El día después de mañana.

Giovanny Cardona Montoya, 3 de mayo de 2020 (8 semanas desde el inicio del confinamiento).

 

Se ha vuelto lugar común decir que las cosas no serán igual después de esta pandemia. Pero son palabras vacías si cada uno de nosotros no las reflexiona. Facilmente, como ya ha sucedido, podemos caer en los cambios de las apariencias y de las formas, dejando que la naturaleza de los hechos que nos han traido ésta y otras crisis siga incólume.

 

El día de ayer.

Son incontables las veces que la humanidad ha sufrido encierro, hambre, angustia o enfermedad por culpa de sí misma.

La segunda guerra mundial acabó con la vida de 50 millones de personas y dejó hambre, dolor y desolación por toda Europa, parte de Asia y Africa, duante seis largos años. Y después de semejante catástrofe no amprendemos la lección. Han habido más guerras; decenas de guerras en los últimos 75 años.

Y no son sólo las guerras. En la década de 1970 la ONU y luego el Club de Roma con su documento “Los límites del crecimiento” prendieron las alarmas sobre los riesgos de insostenibilidad de un modelo de desarrollo basado en el consumo ilimitado de recursos. En 1987 la Comisión Brundtland en su informe “Nuestro futuro común” formalizó el concepto Desarrollo Sostenible  como «la satisfacción de las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades».

Muchas de las catástrofes ambientales (sequías con las consecuentes hambrunas; tormentas y derrumbes) son resultado de la mala gestión que hacemos de los recursos del planeta. Recursos finitos para una población que se multiplicó por 5 en el último siglo. Somos demasiados para conservar el tren de destrucción de recursos -agua, aire, flora, fauna- que traemos del pasado. Por encima de una ética ascética, la realidad señala que es materialmente imposible mantener la actual cultura de consumo. El planeta tierra es insuficiente para esta sociedad derrochadora.

Desde 1970 venimos evidenciando que la humanidad consume

Pero también sufrimos catástrofes cuyo origen puede ser difícil de explicar. Tal vez el hombre ha hecho enojar la naturaleza; tal vez aquellas son resultado de la esencia misma del planeta. Pero, con culpa o sin culpa, son reiterativas y podemos aprender de lecciones pasadas: terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, epidemias y pandemias. La gripe española, gripe porcina, gripe asiática, ébola, dengue, cólera, malaria, H1 N1. La naturaleza no se cansa de darnos lecciones.

 

El día de hoy.

Muy seguramente la pandemia la superaremos. En un par de años tal vez habremos sido vacunados y algunos hábitos habrán cambiado: aviones con sillas separadas, tapabocas cada vez que tengas gripe, restaurantes con mesas más distantes, algo de teletrabajo, más educación virtual, termómetro en todos los hogares y oficinas, etc. Cambios de forma, de apariencia.

Pero, ¿qué hemos aprendido de la  primera pandemia que amenazó al planeta entero al mismo tiempo? ¿qué aprendimos de las nefastas guerras, catástrofes y pandemias que han traído sufrimiento y muerte en el último siglo? ¿Qué estamos aprendiendo de la crisis  de este modelo de desarrollo socio-económico?

La llamada Cultura Occidental que se predica particularmente en Europa y América, tiene profundas raíces. La Ilustración Francesa, la Racionalidad Kantiana y el Liberalismo Inglés dieron cuerpo a lo que en la actualidad reducimos a Democracia Occidental y Economía de Mercado.

Pero, cuando volvemos a dichas raíces encontramos que el uso de la razón y la mayoría de edad kantiana son una invitación a hacernos cargo, a hacernos responsables de nuestras palabras, de nuestros actos y de nuestras omisiones. Por lo tanto, no podemos vivir tutelados por medios de comunicación amarillistas o entregados a intereses políticos y económicos, por redes sociales cargadas de fake news o por gobernantes que entienden la democracia exclusivamente como un juego electoral entre élites (Schumpeter).

Pero la ética kantiana y la ilustración francesa también traen como paradigma, el valor supremo de la humanidad como un fin, no como un medio; al igual que la democracia como un acuerdo de voluntades, no como un negocio de partidos.

voto si o no

Por lo anterior, deberían estar arraigados, en el ciudadano y en el gobernante, los valores supremos del bienestar individual y colectivo, del respeto al prójimo y de la fraternidad entre diferentes.

El espíritu liberal de Occidente no hace referencia solamente al mercado. No, lejos de eso. Se trata de la convivencia entre la individualidad (emocional, material, ética, estética) y la colectividad social. La idea de tener deberes y derechos implica la necesidad de reconocer al otro, a la vez que me reconozco frente a él. Soy “yo” y hago parte de un “nosotros”, pero también está “él” que existe y es en sí mismo, a la vez que es parte de “nosotros” también.

Debemos dejar de reducir el liberalismo filosófico a la premisa de la libertad de empresa y la libertad del mercado. No, se trata de la libertad de ser. Para “yo” poder ser y para “nosotros” poder ser, es necesario el ejercicio efectivo de deberes y de derechos.  Ambos a la vez.

Pero, un planeta en el que el 10% de su población vive con menos de 1,90 dólares al día, y 20% son pobres en todos los sentidos (no tienen suficientes alimentos, agua potable, electricidad) no puede ufanarse de que se respira la libertad. Es una falacia.  Este es un planeta en el que a muchos (demasiados) se les tienen negados los derechos y unos pocos no están cumpliendo con sus deberes.

Sacar al 20% de la pobreza es sólo el primer paso para que ellos puedan comenzar, al menos, a hacer consciencia de que tienen derechos. Quitar el hambre no es sinónimo de libertad, pero no hay libertad con hambre.

El hambre y la enfermedad son comprensibles en un mundo sin recursos y en una sociedad sin capacidades. Pero no es éste el caso. Según CNN “La fortuna combinada de las 26 personas más ricas del mundo llegó a US$ 1,4 billones el año pasado (2018), la misma cantidad que la riqueza total de los 3.800 millones de personas más pobres.” Los recursos son suficientes para que todo el planeta haga la cuarentena, nadie debería estar en la calle rebuscando el alimento en medio de la pandemia.

muro entre ricos y pobres

El día después de mañana.

En medio de nuestras vicisitudes y de los errores cometidos por la humanidad en general a lo largo de los últimos siglos, la sociedad del siglo XXI tiene unos paradigmas ideológicos que se deben rescatar. Rescatarlos es salvar la humanidad. ¿Salvarla de qué? Salvarla de su autodestrucción.

Covid 19 nos ha demostrado que somos inviables con los niveles de pobreza existentes. No se le puede pedir a 1300 millones de pobres multidimensionales que se queden en sus casas a esperar que la pandemia pase. No, no se puede, los matará el hambre.

Tenemos los recursos suficientes para permanecer en nuestras casas varias semanas y salvar a toda la humanidad del contagio. Pero, Covid 19 nos ha puesto a prueba y hemos demostrado que no lo vamos a hacer, que no tenemos suficiente capacidad de reconocer al otro como igual. Nos hemos educado un egoismo extremo que invita al autocuidado en detrimento del prójimo. Pero, Covid 19 nos dice que no hay auto-protección sin la protección del otro. Si otra persona está en riesgo de contagiarse, entonces, yo también lo estoy.

Por eso, el Estado, la idea de Empresa y el Individuo debemos repensar nuestros valores para construir el trinomio yo-él-nosotros como célula indisolubre y fundacional de la sociedad sostenible. La idea de riqueza que nos inspira actualmente, nos va a destruir.

Por lo anterior, ésta debe ser la primera lección: la ética racional y la solidaridad puestas en un mismo pedestal.

Nuestro futuro se debe apalancar en un Estado Social de Derecho que garantice a todos -absolutamente a todos-, unos recursos materiales y culturales mínimos -significativamente superiores a los requeridos para superar la pobreza multidimensional-, que coloquen a cada individuo en un punto de partida suficiente para que pueda ejercer efectivamente sus derechos.

La segunda lección. La actual Sociedad de Consumo es Inviable.

Décadas de discusión sobre Desarrollo Sostenible no fueron suficientes. Sin embargo, hoy, el Covid 19 nos ha obligado a la frugalidad, a la mesura, a la racionalidad del gasto. Todos en nuestras casas, preocupados por el empleo incierto, la empresa incierta, el ingreso incierto, hemos recurrido a la austeridad. El pánico nos ha acercado a una cotidianidad ascética. Incluso, reflexiva.

La pandemia pasará, pero la lección debe quedar. No existe un futuro posible con el actual tren de consumo desmesurado e inequitativo. Esto debe parar.

Por lo tanto, cuando pienso que el mundo no será el mismo después de la pandemia, quiero proponer que sea un mundo inspirado en las raíces de la la razón humanista, la democracia y la libertad. No me refiero a la precaria democracia y  a la casi exclusiva libertad de mercado. No me refiero a un mundo poblado por personas que no se pueden dar la mano, pero que siguen reproduciendo el veneno del consumismo ilimitado, la inequidad vergonzosa y la insolidaridad, que van destruyendo el planeta.

Si realmente el mundo después de mañana va a ser diferente, debemos preguntarnos por las condiciones para el verdadero ejercicio de la democracia (ciudadanos educados y sin necesidades básicas insatisfechas, eligiendo a sus gobernantes); y por las nuevas características del Bienestar como bien público en convivencia con la libertad del mercado.

El concepto de Bienestar se debe reconstruir, no puede seguir fundado sobre las posesiones materiales, se requiere una categoría más cercana al “estar y al ser” de la persona y a su “convivir” con los demás y con el planeta. Un bienestar que se sienta, que se viva, no que se posea. 

Por lo anterior, no debe haber dudas sobre el derecho efectivo a la educación de calidad, a la salud, a la vivienda digna, a la nutrición adecuada y a la libertad de expresión. La verdadera libertad de informar conlleva que los medios de comunicación  se desaten de los intereses de las élites políticas y económicas. Parodiando al Juez Hugo L. Black de la Corte Suprema de los Estados Unidos, la libertad de prensa fue concebida para proteger al gobernado (al débil), no al gobernante (al poderoso).

Por último, no todo puede ser objeto de mercado y el mercado no puede ser entendido como un recinto sagrado. El equilibro requerido entre Estado y Mercado como ordenadores sociales debe revisarse y ajustarse en función del Desarrollo Sostenible, el cual se refiere a una triada indisoluble, lo económico, lo social y lo ambiental.

Si el mundo después del Covid 19 va a ser diferente, hagamos que valga la pena para todos y para el planeta.

 

 

 

 

 

 

 

 

La humanidad: entre el Oscurantismo y la Ilustración.

Giovanny Cardona Montoya. Mayo 19 de 2019.

 

La Ilustración es una etapa de la humanidad que se origina en el siglo XVII en Europa y continúa en América del Norte en el siglo XVIII. Muchos habitantes del planeta, especialmente los de Europa y América, nos consideramos hijos de la Ilustración, el movimiento filosófico, científico, cultural y político que creó a “Occidente“, que es una categoría que representa muchos de los valores que predicamos: el imperio de la razón y del escepticismo científico en lugar del dogma; el Estado secular y la tolerancia religiosa; la libertad individual; y el progreso.

El último valor señalado, el progreso, significa que la humanidad va hacia adelante; en otras palabras, los avances científicos y tecnológicos, la instauración de la democracia y el liberalismo económico, por ejemplo, hacen avanzar a la humanidad hacia un estadio superior de su desarrollo.

Pero, ¿realmente vamos hacia adelante?

El desarrollo científico-tecnológico, especialmente en los últimos cien años, ha traido avances increibles que pueden mejorar las condiciones materiales de vida de la humanidad: alimentación, vivienda, salud, movilidad. Adicionalmente, conocemos el planeta a lo largo y ancho y estamos observando y visitando el cosmos a distancias jamás imaginadas.

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Sin embargo, a pesar de tantas claridades fundadas en la razón y en los derechos del hombre; y de los avances científicos, técnicos y tecnológicos:

1. Gran parte de la población mundial vive en condiciones equiparables con la era de la esclavitud o del feudalismo.

– Más de 1.100 millones de habitantes del planeta (15% de la población mundial) viven en condiciones de pobreza multidimensional: ingresos insuficientes, sub-alimentación, con pocas posibilidades de educación y con condiciones infrahumanas de vivienda -sin agua potable, sin electricidad y en condiciones de hacinamiento). Para evidenciar la gravedad de la situación, señalemos que cerca de 2.600 millones de personas no cuentan con un sistema de servicio sanitario (alcantarillados).

– Los datos del Banco Mundial muestran que más de 50 países del planeta tienen tasas de homicidios -anuales-, superiores a 10 por cada 1oo.000 habitantes. Entre estos, se destaca El Salvador con casi 100 muertes.

– Según Naciones Unidas, al día mueren 17.000 niños en el mundo a causa de enfermedades prevenibles. En 2014 murieron más de seis millones de niños en el mundo.

2. Existe una marcada intolerancia y discriminación en el planeta, por distintas razones (género, religión, nacionalidad, raza, ideología, etc.)

– Según datos de la ACNUR, casi 1% de la población mundial sufre desplazamiento forzoso de sus tierras de origen. Entre estos desplazados hay 25 millones de refugiados, quienes huyeron de conflictos o por razones de discriminación -kurdos, palestinos, congoleses, gitanos, líderes LGBT, afro-descendientes, indígenas, musulmanes, etc.-

– Según la Unión Europea, el 79% de la población mundial vive en lugares donde se ejerce algún tipo de discriminación religiosa.

– Según Kinnval, investigadora de la universidad de Lund de Suecia, en 2007 ya el 20% de la población de 19 países de la Unión Europea se reconocía como xenófoba. Este dato se ha venido corroborando con el auge y expansión de partidos nacionalistas, ultraderechistas e, incluso, xenófobos en Francia, Austria, España, Hungría e Italia, principalmente. Con la política anti-inmigratoria del gobierno de Trump en Estados Unidos y el conservadurismo de Bolsonaro en Brasil, se ratifica que no estamos hablando de un hecho aislado.

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3. Estamos destruyendo el planeta.

– Para el año 2008, el 15% de la amazonía (pulmón del planeta) había sido destruido. Según datos existentes, 80% de la deforestación del Amazonas es ilegal.

– Greenpeace asegura que 20% de las especies marinas se hallan en vía de extinción. Desde una perspectiva complementaria, 16.000 especies de flora y fauna están en peligro de desaparecer a causa de la acción humana.

– La ONU señala que se debe asegurar un control al incremento de la temperatura del planeta (riesgo calentamiento global), de modo tal que no supere 1.5 grados centígrados adicionales antes de 2030. La humanidad está en peligro de extinción, no en sus futuras generaciones, sino en el presente.

20 sintomas del calentamiento global

¿Se detuvo la humanidad en un mundo anterior a la Ilustración?

La pregunta con la que concluyo este corto escrito tiene que ver con la relación entre las ideas y las acciones. Si desde el siglo XVII prima la razón sobre los dogmas; si la ciencia se ha consolidado, trayendo avances en todo lo relacionado con la sociedad y la naturaleza; y si la democracia es el modelo de gestión del Estado por excelente en el planeta, entonces, ¿por qué hay millones de habitantes que viven -económica, social o culturalmente- en condiciones tan precarias como las señaladas? y, lo más grave aún, ¿por qué el planeta se halla al borde de su destrucción? ¿Por qué la especie dominante lo está destruyendo?

El tema es que lo que hoy se hace muy visible (por la globalización, por el desarrollo de las TIC) no es algo nuevo, sino que ahora es más evidente. El espíritu de la Ilustración y de los Derechos del Hombre y del Ciudadano no ha permeado a las sociedades y a las autoridades de manera masiva y constante. El colonialismo que apenas termina en la segunda mitad del siglo XX, las dos guerras mundiales, las legislaciones anti-migratorias o las sociedades que se manifiestan homofóbicas, racistas o que discriminan a las mujeres, son realidades históricas que han convivido con un discurso que, aunque humanista y ambientalista, no se concreta.

Si bien las constituciones políticas y la Academia parecen ser hijas de la Ilustración, las sociedades y sus sistemas políticos y económicos aún vivimos en el Oscurantismo del Medioevo; aunque nos parezca increible.