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Detrás de la leyenda de Débora Arango: Víctor Cabezas publicó un libro sobre la pintora antioqueña

La revisión de los documentos y de la obra le permitió al periodista reconstruir el papel intelectual y cultural de la paisa. Este 4 de diciembre se cumplen 20 años de su muerte.

  • Víctor Cabezas ha recibido el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, el Premio del Círculo de Periodistas de Bogotá y ha sido finalista de un Premio Gabo. Foto: Cortesía del autor
    Víctor Cabezas ha recibido el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, el Premio del Círculo de Periodistas de Bogotá y ha sido finalista de un Premio Gabo. Foto: Cortesía del autor
hace 55 minutos
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Débora Arango está en camino de volverse una leyenda. Esto no ocurre con todos los artistas. Por el contrario, pasa con muy pocos. En su caso, dicha conversión es el resultado de una confluencia de factores. En un principio está la obra –una de las más sobresalientes del arte colombiano del siglo XX–. A esto se le suma el interés que en los últimos años han despertado las creadoras, muchas veces relegadas a los pie de páginas de los manuales por los hombres. Y, como si fuera poco, en el caso de Débora aparece ese sentido extraño de la historia que llamamos justicia poética: la pintora ignorada en vida se vuelve un referentes después de muerta.

Este fenómeno ha propiciado que en el año en que se conmemoran dos décadas de su muerte, se hayan montado obras de teatro y de danza sobre su obra. También Débora –concretamente su legado– fue el terreno de una disputa “amistosa” entre el Ministerio de la Cultura y el Museo de Arte Moderno de Medellín, la institución cultural que conserva la casi totalidad de los cuadros de la antioqueña. De nuevo, Débora está de moda.

Siga leyendo: El caso Débora Arango: nuestra señora de los escándalos

El periodista Víctor Cabeza Albán publicó Débora Arango, de Perfil, un libro en el que procura reconstruir a la artista detrás de la leyenda. EL COLOMBIANO habló con él.

Víctor, ¿cómo nació su interés por Débora Arango?

“En México había conocido en Bellas Artes a los muralistas mexicanos, y cuando vine a Medellín vi en el Museo de Antioquia unos murales de Pedro Nel Gómez y un par de obras de Débora Arango. Fue una conexión muy potente ver cómo en Antioquia se estaban produciendo cosas tan parecidas a las de México. Tú ves los murales de Pedro Nel y los de Diego Rivera —que además se conocían, eran colegas—, y eso retrata una realidad muy común. Eso me intrigó mucho. Recuerdo una obra de Débora en la que aparece una mujer abriendo las piernas en un psiquiátrico, en una cárcel. Me pareció una imagen fuertísima, algo que nunca había visto, y compré una libretica de Débora Arango y anoté su nombre”.

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¿Eso ocurrió en su infancia?

“Sí, eso pasó en mi infancia. Luego, ya en la adolescencia, revisité el museo y me interesó mucho. Curiosamente, cuando el Banco de la República hace la renovación de los billetes y ella queda en el billete de 2000, volví a verla. Siempre me había parecido que era un mito un poco vacío: no sabía nada de ella, no había visto sus desnudos más allá de un catálogo.

Me compré un catálogo y hace tres años comencé una investigación desordenada, viendo archivos, pero sin un destino claro. Hasta que se lo conté a Planeta, y me dijeron: “Oiga, no hay nada de Débora Arango, no hay un documento público que recoja su vida con un enfoque narrativo, de difusión masiva”. Así que organicé todo el material que tenía”.

¿Cómo fue el proceso de investigación para reconstruir su vida?

“Es más difícil en el periodismo y la no ficción, porque uno no puede inventar ni atribuir emociones o deseos. Este es un libro de no ficción, contado con las herramientas del periodismo narrativo, pero todo tiene base. Hay tres grandes anclas en el libro. La primera es el archivo: Eafit tiene un archivo bien ordenado, y el museo también, con la correspondencia de Débora. La segunda, la exploración minuciosa de las notas de prensa de la época: años 30 y 40, cuando en Medellín había una gran cantidad de periódicos. De ahí se desprende mucho del color y la personalidad de la artista. Y la tercera ancla, quizá la más importante, es la obra misma. Yo como periodista ideé un método: por ejemplo, en La masacre del 9 de abril, me pregunté quién podría ser la mujer del cuadro. Revisé archivos periodísticos y radiales de la época para identificar historias reales que pudieran corresponder a esas figuras. Hice lo mismo con El tren de la muerte, La maruchenga y Los derechos de la mujer. Fui sacando historias reales de los cuadros”.

Se suele decir que Débora fue una artista reprimida, que le dio la espalda al mundo por rechazo. ¿Qué tan cierto es eso?

“Hay tres lugares comunes que revisé. El primero, su supuesta influencia europea o mexicana. Se dice que estudió en Francia, España y México, pero en realidad Débora es autodidacta. Estuvo en España unos cuatro meses, en México un tiempo corto, pero aprendió por sí misma. Sus maestros fueron Pedro Nel Gómez y Eladio Vélez, pero sus periodos con ellos fueron breves.

El segundo mito es el enfrentamiento con Laureano Gómez. Se dice que él ordenó censurar su obra, pero eso no fue así. Gómez la atacó duramente, escribió contra ella, pero nunca ordenó bajar sus cuadros. El tercero es la idea de que tras su redescubrimiento en la Biblioteca Piloto su fama explotó. En realidad, recibió muchos reconocimientos —medallas, distinciones—, pero su obra no circuló. Siguió oculta, a pesar del reconocimiento público”.

Muchos comparan a Débora Arango con Frida Kahlo. ¿Qué opina de ello?

“No me gusta esa comparación. Cada una tiene su magia. A veces parece que quisieran validar a Débora con Frida, como si su valor dependiera de esa referencia. Sí hay coincidencias: nacieron el mismo año, fueron contemporáneas. Pero Frida vivió en un contexto más cosmopolita, con amistades políticas poderosas. Si Débora hubiera tenido esas condiciones, su obra habría explotado.

Lo que la hace más especial es que pintó su obra más profunda cuando ya no había aspiración de éxito, cuando estaba en el olvido. Es arte en su esencia, sin fama”.

Lea aquí: ¿Qué hacer con la obra de Débora Arango?

¿Cómo fue la relación con la familia de Débora Arango?

“Esta no es una biografía sino un perfil. La biografía más completa es Débora Arango: vida de pintora, de Santiago Londoño. Él aborda lo familiar; yo no lo hice, primero por falta de fuentes confiables y segundo porque mi interés fue el aspecto político y social de su obra. Sí hablé con tres amigas suyas, aún vivas, que me compartieron su tiempo y recuerdos. La familiar más cercana es la hija de Cecilia Londoño, su tía, quien murió hace unos años. Ella es la única que puede certificar la poca obra de Débora que hay en el mercado”.

¿Cree que el interés actual por Débora está influido por el movimiento de reivindicación de mujeres?

“Debe ser inconsciente. No hubo un interés editorial por subirse a esa ola, aunque me parece maravilloso que exista. Pero el motor del libro está en entender qué tuvo que pasar en Antioquia, en una época en la que las mujeres no votaban ni administraban bienes, para que una mujer de hogar religioso se inscribiera en el expresionismo social pictórico con tal fuerza.

Eso fue revolucionario. Imagínate eso en los años 30: sigue siendo impactante incluso hoy”.

¿Débora Arango es conocida fuera de Colombia?

“No. En los círculos especializados sí: hablé con curadores del Museo de Arte Moderno de Nueva York y otros, y todos la consideran una gran maestra. Pero su obra no ha circulado. En 2002 tuvo éxito en España, pero luego no volvió a salir. No es por falta de interés, sino porque toda su obra está en el Museo de Arte Moderno de Medellín y está catalogada como bien de interés cultural. Mover una obra BIC es casi imposible: requiere valija diplomática, pólizas carísimas, condiciones extremas de seguridad. Eso hace que la obra esté embodegada. Es un dilema absurdo”.

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