Educación: ¿presencial o virtual? Esa no es la pregunta correcta.

Hace siglos-muchos siglos atrás-, la humanidad decidió que la educación requería de escenarios, metodologías y contenidos escolarizados. O sea, que el aprendizaje silvestre de la vida cotidiana y la familia no alcanzaba. ¿No alcanzaba para qué? En términos generales, no era suficiente para preservar el cada vez más rico y complejo acervo de conocimiento de la humanidad. En términos prácticos, no daba la talla para seguir construyendo ciudadanía, para consolidar la convivencia social, para fortalecer el ejército, para desarrollar la economía, etc. Los grupos sociales (tribus, pueblos, naciones, estados) requieren de ciertos sistemas de educación estandarizada y formalizada (escolarizada) para seguirse desarrollandose como comunidad. De ahí, la Escuela, la Universidad, el Museo, la Biblioteca.

Con esta narración, entre metafórica y simple, explico por qué nació la educación escolarizada.

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Ahora, muchos siglos después, la Universidad ha venido enfrentando el dilema de ofrecer más cobertura o mantener la calidad. ¿Por qué dilema? porque la filosofía económica que nos controla (o nos inspira, si suena menos duro) señala que el conocimiento es un bien escaso. En economía, un bien escaso es aquel que no existe en cantidades infinitas a precio cero. En otras palabras, educar cuesta. Así que, cada paso que damos para ampliar cobertura o mejorar la calidad implica algún nivel de inversión de recursos escasos (tiempo, materiales, suelo, etc.).

El problema de la cobertura tiene que ver con la posibilidad de dar educación a los más pobres y a aquellos que viven más alejados de las grandes urbes. La calidad tiene una doble connotación: una educación que sea consistente con los retos del desarrollo sostenible de la humanidad y la naturaleza y, a la vez, consecuente con el proyecto de vida de cada estudiante.

Resolver ese dilema debería seguir siendo el eje de las preocupaciones de los hacedores de políticas educativas. Sin embargo, la coyuntura de la pandemia del Covid-19 nos está enfrascando en lo que considero es una discusión bizantina: ¿debemos volver al campus presencial o continuar con la educación virtual?

 

Ni lo uno ni lo otro; sino ambos.

Estamos reduciendo el proceso formativo a una mediación. Ni la plataforma zoom, ni un salón con sillas, mesas y tablero, educan; son sólo recursos. La educación es mucho más que eso.

Una experiencia curricular incluye relaciones entre personas, un componente cognitivo (problemas de aprendizaje, objetos de estudio, objetivos y contenidos -conocimientos, habilidades y valores-) y un componente afectivo: métodos, medios, formas y sistemas evaluativos. En el currículo, la plataforma digital o el aula de clases, apenas alcanzan a ser medios.

Sin embargo, la diversidad de medios es ahora una gran oportunidad para redoblar los esfuerzos en pro de una educación con pertinencia, calidad y amplia cobertura. O sea, lo que pretendo con este ensayo es reducir a sus verdaderas proporciones el debate entre presencial o virtual pero, a la vez, quiero elevar a un nivel superior la cuestión sobre el potencial de estrategias como alternancia, blended learning (aprendizaje híbrido) y ubicuidad.

Las primeras dos, alternancia y aprendizaje híbrido, se refieren a una especie de distribución del tiempo -organizada por los educadores-, entre el aula  de clases y la plataforma de comunicación remota. Pero, de otro lado, la ubicuidad como la explica Diego Mazo, rector de la Institución Universitaria CEIPA, es una categoría que abre al estudiante el abanico de oportunidades para elegir su mejor lugar y momento para continuar con el aprendizaje.

En la sociedad del conocimiento, en la cual no deben existir barreras de tiempo o espacio para aprender, la educación puede ser un proceso continuo en ambientes discontinuos.

 

Al pan, pan y al vino, vino.

Hay un conjunto de realidades que necesitamos reconocer para continuar con una discusión sobre cobertura y calidad en nuestros tiempos:

– un buen campus universitario puede ser aprovechado de maneras diversas durante una jornada de aprendizaje: debates con docentes y compañeros, talleres en ambientes físicos, eventos feriales, tertulias informales, deporte, cultura, etc. Pero, cuando aquel se utiliza fundamentalmente para que el estudiante reciba información de sus profesores (clase magistral), entonces, no sólo es un desperdicio sino que se convierte en una barrera injustificable para acceder al conocimiento. Así, por ejemplo, los estudiantes de jornadas nocturnas que llegan literalmente “corriendo” a la universidad desde sus lugares de trabajo, pierden el tiempo de desplazamiento cuando la clase consiste en una sesión teórica de transmisión de información, a la cual se pudo acceder desde una plataforma de comunicación remota.

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– una buena propuesta educativa virtual ofrece muchas oportunidades para facilitar el acceso a la información y al conocimiento, a la comunicación bidireccional entre el docente y sus estudiantes e, incluso, a la co-creación y difusión de nuevo conocimiento.

– la educación superior ofrecida bajo modalidad presencial combina inevitablemente la comunicación y los contenidos que se intercambian en el aula con aquellos a los que se puede acceder desde canales, buscadores y plataformas digitales especializadas.

– La informática y el Internet son un recurso enorme para fortalecer procesos de enseñanza, aprendizaje, creación y difusión de conocimiento. La virtualidad (comunicación en línea -sincrónica y asincrónica-, acceso a contenidos y escenario de divulgación) es una oportunidad del mundo moderno para ampliar la cobertura educativa con calidad y pertinencia. ¿Por qué pertinencia? Porque desempeñarse en redes, desenvolverse en ambientes interculturales y co-crear sin barreras de tiempo o espacio, hoy son competencias fundamentales para la profesión y la vida.

– Con la madurez que tienen la pedagogía y la didáctica, la educación de calidad puede expandir su cobertura a todo el planeta, combinando diferentes escenarios de aprendizaje, de comunicación, de acceso y de co-creación de conocimiento. Se aprende en el hospital, en la granja, en el aula de clases, en el museo, en las plataformas virtuales, etc. Maestros y estudiantes se comunican face to face o por medios remotos de manera sincrónica o asincrónica. El menú de oportunidades es amplio. Cada vez más amplio.

– En los países de la OCDE -organización a la que ya pertenece Colombia-, 52, 6% de los jóvenes de 18 a 24 años de edad está estudiando, 33,1% no estudia, pero trabaja y el  14,3% restante es Ni-Ni. Para no ahondar en cifras, es claro que tenemos un gran reto en materia de cobertura.

– Muchas de las personas que no acceden a la educación superior lo hacen por barreras de tiempo (laboran) y/o espacio (viven en el campo o son víctimas de la maraña vehicular de las grandes ciudades.

 

Simbiosis entre virtualidad y educación presencial: más cobertura, más pertinencia.

Si bien el conocimiento es un bien escaso (tiene costo), invertir en él es una decisión altamente rentable. Un ciudadano políticamente culto, un trabajador bien entrenado, un artista bien cultivado, un médico altamente cualificado, un ingeniero creativo, un científico riguroso, un trabajador social comprometido, con seguridad aportarán con creces al desarrollo social, cultural, político y económico de una sociedad.

Por lo tanto, estamos ante una oportunidad que exige dos tipos de inversiones:

inversiones fuertes en ampliación de acceso a la informática y a Internet, por todo el territorio nacional y a todos los estratos socio-económicos. Ello implica, además de redes, acceso a dispositivos y entrenamiento para el uso de los mismos. Este es el nuevo alfabetismo: aprender a leer, escribir, navegar por Internet y usar plataformas digitales. El amplio acceso debe ser para las familias y las instituciones educativas. Ahora no sólo hay que llevar agua, gas y energía eléctrica a los hogares.

inversiones para la reinvensión curricular y cualificación de docentes, de modo tal que la educación sea un proceso de calidad, sin barreras de tiempo y espacio. Eliminar el muro que separa a las modalidades -presencial y virtual- y ofrecer programas híbridos para que los estudiantes “asistan a clases” desde cualquier lugar y en diferentes momentos.  Hermanar el aula de clases con el ciber-espacio, combinar la comunicación sincrónica (face to face o remota) con la asincrónica, enlazar todas las bibliotecas, museos y demás repositorios de información y conocimiento, es una tarea que no se puede abordar desde lo táctico, sino desde lo estratégico y pedagógico: una nueva concepción curricular en la que los objetivos de aprendizaje, los contenidos, las metodologías y las evaluaciones se repiensen para desarrollarse en ambientes discontinuos, desde una perspectiva de la ubicuidad.

Algo es real, ni el docente, ni la biblioteca tienen el monopolio del conocimiento. También es una verdad de a puño que, aunque hay un conocimiento fundamental que no se puede abandonar -la filosofía, las ciencias naturales, la matemática, etc.- y hay retos perennes: la felicidad del ser humano, la justicia social y el desarrollo sostenible, también es cierto que la humanidad debe desarrollar su capacidad de adaptación a las condiciones cambiantes del entorno social y natural. Por ende el sistema educativo tiene que ser flexible, adaptarse a las nuevas realidades y reconocer los nuevos retos y oportunidades; lo que no significa que deba perder su rigor científico y pedagógico.

Estudiante o maestro: no importa donde estés, el proceso formativo no se debe detener.

 

 

¿Mercado o Estado para salir de las crisis globales?

Giovanny Cardona Montoya, enero 17 de 2021.

 

Tal vez se pueda afirmar que la democracia imperfecta que conocemos y el capiltalismo, constituyen el mejor modelo socio-económico en el que la población de “Occidente” ha vivido a lo largo de los siglos. Si miramos hacia atrás, el feudalismo y la esclavitud fueron modelos socio-económicos y políticos mucho menos eficientes en lo productivo y más injustos en lo social. Pero, hoy no haremos una apología del actual sistema socio-económico, sino, una reflexión sobre sus capacidades para encarar los retos venideros.

Mercado o Estado. ¿Cuál de los dos es el mejor ordenador social?

La historia del capitalismo ha sido un péndulo entre librecambio y regulación estatal. Para los mercantilistas (con apogeo entre los siglos XV y XVII), el proteccionismo era fuente de riqueza (exportar mucho, importar poco); para Smith y Ricardo, la mano invisible del mercado generaba mayor bienestar (acceso a las mejores opciones del mercado por la intensa competencia); mientras que para Keynes (luego de las lecciones aprendidas de la gran recesión de 1929-1933), el mercado debería ser regulado.

Cada época ha sido “idonea” para hacer apología de alguna ideología económica y, al mismo tiempo, despotricar de otras. Desde hace más de tres décadas el pensamineto neoliberal se ha posicionado en la Academia, el Estado, el mundo empresarial y los tanques de pensamiento. Cualquier idea que huela a intervención estatal se “sataniza” o se le ridiculiza -seguramente lo mismo sucedió con los neoclásicos en los “tiempos de gloria” del keynesianismo-.

Sin embargo, a pesar de las doctrinas neoliberales, las dos grandes recesiones de este siglo XXI han sido atendidas por gobiernos neoliberales con recetas proteccionistas. Durante la crisis del mercado hipotecario (2007-2008), el Estado salió a rescatar bancos y a entregar recursos a los consumidores para dinamizar el mercado. De igual modo, en la actual recesión global, el Estado sale al rescate de empresas y a estimular el mercado de consumo con recursos públicos. Algunos hablan de la “socialización de las pérdidas”.

Con lo anterior quiero señalar que la historia está plagada de evidencias que demuestran que el mercado nunca ha sido capaz de sobrevivir por sí mismo, sino que ha recibido el salvavidas del Estado cuando la crisis adquiere ciertas dimensiones. La recuperación de la economía mundial después de la segunda guerra mundial fue igual. En esta misma dirección, los colombianos podemos recordar la crisis del sistema financiero en 1982. El Estado salió al rescate de la banca.

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Crisis económica, socio-ambiental y sanitaria. Un presente sombrío.

El año 2020 sacudió los cimientos de la economía mundial, pero hay dos cuestiones prioritarias antes de hablar de mecanismos para la recuperación económica. La primera es entender que esta crisis sanitaria no se irá de manera definitiva, sino que, dejará secuelas permanentes. La segunda cuestión tiene que ver con la anterior: el calentamiento global venía pisándonos los talones, ya está aquí, y sus consecuencias son de largo plazo. Por lo tanto, el método de análisis del ciclo económico (desaceleración, recesión, recuperación expansión) se quedará corto, no sólo para reconstruir “el edificio” en el futuro, sino, incluso, para “apagar el incendio” actual.

Algunos dilemas enfrenta la humanidad y requieren de respuestas estrructurales, no de paliativos. Y, me atrevería decir, dichas respuestas desbordan el debate entre Mercado y Estado como ordenadores sociales. Veamos:

1. Salud Pública: diversos autores señalan que otras pandemias vendrán y que el deterioro del medio ambiente también se debe entender como una “mutación” del planeta frente a los seres vivos que lo habitamos. En la actual crisis sanitaria, pocos sistemas nacionales de salud salen bien librados. En la post-pandemia, éstos deberán dar respuesta a fenómenos inexistentes, muchos de los cuales tendrán dimensión global.

¿Cuál es el mejor sistema de salud? ¿Hay buenas prácticas para emular o hay que dar vida a una nueva concepción de lo que denominamos salud pública?  Aquellos que hayan tenido mejores resultados en monitoreo, detección, aislamiento y control de contagiados y los que hayan logrado mayor nivel de respuesta efectiva en la atención oportuna de enfermos graves y salvarles la vida, podrian ser los referentes de buenas prácticas a seguir. 

2. Emisión de gases de efecto invernadero. Hace 48 años se llevó a cabo la primera cumbre de la tierra (Estocolmo, 1972), la cual, sirvió de megáfono multilateral para anunciar al mundo los peligros del calentamiento global. Casi medio siglo después la situación no ha mejorado. Al contrario, ha empeorado. La meta de no superar el calentamiento en 1,5 grados centígrados en 2030 no se va a cumplir, se va a superar con creces. A pesar de la convención de Kyoto, del Acuerdo de París o de los ODS, el mundo no recicla, los combustibles fósiles siguen reinando, la deforestación no se detiene, la ganadería continúa su senda contaminante y las fuentes de energía renovable no se posicionan en el mercado.

3. La inequidad socio-económica y la pobreza extrema. El PIB per cápita mundial superó los 11 mil dólares en 2019 (alrededor de 40 millones de pesos colombianos), sin embargo, aproximadamente 700 millones de personas viven con menos de USD$ 1,90 al día. La situación es peor aún: son 1300 millones de personas las que sufren de pobreza multidimensional -alimentación, vivienda, educación- En pocas palabras tenemos una gran riqueza global a la que no accede el 20% de la población mundial. Y el Banco Mundial estima que este número crecerá más del 15% como consecuencia de la pandemia del Covid.

Tenemos los recursos y la capacidad tecnológica y productiva para alimentar a todo el planeta, para darle techo y para educarlo, pero no lo hacemos.

4. Cobertura y Calidad Educativa. Con la pandemia del Covid la virtualidad tuvo que salir al rescate de los calendarios escolares. Sin embargo, además del debate que ha suscitado la calidad de la educación en tiempos de pandemia, también es cierto que se han desnudado debilidades que ya traían los sistemas educativos: familias sin acceso a Internet (pobres y/o campesinos) o sin dispositivos digitales (computadores, tabletas o teléfonos móviles); docentes y estudiantes que no tienen suficiente dominio de las TIC y modelos educativos tradicionales centrados en el docente y diseñados exclusivamente para aulas de clases presenciales.

En consecuencia, la oportunidad que puede ofrecer la educación virtual (currículos con fundamento pedagógico y didáctico para asegurar aprendizajes con amplia cobertura y acordes a una sociedad del conocimiento) no se está aprovechando. La improvisación que primó durante 2020 no ha permitido potenciar esta modalidad.

niño con computador y abuela en el campo

El reto venidero. La pregunta no es Estado o Mercado.

Hay un conjunto de características sociales, culturales, políticas y económicas del mundo moderno que fungen como tractoras de los fenómenos críticos arriba señalados o que no permiten provocar una ruptura a ciertas tendencias nefastas:

1. La cultura consumista. Green Peace habla de un sobreconsumo impulsado por el actual sistema económico, el cual debería ser sustituido por un consumo más racional y respetuoso con el medio ambiente. La frugalidad, la austeridad, el comercio justo y  los bienes ambientalmente limpios siguen siendo “excepciones” en la realidad comercial del mundo moderno.  Los precursores del minimalismo hablan de una maraña de medios de comunicación y redes sociales que atrapan nuestra conciencia y nos llevan a acceder a bienes y servicios que “no necesitamos”.

2. Exceso de información, escasez de educación. El centro de la educación debe ser la persona que se forma. Qué cada ser comprenda el mundo y asuma posturas propias frente a lo que sucede y se haga responsable de lo que dice y hace; qué desarrolle sus capacidades físicas e intelectuales; qué se prepare para vivir como ser individual y social; qué desarrolle pensamiento autónomo y crítico y sea feliz. De esa manera yo sintetizaría el sentido profundo de la educación como sistema social.

Sin embargo, hay millones de personas excluídas del sistema en todo el planeta, especialmente en los países subdesarrollados. Y esta brecha en cada país se evidencia al comparar la cobertura de las grandes ciudades con la del campo. Además de baja cobertura, hay serios problemas de calidad: un insuficiente uso de TIC, baja cualificación de docentes, una red global de información que mezcla conocimiento estructurado con información superflua y fake news. Hoy, cuando existe la mejor oportunidad de la historia humana de acceder a gran parte del acervo de conocimiento de la humanidad, enfrentamos serios problemas de desinformación, mala información, toma de decisiones y debates basados en argumentos infundados.

3. La monopolización de la riqueza y de los mercados. El capitalismo está cimentado en la economía de mercado y el respeto de la propiedad privada. Pero el keynesianismo no fue “némesis” del capitalismo, al contrario, lo salvó de su autodestrucción. Lo que demostró Keynes es que el mercado no se puede autorregular infinitamente, que la intervención del Estado puede suavizar las caídas y prolongar las expansiones del ciclo económico.

Pero el reto va más allá. El caso es que la actual concentración ha creado pulpos con un poder inconmensurable. El poder de las petroleras y de otras empresas mineras imposibilita que se tomen medidas radicales para avanzar hacia los combustibles renovables. La concentración del capital financiero global y su ingerencia en los procesos electorales no permite que se regulen prácticas del sector, como aquellas que sumieron a la economía mundial en una de sus peores crisis en 2008 (subprime).

Las empresas de Internet (Google, Facebook y otras) están concentrando un enorme poder cuyas consecuencias aún no podemos imaginar. La información que acumulan (sobre nuestras vidas personales) y la forma como la pueden estar utilizando es algo que apenas estamos empezando a comprender (recomiendo ver el documental Dilema Social). Incluso, pensar que bloquearon la cuenta del presidente de los Estados Unidos (independiente de la opinión que cada uno de nosotros tenga de Donald Trump), agudiza esta preocupación: ¿cuál puede llegar a ser el tamaño de su poder?

A pesar de la  riqueza existente no hemos sido capaces de proteger a millones de personas que deben salir día a día a buscar su sustento incumpliendo las exigencias de las cuarentenas sanitarias que esta pandemia nos ha obligado a implementar. No todo el que viola la cuarentena es un desobediente, a veces es simplemente un superviviente. Pensemos, en las personas que viven en la economía informal y en los millones de famiempresarios y microempresarios que están quebrando porque el sistema no es capaz de protegerlos en tiempos de crisis.

En otras palabras, afrontamos retos inéditos que no podrán superarse con la naturaleza y la magnitud de la concentración de la riqueza y de poder que se tiene actualment en el mundo.

4. El precario Sistema Multilateral. El calentamiento global y la pandemia del coronavirus no tienen solución a nivel nacional. Estos son problemas globales y requieren soluciones multiestatales. Pero ha sido imposible. La salida de Estados Unidos del Acuerdo de París, la ausencia de coordinación mundial para enfrentar el Covid y la rapiña que se evidencia para que cada gobierno trate de conseguir unas cuantas vacunas para su país, son una clara evidencia de que no hemos entendido que la solidaridad es fundamental para enfrentar problemas que cruzan fronteras.

El creciente poder de las grandes empresas multinacionales, la multipolaridad geopolítica y lo anacrónico del sistema ONU (que responde a realidades del final de la segunda guerra mundial) dificultan una respuesta multilateral a los retos venideros. Y el multilateralismo será fundamental para afrontar lo que se avecina.

La globalización nos trae lo mejor y lo peor del mundo, es una condición inevitable. Ahora sí estamos entendiendo las implicaciones de vivir en una “Aldea Global”.

 

 

 

De Westfalia a la sociedad de la transformación digital.

Giovanny Cardona Montoya, noviembre 16 de 2020.

 

Acabo de leer un libro del nonagenario Henry Kissinger (Orden mundial. Reflexiones sobre el carácter de los países y el curso de la historia). Y no se le puede leer sin la inevitable curiosidad que despierta su condición de ex Secretario de Estado de los Estados Unidos en los tiempos de Nixon y Ford. Su figura como político no deja de ser controversial; en su gestión debió lidiar con el final de la guerra de Vietnam. Diversos movimientos sociales cuestionan la supuesta vocación pacifista de Kissinger -galardonado en 1973 con el premio Nobel-; su paso por la Secretaría de Estado se dio en tiempos en que dictadores militares frenaron democracias en Suramérica; algunos de ellos con el apoyo de la CIA.

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(Ver reseña del libro, la cual acabo de publicar en la Universidad Nacional de Rosario, Argentina).

Este libro me recordó un tema del que poco hablamos pero que está ahi, latente, en el marco de las transformaciones de las que hablamos todos los días: cuarta revolución industrial y transformación digital. Se trata de la encrucijada que enfrentan los Estados nacionales. ¿Cuál es su futuro?

La evolución de las tecnologías de comunicaciones está permitiendo a ciudadanos de todos los países acceder a servicios libremente, a pesar de que al interior de cada nación existe una reglamentación sobre los mismos. Tal vez si me transporto usando la plataforma Uber no estoy haciendo uso de un taxi, pero se sustituye dicho servicio, el cual, por cierto, se halla regulado y restringido. Lo mismo sucede con el servicio de la hotelería y la plataforma airbnb. Y, ni qué decir de las criptomonedas que ponen en entredicho la soberanía monetaria del Estado.

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Hay más casos, la educación superior virtual internacional, los servicios de streaming, etc. Ahora, aunque varios de estos casos se van resolviendo a través de nuevas legislaciones que tratan de ponerse a tono con la realidad que se deriva de la globalización y de la sociedad del conocimiento, no todos se regulan; algunos siguen en largos litigios, incluso, continuando con la prestación de un servicio que temporalmente se considera ilegal.

El tema es que detrás del Estado nación se halla una compleja sociedad que se divide entre aquellos que valoran los nuevos servicios, que los ven como un nivel superior de desarrollo y otros que sienten que sus industrias se debilitan, ya que, nacieron y se han desarrollado bajo un esquema de control estatal. Los hoteles se resienten, los propietarios de taxis se ven afectados, los canales de televisión nacional y de cable sienten la amenaza de la competencia externa y la banca central pierde capacidad de injerencia en la estabilidad macroeconómica.

El Estado nación es la base de esta reflexión. Antes de 1648, el mundo eurocéntrico era guiado por la simbiosis entre el Sacro Imperio Romano y las élites territoriales del viejo mundo; una amalgama entre casas reales y el papa. Un constante diluvio de matrimonios y divorcios entre el heredero al “trono de San Pedro” y los frecuentemente efímeros reyes europeos.

Pero, todo cambia con la paz de Westfalia (1648), la cual se convierte en causal de divorcio definitivo entre la iglesia católica y los gobernantes laicos de los nacientes Estados nacionales. Westfalia es la semilla de la modernidad geopolítica. En principio Westfalia no significó una novedad; se trataba como en otros acuerdos, de “verdadera y sincera paz y amistad cristiana, universal y perpetua” (Kissinger, p. 37). Sin embargo, Westfalia sentó las bases de un nuevo orden internacional centrado en las relaciones entre Estados, en lugar de dinastías, casas reales o inclinaciones religiosas. Nacía el Estado soberano.

Durante los siguientes siglos, los principios westfalianos se expandieron por todo el planeta, especialmente después de los procesos de descolonización de África, Asia, Oceanía y América. Las élites de los nacientes países fundaron sus Estados tomando como referente el modelo consolidado en Europa Occidental. Westfalia sentó las bases de un mundo conformado por Estados, los cuales son supremos hacia el interior del territorio e independentes allende sus fronteras.

Bajo el paraguas ideológico del Estado westfaliano los países nos hemos dado nuestros régimenes normativos. constitución política, leyes y decretos. Al interior de cada nación ciertas actividades se prestan con amplia libertad, otras tienen sus restricciones: se regula la prestación del servicio médico o del educativo; se controla la profesión de abogado o de contador público, etc. ¿Todo ello para qué?, para asegurar la calidad del servicio, para equilibrar el balance entre la oferta y la demanda, para recaudar ingresos para el Estado, etc. Cada Estado tiene sus propias razones.

Pero la mutación que sufre el mundo a causa de la transformación digital hace porosas las fronteras de los Estados nacionales. Puedo estudiar con una universidad extranjera, puedo adquirir criptomonedas que no son emitidas por la Banca Central, puedo hospedarme en una casa de familia sin la regulaciones que tienen los hoteles, etc. Esto va más allá de los cambios en el mercado, esto pone en entredicho la forma como se ha entendido y ejercido la soberanía de los Estados a lo largo de varios siglos.

¿Cómo podrán coexistir los Estados soberanos y la globalización en un mundo interconectado? ¿Será posible?

No sólo la transformación digital ha cuestionado el rol supremo del Estado nación; la proliferación de armas nucleares que pueden destruir a todo el planeta, las pandemias (como la actual del Covid), el calentamiento global, han hecho mella en la capacidad de cada país de valerse por sí solo. Los retos y oportunidades globales han traído a la mesa categorías como: acuerdos intergubernamentales, supranacionalidad, derecho de injerencia, entre otros.

Cada época tiene un sello propio. La religión delineó la cosmovisión previa a Westfalia; la razón iluminó a los tiempos de la Ilustración y el nacionalismo marcó los siglos XIX y XX. Ahora, la ciencia y la tecnología trazan las líneas del devenir.

Del final de la era industrial heredamos la ciber-tecnología para un mundo más interconectado. Pero, parece que el Estado nación y lor organismos multilaterales (interestatales) tienen una naturaleza insuficiente para seguir jugando el rol rector que se les delegó hace casi 400 años (a los primeros) y casi un siglo a los segundos.

 

 

 

 

Fin de la cuarentena: sembrar futuro en lugar de volver a la normalidad.

Giovanny Cardona Montoya, agosto 23 de 2020.

 

Comienza a respirarse un aroma a posible “regreso a la normalidad”.

A pesar de que el número de fallecidos va camino del millón de personas, que los contagiados confirmados superan los 22 millones, -siendo éstos la muestra de un número desconocido de contagiados no diagnosticados-, y que se presentan rebrotes en algunas ciudades del mundo donde ya se han relajado las restricciones de interacción social, todo indica que Colombia y el planeta se van preparando para “volver a la normalidad”.

El anuncio de vacunas en Rusia y China, además de los informados avances de otras en Europa y Norteamérica y el “agotamiento” de un sistema económico focalizado en el crecimiento más que en el desarrollo social y ambiental, son los principales determinantes del final de la extendida pero necesaria cuarentena.

Sentiremos el alivio de poder volver a la calle y de reencontrarnos con seres queridos, de viajar y de sentarnos en un restaurante a departir con amigos. Probablemente los amantes del fútbol, de los conciertos y de las discotecas no están tan optimistas aún; las aglomeraciones siguen siendo “el Caín” de esta historia.

Digamos que esta lectura de un posible final de la cuarentena es básicamente un momento feliz. Y es comprensible.

Sin embargo, durante la pandemia han aflorado cuestionamientos serios a nuestro lifestyle, demandando una “nueva realidad”; no volver al tren de vida de antes. Pero parece que ya se nos está olvidando.

La súbita aparición del Covid conllevó incertidumbre, angustia y reacción. No lo vimos venir, no lo esperábamos, no sabíamos cómo actuar. Improvisación ha sido el nombre del juego.

¿Seguiremos siendo reactivos hacia el futuro? No deberíamos. ¿Por qué no?

1. La pandemia dejará secuelas. Aunque pronto habrán vacunas, los contagios y decesos continuarán por un buen tiempo (años). Adicionalmente, la Organización Panamericana de la Salud  señala que las enfermedades psicosociales se han multiplicado por el esfuerzo físico y emocional de evitar el contagio y por el miedo a la incertidumbre económica. Adicionalmente, millones de personas han perdido familiares (no sólo por el Covid) y no pudieron hacer el duelo, tienen una herida emocional abierta.

2. La normalidad es parte del problema.

El virus es altamente contagioso, pero su letalidad no lo es tanto. Por ello, la cuarentena es fundamental para minimizar los riesgos de contagio, agravamiento y muerte. La clave es que el crecimiento de contagios sea lento para que los sistemas de salud y  particularmente las Unidades de Cuidados Intensivos- UCI- no colapsen. Pero la normalidad de la que venimos es aquella en la cual millones de personas viven en la informalidad y no pueden darse el lujo de encerrarse en sus casas. Deben salir a la calle para asegurar su sustento.¿A esa normalidad deseamos regresar?

El Estado de Bienestar de esta época neoliberal – de los 80s hasta nuestros días- tiene como su hilo más delgado a la ecuación empleo-desempleo. Si tienes un contrato laboral estás cubierto, sino, caes al vacío. ¡Sálvese quien pueda!, no hay un sólido principio de solidaridad para el bienestar. En este contexto, la pandemia ha obligado al cierre de empresas, por ende, el desempleo y la reducción de salarios se han disparado en el mundo.  Según CEPAL, Latinoamérica incrementará su desempleo en más de 11 millones de personas-.

Esta crisis ha sido atendida bajo la perspectiva de la ortodoxia neoliberal: estabilidad macroeconómica  y lógica de mercado para distribuir sus costos. Se sacrifican empleos y salarios, a la vez que caen primero los trabajadores informales y las microempresas. Banco Mundial estima que 100 millones de personas caerán en pobreza extrema como consecuencia de la pandemia.

A nivel global sucede lo mismo. Es un virus que pone en peligro a toda la humanidad y no tenemos un régimen multilateral sanitario para enfrentarlo. Somos un archipiélago de países luchando contra un virus que no conoce de fronteras. Al mismo tiempo, ya comenzó la “subasta” para que cada país trate de acceder a la vacuna. ¿Dónde quedó el Preámbulo de la Carta de San Francisco: “…emplear un mecanismo internacional para promover el progreso económico y social de todos los pueblos.”?

economia informal             Imagen tomada de: https://comunicacionparalaincidencia.wordpress.com/2012/06/09/imagenes-de-la-economia-informal-8/

3. La cuarentena, una pausa del desarrollo “insostenible”.

La presencia de algunos animales exóticos o salvajes hacia grandes urbes ha sido una curiosidad de la cuarentena. Hechos más concretos y significativos fueron las chimeneas apagadas de fábricas cerradas, la menor movilidad de vehículos, la reducción de la huella de carbono de millones de personas que se quedaron en sus casas. Pero volveremos a la calle, prenderemos las calderas, volverán los vehículos a las autopistas. ¿Queremos regresar al desarrollo “insostenible”?

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4. ¿Un mundo interconectado?

La recesión no es más aguda en este primer semestre de 2020 gracias al teletrabajo, el e-commerce y la educación virtual. Sin el desarrollo de las TIC, la crisis económica habría sido mucho más aguda. Sin embargo, es claro que las escuelas no estaban preparadas, el teletrabajo no se ha afianzado y el comercio electrónico apenas representa 13%  de los intercambios nacionales e internacionales.

La escuela y las bibliotecas ya no son la principal fuente de información. El campus educativo debe ser para pensar, para co-crear y para debatir, usando la virtualidad como vehículo de acceso, producción e intercambio de datos, información y conocimiento. En esta época, una buena educación presencial se debe apoyar en la virtualidad y, de otro lado, la distancia no tiene que ser una barrera para acceder a educación de calidad.

Sin embargo, en la cuarentena se evidenciaron muchos y elevados muros: modelos educativos tradicionales, docentes sin experiencia y estudiantes no preparados, ni motivados para una comunicación remota. Peor aún, según UNESCO, hay un alto porcentaje de hogares sin acceso a Internet.

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En síntesis, no debemos regresar a la “vieja normalidad” porque:

– es una normalidad basada en una ética socioéconómica excesivamente individualista y en una frágil solidaridad supranacional entre los países;

– las secuelas de la pandemia (económicas, físicas y emocionales) requieren de creatividad solidaria para una rápida recuperación;

el planeta no resiste el tren de producción y consumo que llevábamos antes de la pandemia. Hay que migrar hacia una cultura de la frugalidad.

– el acceso universal a las TIC podría elevar nuestra calidad de vida, mejorando la cobertura, oportunidad y eficiencia de servicios que requerimos: educación, salud, banca, recreación, etc. No se trata de poner la virtualidad por encima de la convivencia tradicional, sino de aprovechar su potencial.

 

¿Educación virtual o virtualidad en la educación?

Giovanny Cardona Montoya, julio 19 de 2020.

 

Los modelos de “escuela” han mutado a lo largo de los siglos. La tradición oral, la lectura del texto escrito o la video-conferencia son manifestaciones de forma de la esencia de las instituciones educativas: la preservación de la cultura. Que las nuevas generaciones apropien el acervo cultural de la humanidad -las ciencias, las artes, las técnicas, etc.-, esa es la razón de ser de la escuela.

A pesar de que la coyuntura que viven los sistemas educativos en el mundo, como consecuencia del requerido distanciamiento social, ha revivido el interés por el uso de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC) en los procesos formativos, la realidad es que la virtualidad lleva más de un cuarto de siglo permeando todos los centros de formación: la escuela técnica, el colegio, la universidad; todos.

Ahora se oyen voces -inclusos voces muy autorizadas- que declaran que la virtualidad nunca sustituirá a la presencialidad; que debemos volver al campus -a los edificios con aulas y bibliotecas- cuando la pandemia lo permita. Pero, ¿acaso nos estamos haciendo la pregunta correcta?

- Nos negamos a abandonar el pasado.

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Quienes vivimos la actual coyuntura somos personas nacidas en el siglo XX o en el XXI. De hecho, más del 90% de la población mundial nació después de la segunda guerra mundial. Por lo tanto, tenemos una idea muy lineal y clásica de lo que es una escuela: un salón, una sillas enfiladas hacia el frente, un tablero. Si bien, hay multiplicidad de alternativas, como los talleres, los laboratorios o las granjas, la realidad es que el aula tradicional sigue siendo el eje principal alrededor del cual giran los imaginarios sobre la educación escolarizada.

Pero, la arquitectura del aula de clases no es un capricho o una moda. El aula de clases es el escenario de interacción entre docentes y estudiantes alrededor del conocimiento; y aquel responde a condiciones socio-económicas,  políticas y culturales de la época.

Y, cuando hablamos de época nos referimos a condiciones temporales características de clusters de generaciones que han vivido bajo un paradigma socio-cultural determinado: tal vez la modernidad y la sociedad industrial (siglos), la explosión demográfica (más de un siglo) o la segunda post-guerra mundial (casi un siglo) puedan servir de hitos para diagramar la época en la que se ha desarrollado el actual sistema educativo.

Pero, cada época es un constructo teórico de cualidades dialécticas que indican que persisten rezagos de épocas anteriores, a la vez que se engendran las células de una posterior. Así que, aunque la modernidad tiene su esencia en el uso de la lógica y la razón, las escuelas públicas conservaron por siglos la enseñanza de la religión como componente de sus currículos.  De igual, manera, la necesidad de ampliar la cobertura educativa -por las crecientes aspiraciones de la mujer y la necesidad de cualificar trabajadores para el sector industrial- y la dificultad para crear escuelas fuera de los grandes centros poblacionales, dieron origen a la “educación a distancia”, la cual fue evolucionando del correo a las mediaciones de radio y televisión, para luego fortalecerse con las oportunidades que emergen de la informática e Internet.

- La Sociedad del Conocimiento: el presente hito.

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Desde hace medio siglo la productividad del conocimiento ha sido el motor del crecimiento económico mundial (Drucker, Castells). Y esta realidad -aceleración y globalización de la producción, acumulación, difusión y uso de la información y del  conocimiento- es uno de los ejes de la nueva época. La hegemonía de las escuelas como escenarios de transmisión de información y conocimiento ha caído. La nueva era reclama de las instituciones educativas y particularmente de sus procesos curriculares y de sus docentes, un repensarse de cara a las nuevas posibilidades que ofrecen las TIC y a las nuevas necesidades que enfrentan las sociedades.

Algunos retos de la nueva escuela son heredados de la época anterior: asegurar la suficiente cobertura educativa, detener el holocausto ambiental y crear posibilidades para que millones de personas marginadas accedan a los medios para satisfacer sus necesidades materiales y espirituales. Otros retos se derivan de las nuevas realidades: preparar jóvenes para desempeñarse en red, convivir con diversas culturas, enfrentar la incertidumbre y mitigar la angustia que generan, la velocidad de los cambios y el creciente debate alrededor de paradigmas morales históricamente consolidados.

Por lo tanto, el necesario debate acerca de las instituciones educativas después de la pandemia no se puede enfocar en un supuesto antagonismo entre la virtualidad y la educación denominada “presencial”. En esta sociedad del conocimiento no hay educación de calidad si ésta no incluye dispositivos tecnológicos, acceso a suficiente y permanente  información, comunicación en red y uso de softwares especializados.

- Repensar la institución educativa.

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Una propuesta curricular es un sistema consciente de relaciones entre profesores y estudiantes alrededor de las necesidades de aprendizaje, los contenidos, las metodologías y la evaluación de resultados. Por lo tanto, el aula de clases es sólo un componente, un ambiente que facilita la experiencia curricular. El aula ideal de clases (el salón en una escuela, la plataforma zoom, la granja agrícola, la sala de cirugías, etc.) depende de los componentes señalados (objetivos, contenidos, métodos) y de las particularidades y condiciones socio-económicas y culturales de los participantes del proceso de formación.

La educación de calidad debe llegar a jóvenes cuya actividad principal es el estudio, pero también debe atender a los campesinos, a las personas que trabajan en el día y deben estudiar en la noche, a las personas con limitaciones físicas (de movilidad, auditivas, de la vista, etc.). Frente a necesidades tan diversas, las mediaciones virtuales son una excelente herramienta que complementa (siempre) o sustituye (en muchos casos) a la educación que se puede realizar en encuentros presenciales.

Si bien, hay actividades de aprendizaje que deben llevarse a cabo en escenarios especializados (el hospital, la granja, la obra de construcción), también es verdad que la virtualidad no se reduce a una comunicación en línea entre estudiantes y profesores (la video-conferencia). La virtualidad en la educación tiene que ver con el acceso y uso de información pertinente producida por toda la humanidad (bases de datos, virtualtecas); el uso de softwares y simuladores especializados para diferentes actividades sociales y económicas; y la co-creación de conocimiento en red (comunidades de conocimiento).

Con seguridad los encuentros en el campus físico de una universidad tienen un sinnúmero de bondades para el aprendizaje y la co-creación de conocimiento, entre otras, gracias a los efectos emocionales que puede tener el contacto personal y la comunicación face to face. Pero, eso no significa que los encuentros en línea, al igual que la comunicación asincrónica, no puedan ofrecer otras ventajas en el proceso de formación. La comunicación en red tiene una mayor cobertura (estudiantes con dificultades de movilidad), acerca al diálogo a profesores extranjeros (calidad sin costos de desplazamiento) y a estudiantes de otras regiones y países (interculturalidad).

En síntesis, las fortalezas de la virtualidad o de los campus universitarios en los procesos educativos no son fuente de antagonismos. La educación de calidad en la actualidad debe asegurar que el acervo de conocimiento de la humanidad se preserve y ello incluye las capacidades desempeñarse en red y convivir en un mundo multicultural.

Las particularidades de los saberes especializados (las ciencias puras, las ciencias sociales, las tecnologías, las técnicas, las humanidades, la estética), las condiciones socio-económicas de los estudiantes, el desarrollo de las didácticas por parte de los pedagogos y los retos de futuro, deben ser los factores que determinen la combinación ideal de mediaciones (presenciales y virtuales) para asegurar una amplia cobertura educativa con calidad.

En cambio, estamos en mora de revisar los calendarios rígidos, los contenidos excesivamente estandarizados que desconocen las particularidades del estudiante, las metodologías tradicionales y unidireccionales que aún acostumbran muchos docentes y las evaluaciones “enciclopedistas” que verifican la asimilación de contenidos pero no las capacidades o competencias que deben desarrollar los estudiantes para vivir en esta compleja sociedad del conocimiento: aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a preguntar, aprender a debatir, aprender a conocer y respetar la diferencia, aprender a descubrir, aprender a co-crear…

 

 

 

 

 

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