frágiles sólo terminan aparentando que lo logran. Así, por ejemplo, con las reformas al sistema de salud, hace ya un cuarto de siglo, se buscaba generar una cobertura universal para la población. La realidad hoy es que todos estamos afiliados a una EPS o al sistema subsidiado, pero la capacidad médica y hospitalaria es muy inferior a las necesidades. En otras palabras, en el papel el derecho a la salud es universal, pero en la práctica no lo es.

Algo semejante ha sucedido con el sistema educativo. Desde la década de 1990 se vienen tomando medidas para ampliar cobertura educativa, supuestamente con calidad y pertinencia. Sin embargo, hay varios baches que permiten cuestionar la calidad de nuestro sistema educativo (además de que la cobertura aún no es universal). Hay suficientes estudios que evidencian que el nivel de formación de los profesores de inglés de las escuelas es inferior al requerido para formar una población bilingüe. Del mismo modo, el Consejo Nacional Privado de Competitividad ha demostrado que los mejores bachilleres no eligen la profesión de maestro; contrario a lo que sucede en Finlandia o Corea. En nuestro país, ser maestro no es prestigioso ni tampoco bien remunerado. En cualquier país, y no sólo por argumentos económicos, los maestros deben ser ejemplo y orgullo social.

Todo lo anterior se traduce en una educación anacrónica, para el siglo XIX, con metodologías tradicionales que desconocen las nuevas realidades del acceso a la información, la posibilidad de generar conocimientos en diferentes escenarios, las particularidades de las nuevas generaciones (millennials y centennials) y los retos del futuro: sociedad del conocimiento para un desarrollo ambiental y socialmente sostenible.

Pero el punto central de mi análisis es que se toman decisiones incompletas o cosméticas. Y esta costumbre no es exclusiva del Estado, también se da en las empresas y se viene arraigando en la sociedad.

El ejemplo más evidente de esta perversidad es el de las certificaciones de calidad. Es un trauma para los empleados cuando en la empresa se habla de que se acerca la fecha de la renovación de la Norma ISO 9000  o cualquier otra. “A llenar papeles”. Dicho malestar evidencia que no hemos logrado interiorizar el valor de la certificación como faro de la gestión de calidad de los procesos de una organización. Todos se certifican, pero pocos viven o respiran el espíritu de la calidad en los procesos.

(Aún recuerdo una vez que asistí a una universidad como Par Evaluador del Ministerio de Educación. A la salida del edificio me abordaron unas estudiantes y me dieron las gracias -con cierto morbo- porque habían pintado el edificio para atender la visita de pares). No se respira la calidad, sólo se cumplen las formalidades.

Pero hay una evidencia que me preocupa más. El Sistema Nacional de Ciencia Tecnología e Innovación ha diseñado un modelo interesante de indicadores para medir la productividad de las instituciones que pertenecen al Sistema, de los grupos de investigación y de los investigadores mismos. Hasta ahí, todo bien. Hay investigadores e instituciones cuyo prestigio se fundamenta en hallazgos relevantes que se traducen en verdaderas soluciones para la economía o la sociedad.

Sin embargo, se viene diseminando una costumbre perversa: hacer puntos. ¿Qué significa hacer puntos? Es escalar en el Sistema de CTeI, independiente la pertinencia de mis investigaciones. Un autor, por ejemplo, le pide a sus colegas que cuando escriban un paper, lo citen, para elevar su índice H en Google Scholar; en contraprestación, él los citará en su próxima publicación. Esto es sólo un ejemplo de la mercantilización de la ciencia. Se ha creado un modelo con indicadores de propósitos loables, complementado con esquemas de bonificación bienintencionados. Sin embargo, éste está siendo aprovechado con un falso espíritu meritocrático ajeno a los objetivos originarios.

Hace poco un colega, Hugo Macías Cardona, hacía una reflexión a partir de sus hallazgos al revisar  artículos de autores colombianos que llegaban a revistas denominadas “de alto impacto” pero que no estaban siendo citados; o sea, no eran parte de la supuesta discusión en la frontera del conocimiento. Autores que aprenden las reglas de juego de esas revistas para lograr “colar” sus papers sin propósitos claros desde la perspectiva de su pertinencia o nivel de impacto.

Nuevamente, estamos ante el problema de la apariencia por encima de la esencia. No desconozco que es preocupante que se reduzcan los recursos para Colciencias, pero debemos tomarnos más en serio este tema de la educación para el postconflicto y de la investigación y el desarrollo para la innovación y la competitidad. Hoy tenemos más magisters y más PhD, pero el sistema educativo no avanza, el sistema de salud está en crisis y la competitividad de nuestras empresas está estancada. Como lo he reiterado muchas veces en La Caja Registradora, hoy agregamos mucho menos valor a nuestras exportaciones que hace un cuarto de siglo. ¿Entonces, de qué investigación estamos hablando?

Mientras los intereses individuales no se conecten con los de la sociedad; y mientras el éxito inmediato sea más valorado que el esfuerzo por construir futuro, estaremos condenados a ver “universidades acreditadas”, “empresas certificadas”, “investigadores senior” y “grupos de investigación categoría A”, pero en un país que no sale del subdesarrollo y que parece condenado a un oscuro futuro.

Neoliberalismo vs. Socialismo del Siglo XXI: la muerte de la integración económica latinoamericana.

Agosto 8 de 2017

 

Lo que significaba la Integración Regional Económica.

La historia de los procesos de integración regional se empezó a escribir en la década de 1950 cuando los europeos comenzaron a construir su “casa común” después de las grandes guerras del siglo XX. Ya desde 1960, Latinoamérica emulaba al viejo continente con la firma de ALALC. Sin embargo, la apertura de las economías latinoamericanas después de la crisis de la deuda externa en el decenio de 1980, trajo consigo una revisión de los modelos de desarrollo lo que se tradujo en una propuesta de Regionalismo Abierto que CEPAL trató de explicar como un proceso de integración que no se centraría en los beneficios fiscales (altos aranceles a terceros)  -tal y como fue el regionalismo de las décadas anteriores-.

La integración latinoamericana (1960-1990) se puede explicar de la siguiente manera:

– estimulaba la industria regional, manteniendo altas barreras a las importaciones de terceros países;

– se inspiraba en un pensamiento latinoamericanista, estructuralista y, hasta cierto punto, antiimperialista;

– se beneficiaba, desde la teoría ortodoxa de Viner, de los efectos de creación y desviación del comercio. (Cardona, 2017, p.agina 81).

Sin entrar en detalles del cambio, el hecho es que el Regionalismo Abierto que se erigió con el neoliberalismo y las aperturas económicas de la última década del siglo XX, se había entendido como un proceso en el que:

– se bajarían las barreras a terceros países y

– se atraería inversión extranjera para aprovechar su know how y desarrollos tecnológicos.

 

Lo que está pasando en realidad.

Tal y como lo explico en el libro que publiqué hace poco y que ya puede ser descargado totalmente gratis (La Organización Mundial de Comercio y los TLC: ¿reinventando el Sistema Mundial de Comercio), la realidad del supuesto Regionalismo Abierto dista mucho de los ideales de integración que se propuso América Latina en la segunda mitad del siglo pasado.

libro OMC y TLC

1. No hay un propósito latinoamericanista.

En las décadas pasadas, de alguna manera, élites locales, sindicatos, partidos gobernantes y académicos promovian un modelo de desarrollo industrializador que se fundamentaba en el proteccionismo y la unidad latinoamericana como estrategia. A pesar de esporádicos desacuerdos, los países de la región ejecutaron políticas de sustitución de importaciones en mercados ampliados y de promoción de exportaciones, lo que se tradujo en un fortalecimiento de la agroindustria y de otros sectores de la industria manufacturera. Con ALALC-ALADI, MCCA y el Pacto Andino, principalmente, la región, aunque de modo desequilibrado, se modernizó y redujó su carácter de economías rurales monoexportadoras.

Hoy no sucede nada de eso. Los países se han dividido: gobiernos neoliberales y otros más enfocados en nacionalismos o en ideologías de izquierda (autodenominadas del Socialismo del Siglo XXI), se confrontan abiertamente en lo político y en lo económico. La partida parecen estarla ganando los neoliberales y la consecuencia está siendo la desintegración regional.

 

2. No hay una modernización del aparato productivo.

Con pocas excepciones, la economía latinoamericana ha retrocedido en términos de modernización, diversificación y sofisticación de sus aparatos productivos. Naciones que eran autosuficientes en materia de alimentos y diversas materias primas con desarrollo en algunos sectores de industria liviana  (Colombia, por ejemplo) se han ido transformando en proveedores de commodities de la minería, abandonando su incipiente sector manufacturero, deteriorando el medio ambiente y abandonando su seguridad alimentaria. Con la apertura económica los países de la región, con un par de excepciones (Brasil y México), se han convertido en importadores de todo tipo de manufacturas, se han desindustrializado y han abandonado el campo. Los consumidores de estos países acceden a productos de alta tecnología y están conectados con el mundo; sin embargo, la sostenibilidad de este estilo de vida es dudosa puesto que la minería es proveedora de bienes no renovables, a la vez que el deterioro ambiental producto de la misma, en muchos de los casos, es irreversible.

¿Por qué está pasando esto?

3. Hay más TLC pero menos integración.

La integración regional económica, en su acepción más simple, se entiende como un proceso gradual de unificación y homogeneización de los mercados, a través del incremento de la interdependencia comercial, tecnológica, financiera e, inclusive, cultural. Un ejemplo de esta interpretación es la Unión Europea, bloque que ha roto las fronteras nacionales para los movimientos de mercancías, de capitales, de servicios e, incluso, de mano de obra.

América Latina anda en otra dirección. Los acuerdos regionales se derrumban, se estancan o se desdeñan. ¿Quién se acuerda de la Comunidad Andina de Naciones y su proyecto de crear una Unión Aduanera? El Mercosur es un ping pong entre neoliberales y proteccionistas (desde moderados hasta los del socialismo del siglo XXI), el G3 se convirtió en G2 y de la ALADI ya nadie habla. Sólo hablamos de los TLC.

El tema no son los debates ideológicos de los gobiernos de las dos últimas décadas. La pregunta que nos hacemos es si América Latina piensa en la integración como una estrategia para el desarrollo. Todo indica que no. Lo que tenemos es una proliferación de TLC que no llevan en su interior el ADN de la integración sino que son vehículos para que las Cadenas Globales de Valor accedan a materias primas y coloquen sus productos terminados, sin mayores barreras, en nuestros mercados. Con excepción de México, Brasil y Chile, la región está ausente del potencial de desarrollo que ofrecen dichas cadenas Adicionalmente, tampoco estamos desarrollando estrategias alternativas, por ejemplo, clusters regionales o parques industriales para estimular nuestra industrialización, diversificación y sofisticación de la oferta exportadora.

El auge de TLC interregionales, tal y como pretendo demostrarlo en el libro, sirve para dinamizar el propósito de la OMC de un comercio más libre a nivel global, pero va en detrimento de los proyectos de desarrollo regional integrado, estrategia que en la actualidad les sería tan valiosa a naciones aún subdesarrolladas que dicen ser “mercados emergentes” pero que no lo son. Hay una gran brecha entre China, India o Corea, líderes de las economías emergentes, y lo que pasa en Colombia, Ecuador, Bolivia, Argentina, Perú o Venezuela.

Estas últimas no emergen…se sumergen.