La coyuntura nos hace olvidar el horizonte.

Giovanny Cardona Montoya, octubre 25 de 2020.

 

En Colombia, a través de algunas dinámicas medianamente participativas, se han formulado apuestas de largo plazo. Son propuestas que a veces nos hacen ilusionar que vamos a tener una hoja de ruta para transformar el país, para hacerlo más desarrollado, justo y sostenible. Pero casi siempre son cantos a la bandera, ilusión de un día. ¿Alguien se acuerda de Colombia 2032? Mmmm, probablemente pocos.

De igual manera, crisis trascendentales sirven para sugerir que no debemos mantener este rumbo, que es hora de cambiar. Con el Covid lo hemos dicho -yo también-: el mundo no puede ser el mismo después de la pandemia; pero, ¿el mundo va a ser otro o nosotros vamos a actuar diferente?

Los números de la pandemia cada día son más claros y dolorosos: el desempleo y pobreza se extreman. Ya se habla de 50% de pobres en Colombia por culpa de la pandemia. Y la tentación es resolver esto con medidas de choque.

Se viene un año electoral y tras él  muy probablemente “la limosna” desde el erario público, la exhacerbación del clientelismo, las medidas populistas y demás trucos de magia que mitigan los síntomas de la miseria y el hambre, pero que también distraen para no hablar de las raíces de dichos malestares.

No dudo que hay que aplicar paliativos y medidas urgentes para atender a los más afectados, ojalá se estuviera haciendo incluso ahora que la situación es tan crítica para miles de familias. Pero no podemos olvidar que más allá de la pandemia, hay problemas estructurales que al atenderlos se siembra para cosechar un desarrollo más sostenible.

Visión Colombia-2032 pretende convertir este país en la tercera economía de América Latina, como resultado de la innovación y las exportaciones basadas en alto valor agregado. Para que la economía colombiana evolucione en la dirección deseada es necesario que se generen ciertas condiciones que aseguren un entorno favorable para las empresas, a la vez que hay que hacer una revisión de las industrias a las que se les desea dar prioridad en un nuevo modelo de desarrollo.

Sugiero retomar cinco propósitos estratégicos que ya eran claros desde que se formuló Colombia 2032 y que siguen teniendo pertinencia:

1. Consolidar un talento humano creativo, innovador, adaptable al cambio y a las condiciones de un mercado global cada vez más cambiante y complejo. El país debe asegurarse que el sistema educativo, la alimentación de los niños y los programas y estrategias de CTeI creen las condiciones para que el talento humano eleve la productividad, la calidad y la agregación de valor de nuestros bienes y servicios. Este problema se manifiesta desde la educación pre-escolar y se extiende hasta la educación superior que debe formar técnicos, tecnólogos, ingenieros, estrategas e investigadores.

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2. Fortalecer el mercado laboral formal. La economía informal y el subempleo se presentan como una espada de doble filo en contra del desarrollo económico. De un lado, los bajos e inestables ingresos debilitan la demanda agregada reduciendo el efecto multiplicador de la inversión productiva que hagan las empresas o el Estado. De otro lado, la informalidad se convierte en una competencia desleal para el comercio legal, a la vez que es fuente de crisis del régimen de seguridad social. Para nadie es un secreto que el SISBEN y los aportes subvalorados al régimen contributivo están haciendo un hueco en las finanzas del sistema de salud. Empleos bien remunerados y formales son una fuente de solución para esta crisis.

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3. Desarrollar la infraestructura física y tecnológica del país. El fortalecimiento de las relaciones comerciales entre el campo y la ciudad y entre el país y el resto del mundo, reclama unas inversiones significativas, de mediano y largo plazo que van más allá de las autopistas 4G. Para poner sólo unos ejemplos, este país no tiene una suficiente y adecuada salida al Pacífico, eje del comercio mundial. De igual modo, hay ausencia de vías terciarias y carreteras adecuadas para que las ciudades, pueblos y veredas movilicen los productos en doble vía.

4. Reducir la dependencia de la producción y exportaciones de los combustibles fósiles. El problema de fondo no es que en la pandemia hayan caído los precios internacionales del petróleo; el problema de fondo es que Colombia no tiene reservas importantes del combustible fósil para el largo plazo. Nos guste o no, esa es la realidad; adicional al problema del calentamiento global agudizado por el uso de combustibles fósiles, debemos mirar hacia otros sectores con más potencial de largo plazo. Por ello, de éste reto se deduce el último de nuestra lista.

5. Desarrollar sectores exportadores con recursos renovables. Colombia se ha venido desindustrializando a lo largo de las últimas tres décadas. Cada vez nuestros productos tienen más componentes importados, a la vez que las exportaciones manufactureras y agropecuarias se han convertido en marginales en la balanza comercial.

Está claro que las economías industrializadas y las emergentes se han consolidado a partir de la agregación de valor a sus mercancías y la consolidación del sector servicios. Aproximadamente ¾ partes del comercio mundial tiene que ver bienes de alto valor agregado, sólo lo restante son commodities; a la vez que el 70% del comercio mundial se realiza entre Europa Occidental, Norteamérica y el Este Asiático.

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En este contexto, asumiendo que la sostenibilidad de nuestro desarrollo conlleva la necesidad de resolver problemas estructurales de la población más pobre, muchos de los cuales viven en el campo o han huído de éste; y que el potencial de nuevos sectores fortalecidos por I+D+i tiene semillas importantes en el sector rural, se hace relevante recordar los retos que señaló hace cinco años el Censo Nacional Agropecuario:

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Qué la pandemia no nos enceguezca, la fragilidad con la que nos encontró el Covid se corresponde con problemas estructurales que requieren salidas de largo plazo y no pañitos de agua tibia. El potencial rural colombiano en recursos naturales y humanos puede ser una de las claves de un exitoso proyecto de largo plazo. Proyecto que busque reestructurar la economía del país, centrándola en propósitos dirigidos hacia la sostenibilidad, la formalidad empresarial y la diversificación industrial que, apalancada en I+D+i, enriquezca de valor nuestra oferta productiva y exportadora.

Fin de la cuarentena: sembrar futuro en lugar de volver a la normalidad.

Giovanny Cardona Montoya, agosto 23 de 2020.

 

Comienza a respirarse un aroma a posible “regreso a la normalidad”.

A pesar de que el número de fallecidos va camino del millón de personas, que los contagiados confirmados superan los 22 millones, -siendo éstos la muestra de un número desconocido de contagiados no diagnosticados-, y que se presentan rebrotes en algunas ciudades del mundo donde ya se han relajado las restricciones de interacción social, todo indica que Colombia y el planeta se van preparando para “volver a la normalidad”.

El anuncio de vacunas en Rusia y China, además de los informados avances de otras en Europa y Norteamérica y el “agotamiento” de un sistema económico focalizado en el crecimiento más que en el desarrollo social y ambiental, son los principales determinantes del final de la extendida pero necesaria cuarentena.

Sentiremos el alivio de poder volver a la calle y de reencontrarnos con seres queridos, de viajar y de sentarnos en un restaurante a departir con amigos. Probablemente los amantes del fútbol, de los conciertos y de las discotecas no están tan optimistas aún; las aglomeraciones siguen siendo “el Caín” de esta historia.

Digamos que esta lectura de un posible final de la cuarentena es básicamente un momento feliz. Y es comprensible.

Sin embargo, durante la pandemia han aflorado cuestionamientos serios a nuestro lifestyle, demandando una “nueva realidad”; no volver al tren de vida de antes. Pero parece que ya se nos está olvidando.

La súbita aparición del Covid conllevó incertidumbre, angustia y reacción. No lo vimos venir, no lo esperábamos, no sabíamos cómo actuar. Improvisación ha sido el nombre del juego.

¿Seguiremos siendo reactivos hacia el futuro? No deberíamos. ¿Por qué no?

1. La pandemia dejará secuelas. Aunque pronto habrán vacunas, los contagios y decesos continuarán por un buen tiempo (años). Adicionalmente, la Organización Panamericana de la Salud  señala que las enfermedades psicosociales se han multiplicado por el esfuerzo físico y emocional de evitar el contagio y por el miedo a la incertidumbre económica. Adicionalmente, millones de personas han perdido familiares (no sólo por el Covid) y no pudieron hacer el duelo, tienen una herida emocional abierta.

2. La normalidad es parte del problema.

El virus es altamente contagioso, pero su letalidad no lo es tanto. Por ello, la cuarentena es fundamental para minimizar los riesgos de contagio, agravamiento y muerte. La clave es que el crecimiento de contagios sea lento para que los sistemas de salud y  particularmente las Unidades de Cuidados Intensivos- UCI- no colapsen. Pero la normalidad de la que venimos es aquella en la cual millones de personas viven en la informalidad y no pueden darse el lujo de encerrarse en sus casas. Deben salir a la calle para asegurar su sustento.¿A esa normalidad deseamos regresar?

El Estado de Bienestar de esta época neoliberal – de los 80s hasta nuestros días- tiene como su hilo más delgado a la ecuación empleo-desempleo. Si tienes un contrato laboral estás cubierto, sino, caes al vacío. ¡Sálvese quien pueda!, no hay un sólido principio de solidaridad para el bienestar. En este contexto, la pandemia ha obligado al cierre de empresas, por ende, el desempleo y la reducción de salarios se han disparado en el mundo.  Según CEPAL, Latinoamérica incrementará su desempleo en más de 11 millones de personas-.

Esta crisis ha sido atendida bajo la perspectiva de la ortodoxia neoliberal: estabilidad macroeconómica  y lógica de mercado para distribuir sus costos. Se sacrifican empleos y salarios, a la vez que caen primero los trabajadores informales y las microempresas. Banco Mundial estima que 100 millones de personas caerán en pobreza extrema como consecuencia de la pandemia.

A nivel global sucede lo mismo. Es un virus que pone en peligro a toda la humanidad y no tenemos un régimen multilateral sanitario para enfrentarlo. Somos un archipiélago de países luchando contra un virus que no conoce de fronteras. Al mismo tiempo, ya comenzó la “subasta” para que cada país trate de acceder a la vacuna. ¿Dónde quedó el Preámbulo de la Carta de San Francisco: “…emplear un mecanismo internacional para promover el progreso económico y social de todos los pueblos.”?

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3. La cuarentena, una pausa del desarrollo “insostenible”.

La presencia de algunos animales exóticos o salvajes hacia grandes urbes ha sido una curiosidad de la cuarentena. Hechos más concretos y significativos fueron las chimeneas apagadas de fábricas cerradas, la menor movilidad de vehículos, la reducción de la huella de carbono de millones de personas que se quedaron en sus casas. Pero volveremos a la calle, prenderemos las calderas, volverán los vehículos a las autopistas. ¿Queremos regresar al desarrollo “insostenible”?

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4. ¿Un mundo interconectado?

La recesión no es más aguda en este primer semestre de 2020 gracias al teletrabajo, el e-commerce y la educación virtual. Sin el desarrollo de las TIC, la crisis económica habría sido mucho más aguda. Sin embargo, es claro que las escuelas no estaban preparadas, el teletrabajo no se ha afianzado y el comercio electrónico apenas representa 13%  de los intercambios nacionales e internacionales.

La escuela y las bibliotecas ya no son la principal fuente de información. El campus educativo debe ser para pensar, para co-crear y para debatir, usando la virtualidad como vehículo de acceso, producción e intercambio de datos, información y conocimiento. En esta época, una buena educación presencial se debe apoyar en la virtualidad y, de otro lado, la distancia no tiene que ser una barrera para acceder a educación de calidad.

Sin embargo, en la cuarentena se evidenciaron muchos y elevados muros: modelos educativos tradicionales, docentes sin experiencia y estudiantes no preparados, ni motivados para una comunicación remota. Peor aún, según UNESCO, hay un alto porcentaje de hogares sin acceso a Internet.

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En síntesis, no debemos regresar a la “vieja normalidad” porque:

– es una normalidad basada en una ética socioéconómica excesivamente individualista y en una frágil solidaridad supranacional entre los países;

– las secuelas de la pandemia (económicas, físicas y emocionales) requieren de creatividad solidaria para una rápida recuperación;

el planeta no resiste el tren de producción y consumo que llevábamos antes de la pandemia. Hay que migrar hacia una cultura de la frugalidad.

– el acceso universal a las TIC podría elevar nuestra calidad de vida, mejorando la cobertura, oportunidad y eficiencia de servicios que requerimos: educación, salud, banca, recreación, etc. No se trata de poner la virtualidad por encima de la convivencia tradicional, sino de aprovechar su potencial.

 

¿Por qué la economía colombiana no crece de manera sostenida? Por miopes.

Giovanny Cardona Montoya, agosto 4 de 2019.

 

Si hacemos memoria, desde que Colombia comenzó su apertura económica, sólo hemos tenido tres años en los que el crecimiento del PIB ha superado la barrera psicológica del 5%. De resto, nuestros indicadores de crecimiento han sido lánguidos y en 3 ocasiones hemos enfrentado el rostro oscuro de la recesión.

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La estructura del PIB colombiano.

Hacia 1990, cuando vio la luz el CONPES 2465 que indicaba el camino de la apertura económica, los propósitos se veían bastante claros: fortalecer la industria doméstica gracias a unas más sólidas relaciones comerciales y a la mayor disponibilidad de insumos. Sin embargo, el cambio que ha dado la estructura del PIB no parece mostrar, casi 30 años después, que ese propósito se halla logrado.

Mientras para dicho año, la industria manufacturera y el sector agropecuario representaban el 45% del PIB colombiano, casi 6 lustros después estos sectores sólo alcanzan el 17%. En contravía, comercio, minería y sector financiero incrementaron su participación en la estructura del PIB.

¿De qué depende el crecimiento del PIB colombiano?

En la cotidianidad colombiana se evidencia una visión miope de gobernantes, medios de comunicación, gremios y empresarios. El problema del crecimiento económico se podría analizar desde una perspectiva de desarrollo (evaluar el modelo de desarrollo) o macroeconómica (la que guía nuestros ojos mes a mes, trimestre a trimestre y año tras año). Es esta última la que evidentemente inspira a gobernantes y empresarios a la hora de tomar sus decisiones. Veamos:

- La mirada macroeconómica.

Esta perspectiva nos ha acostumbrado a monitorear las tasas de interés del Banco de la República, el precio del dólar y cualquier otra decisión coyuntural de gobierno o de la geopolítica internacional (las guerras comerciales de Trump o el precio del petróleo).

Bajo esta perspectiva, estamos atacando los síntomas, pero no las causas del bajo crecimiento. Es por ello que los medios y el gobierno “elevan cohetes” cuando el FMI indica que tenemos la mejor tasa de crecimiento de la región o que el ente subió nuestras perspectivas de crecimiento una o dos décimas. Nos acostumbramos a la precariedad del presente: alta informalidad económica, desempleo de 2 dígitos, exportadores de commodities mineros. Subdesarrollados es el nombre del juego.

Por lo anterior, el crecimiento económico depende del precio internacional del petróleo, del dinamismo del sector constructor y del gasto público. Por ningún lado aparecen categorías como Productividad, Agregación de Valor, Innovación, Emprendimiento o Competitividad.

Bajo esta perspectiva nos llamamos a engaños cuando aplaudimos la llegada de la Inversión Extranjera Directa -IED-, la cual no conoce nuestros campos, ni nuestras fábricas. Es una inversión que llega principalmente a la minería y subsidiariamente a la banca, al comercio y a las comunicaciones. Pero ahí no termina esta trama. Por cuenta de servicios internacionales (componente de la cuenta corriente de la balanza de pagos), año tras año, en forma de repatriación de utilidades y pagos de intereses de deuda externa se desangra el mismo capital. Así, por ejemplo, en 2018, los ingresos netos de capital (incluído el aumento de reservas internacionales) ascendió a casi 12 mil millones de dólares. Pero la sola repatriación de utilidades (sin el pago de interes de deuda externa) superó los 10 mil millones de dólares. O sea, “agua que viene, agua que se va”.

No somos un país atractivo para IED en sectores manufactureros o agro, ni tampoco para la reinversión de utilidades. De hecho, es larga la lista de empresas que han cerrado plantas en Colombia para proveernos desde sus factorías en países con los que tenemos firmados TLC. Entonces, sí hay un problema de fondo.

- La mirada del modelo de desarrollo.

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Esta perspectiva, tan poco analizada por gremios, empresarios, gobierno y medios de comunicación, busca las raíces del bajo crecimiento económico, analizando los determinantes de nuestra competitividad.

– No hay políticas de Estado que definan sectores estratégicos que deseemos desarrollar a largo plazo. Hoy hablamos de Economía Naranja, y eso no tiene nada de malo. Excepto que seguramente será un propósito de gobierno que caducará en 2022. Porque este gobierno, al igual que los anteriores, no siembra a largo plazo; sólo busca salir dignamente al terminar su período. Por miradas estrechas como ésta es que Bogotá no tiene Metro o que Colombia no es una potencia turística o agroindustrial.

– No hay convicción de la importancia de invertir en Ciencia, Tecnología e Investigación o de desarrollar las vías terciarias que comuniquen al campo y los poblados con las grandes urbes para dinamizar un potencial mercado interno. Aquí las evidencias saltan a la vista: no hay patentes, no hay investigación científica, no hay alianzas entre empresas y universidades para desarrollos tecnológicos, no hay…

– No se toman decisiones para elevar la cobertura y calidad de la seguridad social. Los intereses privados -y a veces mafiosos-, que financian campañas políticas, no permiten que se desarrolle una estrategia agresiva público-privada para formalizar el empleo, lo que reduciría el déficit fiscal crónico (menos gastos por SISBEN), viabilizaría al sistema de salud (además de financiarlo para que mejore la calidad de sus servicios). Formalizar el empleo beneficia a todos, pero nadie quiere pagar ese costo (más del 40% de los trabajadores reciben salarios informales).

En síntesis.

No es que la economía colombiana no crezca (de manera sostenida) porque cae el precio del petróleo o porque sube el dólar (o porque baja, ¡qué locura!, mala la devaluación, mala la revaluación), o porque el Banco de la República no baja las tasas de interés.

No, la economía colombiana no crece de manera sostenida porque no hay una Visión Compartida de Futuro. Somos miopes, aquí nadie piensa a largo plazo. Ese es el punto.

El salario mínimo en Colombia es muy alto. ¡¿Qué?! ¿No estarás hablando en serio?

Giovanny Cardona Montoya. Junio 8 de 2019.

 

Leer indicadores económicos -interpretarlos- es una habilidad necesaria para no caer en la superficialidad de ciertos titulares de prensa que buscan simplicar realidades que son complejas. Y no lo logran; se corre el riesgo de banalizar hechos que requieren más reflexión.

¿Ha leído este titular: “Pasto la ciudad más cara del país”? Pero la razón de dicha afirmación es que el reporte del DANE coloca a dicha ciudad como la de mayor inflación en el respectivo período de análisis.  La ciudad con la inflación más alta no es la que tiene el costo de vida más alto. Eso es malinterpretar el indicador.

Hace varios años el muy poco popular ministro de hacienda, Alberto Carrasquilla, indicó que el salario mínimo colombiano era “ridiculamente” alto. ¡Y ahí fue Troya! Ahora, el premio Nobel Christopher Pissarides lo ratifica: el salario mínimo es “desastrosamente” alto.

¿Qué significa decir que un salario es muy alto?

Una primera perspectiva nos invita a comparar salarios entre países. En enero de 2019, el salario mínimo más alto de América Latina lo tenían los uruguayos con US$460, mientras Venezuela tenía el salario más bajo con un monto de US$7,0. Colombia ocupaba el 9o puesto con un salario de US$284 dólares, incluido el subsidio de transporte. Incluso, Nicaragua y México tienen salarios más bajos que el colombiano. Por lo tanto, esta perspectiva no nos da mucha información. Incluso, con la revaluación del dólar (más evidente en unos países que en otros), el salario mínimo en Colombia ha bajado más de 2 dólares a junio de 2019.

Otra perspectiva tiene que ver con el poder adquisitivo: ¿es suficiente el salario mínimo para que un trabajador satisfaga dignamente sus necesidades básicas? Para aproximarnos a una respuesta, podemos usar como referente la Canasta Básica Familiar (CBF) definida por el DANE; su composición fue actualizada en enero de 2019 y para una familia de cuatro integrantes tiene un costo de COP 3.488.000, lo que equivale a 4,2 salarios mínimos. Por lo tanto, en un hogar de dos adultos y dos hijos (en 1990 el promedio de los hogares colombianos era 4.6 personas), los padres no pueden proveer los bienes y servicios básicos para la familia si sus ingresos son inferiores a cuatro salarios mínimos.

En otras palabras, ni en comparación con los trabajadores de otros países, ni con respecto a las necesidades básicas de las familias, se puede señalar que el salario mínimo en Colombia sea alto. Más bien, todo lo contrario.

Pero existe otra perspectiva sobre la que se puede hacer este análisis y es la que explica que el ministro y el Nobel hayan dicho que el salario mínimo colombiano es muy alto: se trata de la perspectiva de los costos de producción y de la productividad.

Desde esta perspectiva, el relativamente alto salario mínimo se considera la causa principal de la informalidad y del subempleo. Según Fedesarrollo, el salario mínimo representa mas del 80% del salario medio de los colombianos. En los países europeos esta equivalencia no alcanza el 50%. En otras palabras, el salario mínimo tiene un mayor peso en el mercado laboral de Colombia. La relación de oferta y demanda de trabajo estaría intimamente relacionada con el salario mínimo. Ello lleva a los expertos, como el ministro Carrasquilla o el Nobel Pissarides, a sugerir que un salario mínimo más bajo podría reducir el desempleo y el subempleo.

De hecho, algunos expertos se atreven a señalar que el incremento del desempleo en Colombia, en los últimos meses, (10,2%) se explicaría en parte porque el salario mínimo se incrementó por encima de la inflación de 2018 y del leve incremento de la productividad (0.52%).

Ante esta realidad han surgido varias propuestas, empezando por el congelamiento del salario mínimo para que baje en términos reales (el no incremento, con una inflación de 3 o 4%, significa una caída real del poder adquisitivo del salario mínimo). Otra idea es la aprobación de salarios minimos diferenciales: para jóvenes, por ejemplo, o por sectores económicos. Todas estas propuestas se fundamentan en la idea que, menores salarios estimularían a las empresas a vincular formalmente más trabajadores.

Pero la pregunta de fondo es: si somos una economía poco productiva, ¿la solución es menguar el salario de los trabajadores o invertir para elevar la productividad de los mismos? ¿Cuál es la garantía de que un salario mínimo más bajo se traduzca en más empleos formales y no en un incremento de ganancias de empresarios poco competitivos?

La economía colombiana es monoexportadora (depende en gran medida de hidrocarburos, más intensivos en capital que en trabajo) y la industria manufacturera, al igual que el agro, se han deprimido a tal punto que somos importadores de gran parte de los bienes que consumimos. Entonces, una caída en el salario (nominal y real) puede contraer el mercado doméstico, desestimulando las inversiones para el incremento de la producción. Con datos de 2018 podemos señalar que el consumo de los hogares representa cerca del 68% del PIB en Colombia. Y, si la mayoría de los hogares depende del salario mínimo, la consecuencia nefasta pareciera inevitable.

¿Hay otro camino?

La productividad es una variable que relaciona el resultado del trabajo con los recursos utilizados para lograrlo. En otras palabras, cuánto producto se obtiene con una cantidad determinada de recursos. Según el Foro Económico Mundial los salarios en Suiza, Estados Unidos, Singapur, Malasia y Emiratos Árabes son los más productivos. A la vez que, una hora de trabajo en Irlanda, Noruega, Luxemburgo, Dinamarca u Holanda produce muchos más dólares en bienes o servicios que en cualquier otro lugar del planeta.

productividad laboral

A pesar de que Colombia se halla entre los 30 países más grandes del mundo, ya sea por población, PIB o territorio, los diferentes índices que miden la competitividad y la productividad en el mundo colocan a nuestro país en puestos secundarios: Índice Global de Competitivad (puesto 60), Anuario de Competitividad Mundial (puesto 58) y escalafón Doing Business (puesto 65). Y el hecho es que los países que tienen mayor productividad y competitividad no son los que tienen salarios nominales más bajos o, incluso, jornadas laborales más extensas. Tan sólo basta con mirar estos indicadores entre los integrantes de la OCDE, donde naciones como Chile o México aparecen con baja productividad, bajo salario nominal y larga jornada laboral, contrario a lo que sucede en los países europeos integrantes de la Organización.

indice global de competitividad

En cambio, es claro que los países más productivos son aquellos que tienen mayor cobertura y calidad educativa e invierten una tasa importante de su PIB en I+D+i (alrededor del 2% en las naciones de la OCDE). En cambio, Colombia, hace años tiene una meta de dedicar el 1% del PIB en I+D+i, pero este indicador apenas alcanza el 0,45% y, según el Consejo Nacional de Competitividad, la meta no se alcanzará en el mediano plazo. En materia de educación, los resultados tampoco son muy optimistas: la cobertura en educación superior rodea el 50% de la población que culmina educación media; pero sólo 53 de cada 100 estudiantes universitarios se graduan.

En síntesis, la idea de bajar el salario mínimo para mejorar el desempeño económico colombiano no sólo es socialmente injusto, sino que las evidencias internacionales señalan que es ineficiente. El riesgo es que sacrificar nuevamente el ingreso de los trabajadores en lugar de invertir en educación, ciencia y tecnología y otras condiciones de infraestructura, no sólo no daría los resultados esperados sino que agudizaría los niveles de inequidad en la distribución de la riqueza y mantendría al país postrado como un exportador de commodities y dependiente de las importaciones de bienes con alto valor agregado.

No se debe reducir el salario de los trabajadores, se debe incrementar la productividad del salario.

Economía Colaborativa: entre el Desarrollo Sostenible y la pauperización del salario.

Si necesitas un vehículo que te transporte sólo tienes que dar un clic en tu celular -incluso, si sólo quieres que te den un “aventón”-. Si quieres un hospedaje económico en otra ciudad o país, sólo tienes que dar un clic en tu celular. Si tienes hambre y quieres un domicilio, sólo tienes que hacer clic.

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Economía colaborativa: ¿fuente de desarrollo sostenible o de desaceleración económica?

La Economía Colaborativa es una categoría reciente de las relaciones socio-económicas, la cual se fortalece gracias al desarrollo de las TIC. Dicha economía permite que se optimice el uso de recursos como los vehículos o la propiedad raíz -habitaciones u oficinas-. Así, por ejemplo, si tienes una habitación disponible en tu casa, puedes rentarla; o sea, hacer uso de una capacidad ociosa generándote algún ingreso. Lo mismo sucede si tu trabajo cotidiano no te agota plenamente, entonces, puedes unirte a Uber y ofrecer el servicio de transporte urbano, obteniendo un ingreso extra.  Continuar leyendo