Calentamiento global o la crónica de un desastre anunciado.

Giovanny Cardona Montoya, noviembre 1 de 2021.

 

Cada vez que hay una cumbre del Medio Ambiente, por lo menos desde la de Río en 1992, es evidente que los gobiernos se toman más en serio el tema. Pero, las evidencias posteriores a cada cumbre también demuestran que el creciente interés es inferior al reto. ¿Por qué esperar que la COP26 Glasgow no nos decepcione una vez más?

1. Génesis de la crisis.

En 1856, la científica Eunice Foote  demostró a través de un experimento, por primera vez, que el dióxido de carbono se calienta más que el aire que respiramos y que dura más tiempo caliente; por lo tanto, se deduce que una atmósfera de este gas elevaría la temperatura del planeta. Y, ahí nace la teoría del calentamiento global.  Pero, ¡oh sorpresa!, tres años después Edwin Drake encontró petróleo al oeste de Pensilvania y, entonces, comenzó la carrera ascendente de la industria del petróleo en Estados y Unidos…y en el mundo, por supuesto.

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Cien años después (en 1959), Edward Teller, físico reconocido de su época, advirtió que el uso incontrolado de las fuentes de energía fósiles estaría creando un efecto invernadero, el cual podría descongelar glaciales, incluso los cascos polares. Ya para 1965, la comunidad científica norteamericana se tomaba el tema muy en serio, lo que explica la carta que enviaron a Lindon B. Johnson, advirtiendo el peligro y clamando porque se tomaran medidas importantes.

2. ¿Cómo llegamos aquí?

Hacia el siglo XVIII, los recursos del planeta eran suficientes para atender el “espíritu de consumo” de la población mundial de la época: alrededor de 1500 millones de personas que necesitaban techo, vestido, alimento, transportarse, etc. Su tren de consumo era inferior a la capacidad de la tierra para regenerar la vida: animales, plantas, bosques. La tala de bosques, el pastoreo, el transporte de la época (apena surgía el vehículo mecánico a base de combustible fósil) eran procesos degradantes de proporciones aún adecuadas para este planeta.

Para producir los satisfactores de las necesidades humanas, las personas requerimos ciertos materiales y una cantidad X de energía, los cuales son extraídos de los sistemas ecológicos. Pero, de otro lado, los mismos sistemas ecológicos tienen cierta capacidad para reabsorber los residuos que se derivan de aquellos procesos de producción de bienes y servicios. Adicionalmente, la producción requiere de ciertos espacios físico, lo que implica ocupar territorios, incluso, desalojando especies de los mismos: población animal, vegetación, bosques.

Para medir el impacto de la actividad del ser humano sobre sobre la biocapacidad del planeta, Rees y Wackernagel (1996) formularon una unidad de medida denominada Huella Ecológica, la cual calcula “la superficie necesaria para producir los recursos consumidos por un ciudadano medio de una determinada comunidad humana, así como la necesaria para absorber los residuos que genera, independientemente de la localización de esta área”

De esta fórmula se deducen actividades asociadas a las áreas requeridas y la reducción de la capacidad de la tierra de absorber los residos:

Cultivos: área para producir los vegetales que se consumen.

Pastos: área dedicada al pastoreo de ganado.

Bosques: área de explotación para producir la madera y el papel.

Mar productivo: área para producir pescado y marisco.

Terreno construído: áreas urbanizadas u ocupadas por infraestructuras.

Área de absorción de CO2: bosques.

Todo iba bien, era una situación manejable, hasta que entró el siglo XX. La huella de carbono se ha multiplicado por 10 desde la década de 1960. La revolución industrial iniciada en el siglo XIX, el acelerado crecimiento demográfico y una cultura de sobrevaloración del tener sobre el ser conforman la base de lo que hoy se conoce como la crisis del calentamiento global.

La industrialización desmedida, la urbanización, el creciente uso de combustibles fósiles y una cultura de consumo sin límites, de una población mundial que se ha multiplicado por cinco en el último siglo, son los detonantes de una crisis que consiste en la incapacidad del planeta de mantener nuestro estilo de vida. Inspirados en una idelogía de producción y consumo ilimitados, la población ha adoptado un tren de vida inviable, basado en la posesión de bienes materiales.

Ya los gobiernos han aceptado que no podemos permitir que que la temperatura del planeta ascienda más de 1,5 grados C antes de 2030, con respecto a la era preindustrial, para lo cual debemos reducir la emisión neta (emisión menos absorción) de gases de efecto invernadero a cero -hoy es de 50 mil millones de toneladas-. Sin embargo, la temperatura ya ha subido 1.2 grados C y el reloj sigue su marcha. Los gases acumulados crecen y el calentamiento global no se detiene.

La emisión neta de gases de efecto invernadero y el calentamiento global se deben estudiar desde dos variables complementarias: la emisión de gases y la capacidad del planeta de absorberlos.

3. La emisión de gases.

Los principales gases de efecto invernadero son:

Dióxido de carbono (CO2). Se da por la quema de combustibles fósiles, residuos sólidos, árboles y material biológico. También por la producción de cemento.

Metano (CH4). Este se genera en la ganadería principalmente, también en producción y transporte del carbón y en la descomposición orgánica que se produce en la agricultura.

Óxido nitroso (N2O): agricultura, combustión de petróleo y  carbón y durante el tratamiento de aguas residuales.

Gases fluorados, los cuales surgen de procesos industriales.

En 2017, el CO2 fue responsable del 82% de los gases de efecto invernadero, seguido del metano (10%) (Agencia de Protección Ambiental de E-U). El lento desarrollo de las fuentes de energía limpias, al igual que el cambio de patrones de comportamiento –reciclar, caminar, usar bicicleta, reducir consumo de carne, etc.- responde a intereses económicos, debilidad en las normas ambientales y hábitos y arraigados de los seres humanos.

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4. La capacidad de absorción de los gases.

Los bosques y terrenos agrícolas cubren gran parte de la tierra y sirven para almacenar o absorber de modo natural importantes cantidades de CO2, impidiendo que éste salga a la atmósfera, lo que los convierte en neutralizadores parciales de la actividad contaminante del hombre, generando lo que se denomina la emisión neta de gases de efecto invernadero: gases emitidos, menos los absorbidos.

Sin embargo, no es fácil desacelerar la deforestación, ni lograr mejores prácticas forestales y agrícolas para la reabsorción de gases de efecto invernadero. Los bosques cubren el 31 por ciento de la superficie terrestre mundial. La deforestación y la degradación de los bosques continúan ocurriendo a un ritmo alarmante, lo que contribuye significativamente a la pérdida constante de biodiversidad.

Desde 1990, se estima que se han perdido unos 420 millones de hectáreas de bosque por conversión a otros usos de la tierra, aunque la tasa de deforestación ha disminuido en las últimas tres décadas. Entre 2015 y 2020, la tasa de deforestación se estimó en 10 millones de hectáreas por año, frente a los 16 millones de hectáreas por año en la década de 1990. La superficie de bosque primario en todo el mundo ha disminuido en más de 80 millones de hectáreas desde 1990.

Según la FAO, tan sólo en América Latina la tala de bosques entre 1990 y 2000 tuvo una tasa anual que fluctuó entre 0,1% en Chile y 5% en países como Uruguay, Salvador o Paraguay. Para alcanzar una media de 0,5% anual de deforestación de la extensión forestal en el subcontinente .

En síntesis:

En un circuito dialéctico que integra al desarrollo de las fuerzas productivas con la búsqueda de la maximización de la riqueza, avanza la espiral de producción y consumo que parece no agotarse, pero que encuentra sus límites en la capacidad finita que tiene el planeta de renovarse.

 

Chernobyl: una cicatriz que nos recuerda lo frágil que es la humanidad.

Reproduzco un texto que escribí hace 5 años, a propósito del aniversario de uno de los dos mayores accidentes nucleares de la historia.

Hace 35 años, en esta misma fecha, abril 26, me encontraba yo en Kiev. Todo parecía normal, el año académico estaba en su última etapa, comenzaba a florecer la ciudad y se acercaba el puente festivo del 1º de mayo. Lejos estábamos de imaginarnos que un riesgo mortal se incubaba a unos 100 kilómetros de la ciudad.

El accidente en el 4º reactor de la estación nuclear de Chernobyl pendía como espada de Damocles sobre la vida de millones de europeos de la otrora Unión Soviética y algunos de sus países vecinos. De hecho, nos enteramos de la catástrofe cuando el Kremlin tuvo el deber de dar respuesta a las inquietudes que desde Suecia se presentaban con respecto a un incremento inusitado de niveles de radiación en aquel país escandinavo.

Años después, la crisis de Fukushima, al conmemorar las “bodas de plata” de Chernobyl, debe hacer pensar nuevamente a los políticos, a los empresarios y a los expertos sobre las implicaciones ambientales y planetarias del consumo ilimitado y de la búsqueda acelerada y “salvaje” de fuentes alternativas de energía.

Las preguntas que surgen en la actualidad no sólo tienen que ver con la producción de energía o el desarrollo de alternativas diferentes a los combustibles fósiles. Adicionalmente hay que destacar:

1. Los accidentes producidos en reactores nucleares (de los cuales, Chernobyl y Fukushima son los más conocidos pero no los únicos) demuestran que la tecnología moderna aún no es capaz de controlar los monumentales daños que aquellos pueden producir. Según la OMS, los afectados por la radiación de Chernobyl superan los 5 millones y, aunque fuentes oficiales rusas y ucranianas hablan de 10.000 muertos, Greanpeace asegura que el número de fallecidos supera los 100.000. Pero, lo destacable es que la magnitud de los daños es monumental a pesar de que la energía nuclear sigue siendo una fuente menor.

2. El creciente consumo frente a la capacidad limitada del planeta. Los economistas y los hacedores de políticas públicas hemos permitido que por décadas, tal vez siglos, se deje al crecimiento del PIB como eje del Desarrollo Económico -significativo ejemplo es el de la expansión de los llamados mercados emergentes-. Pero, los problemas ambientales del presente muestran que el ilimitado Crecimiento Económico es un verdadero riesgo para la sostenibilidad del Desarrollo: ¡vivimos en un planeta de recursos limitados!

3. La búsqueda permanente por el control de las fuentes de energía, particularmente las fósiles, explica en gran medida la dinámica de las mayores crisis geopolíticas del mundo. No es casual que en el último siglo, los mayores conflictos bélicos focalizados se hayan realizado en el Medio Oriente y Norte de Africa, o que a Rusia y Estados Unidos les preocupe tanto la situación política del Caucaso. Estas son dos de las regiones que poseen las mayores reservas de petróleo y gas del mundo.

4. ¿Se da suficiente importancia a la búsqueda de nuevas fuentes de energía que sean ambientalmente limpias? La producción de energía limpia implica grandes inversiones con retornos en el largo plazo. El tema aún está en los niveles de la ciencia (innovación) y de la tecnología (implementación). Hay hallazgos económicamente inviables y hay temas aún sin explorar. En el caso de la viabilidad económica estamos encontrando externalidades gigántescas: de un lado, la producción de biocombustibles de primera generación reduce la frontera agrícola de alimentos y, del otro, se hace necesario mantener el precio de los combustibles fósiles en niveles elevados, para hacer viable la inversión en energías limpias.

Sean, este momento conmemorativo -35 años de Chernobyl- y la década de Fukushima, escenarios propicios para una gran reflexión económica: la economía de mercado no puede seguir de espaldas a la realidad ambiental. Más que continuar con la línea de crecimientos ilimitados, la política económica debe moverse en dos direcciones pertinentes: mejorar la capacidad de distribución de la riqueza y asegurar la sostenibilidad del desarrollo.

La turbulencia de la recesión se aproxima: ¡pónganse los cinturones!

Los buenos vientos que vive la economía colombiana en este 2019 (un crecimiento que gira alrededor del 3%) soplan en un contexto global bastante incierto. La dinámica de la economía doméstica (consumo de los hogares) y los relativamente estables precios del petróleo, son la base de un frágil pero notable crecimiento económico. Si comparamos con el pasado cercano o con el vecindario latinoamericano, entonces, no nos podemos quejar -en tierra de ciegos el tuerto es rey-

Si bien 3% no es como para elevar cohetes, la pregunta que hoy nos hacemos es: ¿será sostenible este nivel de crecimiento? La lista de factores que juegan en contra es bastante extensa:

- Europa envía claras señales de recesión. Ya Alemania, la locomotora de la Unión Europea, presenta signos de agotamiento: un trimestre con crecimiento negativo. Técnicamente hablando se requieren dos períodos consecutivos para hablar de recesión. Así que, éste es el primer campanazo.

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- Brexit: segundo mensaje europeo. La salida de Gran Bretaña del bloque europeo es un hecho cantado. La fecha se ha movido un poco, pero seguramente el fenómeno se dará este fin de año. Muy seguramente los mercados ya descontaron parte del efecto negativo de la separación de la isla, pero la verdadera magnitud del daño sólo se sabrá cuando se materialice el hecho. Todo indica que el Premier Johnson no tendrá la sutileza de la ex-primera ministra Theresa May, quien trató de suavisar los términos de la salida, por lo tanto, se espera un aterrizaje doloroso.

La retirada de Londres tiene diversas consecuencias: problemas migratorios entre ciudadanos de diversos países europeos, incremento en el costo de las importaciones recíprocas entre el continente e Inglaterra, debilitamiento del movimiento de capitales y renacimiento del problema irlandés (la frontera dura). Este último, más socio-político que económico.

- China continúa su crónica desaceleración económica. A pesar de que todos los países del mundo -excepto India- añoran las tasas de crecimiento del coloso asiático, la realidad es que ya va una década de continua desaceleración. La locomotora de la economía mundial de este comienzo de siglo va cada año más lentamente. Por lo tanto, si los vagones de atrás dependemos de China, el presagio de corto y mediano plazo es cada vez menos alagüeño.

- Guerras comerciales de Estados Unidos. Como lo hemos explicado en blogs anteriores, bajo una economía centrada en Cadenas Globales de Valor declarar guerras comerciales es como “darse un tiro en el pié”. Sin embargo, con el ánimo de lograr alguna renegociación ventajosa con China, de modo tal que baje parcialmente su déficit comercial, lo más probable es que Trump mantendrá una posición agresiva, al menos hasta que alcance la reelección, para lo cual aún falta más de un año.

El caso es que la incertidumbre que genera la política de Trump  con respecto al comercio mundial (incluso sus amenazas de retirarse de la OMC), conlleva que los inversionistas duden y eso ya empuja la economía hacia la recesión. O sea, los riesgos de mayores costos al comercio (aranceles de una guerra comercial) y la incertidumbre para los inversionistas, conllevan recesión. ¿Quién puede salir ganando? algunos mercados emergentes que puedan sustituir a los productores chinos en Estados Unidos o a los norteamericanos en China. ¿Qué tiene Colombia para exportar? revisemos nuestra balanza comercial: petróleo, carbón, oro, flores, bananos y café. Nada que ver.

- La caída en la tasa de los bonos de largo plazo. Una razón técnica que ayuda a anticipar la llegada de la recesión, es la derivada del estudio paralelo al comportamiento de las tasas que se pagan por los bonos de corto y largo plazo en el mercado financiero. En una economía que no se halle en recesión, los ahorradores a largo plazo son tentados con tasas más altas como compensación a la espera. Sin embargo, cuando la economía se halla en recesión, pocos ahorradores apuestan por los bonos de corto plazo, en cambio, buscan refugio mientras se ven claras las cosas: compran oro, tierras, futuros de combustibles o títulos de deuda a largo plazo. El inusitado interés por los bonos de largo plazo baja su tasa y tiende a acercarla a la de corto plazo. Ya en agosto de este año los bonos de largo plazo han bajado tanto que se han equiparado a los de corto. ¿Ya ha llegado la recesión?

bonos a corto y a largo plazo

Correas de transmisión hacia la economía colombiana.

Si la recesión global comienza en el Norte (Unión Europea y Estados Unidos, acompañados de un Japón crónicamente estancado y una China desacelerada), sus efectos sobre cada nación son diversos. Las correas de transmisión pueden verse en una balanza de pagos: flujo de mercancías y servicios o flujo de capitales (inversiones y crédito externo). Dichos flujos alteran la tasa de cambio y la tasa de interés y, a través de éstas, los indicadores de inflación, desempleo y crecimiento económico.  ¿Qué podemos esperar?

- Exportaciones: la desaceleración actual y la posible recesión cercana, son una síntesis de la caída en la producción y el consumo mundial. En consecuencia, la demanda de commodities debe bajar, lo que se podría traducir en caída de los precios del petróleo, del carbón y del café principalmente. Aquí comenzamos a sentir los efectos negativos de la recesión global, en tanto caen los ingresos por exportaciones y se afecta el presupuesto del Estado, especialmente por su condición de accionista mayoritario de Ecopetrol.

Lo único que podría menguar el efecto sería una jugada activa de la OPEP reduciendo la producción mundial del crudo; o un enfrentamiento militar entre Estados Unidos e Irán, lo que podría estimular el precio del petróleo.

Importaciones: la producción colombiana es cada vez más dependiente de las importaciones (insumos y componentes); entonces, si bajan los ingresos en moneda extranjera (caída en los precios del petróleo), entonces, el dólar seguirá revaluado, lo que se traducirá en importaciones más costosas. Si bien esto es una oportunidad para otros productores nacionales, ésta no se puede aprovechar en el corto plazo. La reconversión industrial no es un fenómeno que se dé de la noche a la mañana. Sin embargo, esto ayudará a menguar el déficit de cuenta corriente, aunque con un componente de inflación.

Remuneración de los factores de producción: las empresas que vienen al país y la banca internacional buscan beneficios por sus inversiones y créditos (utilidades e intereses). Un factor que agudiza el déficit de la cuenta corriente colombiana es la repatriación de utilidades y el pago de intereses de la deuda externa. Dichas salidas de divisas en la actualidad son superiores al déficit total de la cuenta corriente. En una recesión económica, las filiales y sucursales giran con más fuerza sus utilidades (no las reinvierten) a sus matrices en Europa, Norteamérica y Este Asiático. Por lo tanto, tendremos un mayor desangre por cuenta corriente.

Inversión Extranjera Directa: Colombia tiene un claro destino para la mayor parte de la inversión extranjera, la minería de hidrocarburos. Con precios bajos de commodities dicha inversión tiende a menguar. En consecuencia, el déficit de cuenta corriente tendrá que bajar (con menos importaciones) o deberá ser financiado con capitales golondrina, lo que nos convierte en una economía más vulnerable.

Remesas: los colombianos que viven en el extranjero (especialmente en España y Estados Unidos) generan remesas que ayudan a financiar el déficit de cuenta corriente. Dichas remesas se aproximan a los 6 mil millones de dólares. La experiencia de la crisis de 2007-2008 evidencia que esta cuenta se ve afectada por la recesión, ya que, a los emigrantes colombianos se les dificulta tener empleo estable e ingresos durante la recesión. Sin embargo, en el corto y mediano plazo dicha caída no es muy fuerte.

En síntesis, es inevitable esperar que la recesión global afecte el crecimiento de la economía colombiana y que dicho efecto no sea insignificante. Por lo tanto, las familias y las empresas deben ser cuidadosas pero también creativas. No se trata de un daño inevitable sino de un entorno desfavorable con el que hay que aprender a convivir, incluso a aprovecharlo. Las decisiones estratégicas no se impulsan con factores coyunturales, en cambio, las crisis pueden ser una oportunidad para mirar diferente el mercado. Colombia está en mora de renunciar a su condición de economía rentista; una recesión es una oportunidad para entender que sólo la diversificación productiva y la competitividad basada en conocimiento e innovación son las puertas para fundamentar un desarrollo sostenible a largo plazo.

 

 

 

 

Sube el precio del crudo: cantos de sirena para una economía colombiana insostenible.

Por: Giovanny Cardona Montoya.

Septiembre 30 de 2018.

 

El ajuste-precio: corto plazo.

La teoría monetaria del Comercio Internacional explica a través del Ajuste-precio como se equilibran las balanzas de pagos a partir de las fluctuaciones de la tasa de cambio. Si aplicamos esta teoría al desajuste sufrido por la balanza comercial colombiana desde que el precio mundial del petróleo comenzó a caer a partir del segundo semestre de 2014, podremos ver que el mercado, en el corto plazo, tiende a equilibrarse de manera autónoma, sin intervención de las autoridades gubernamentales. Continuar leyendo

Nuestro presidente ideal: uno que gobierne para el futuro, no para su período.

Terminando este 2017 ya hay varios candidados que se lanzaron al agua de cara a las elecciones presidenciales de 2018. Y cada uno hace su oferta, tiene sus adeptos pero también detractores. No los vamos a juzgar en este blog. Sin embargo, quiero decirles a todos ellos que el mejor presidente sería aquel que no gobernara con vista miope.

Particularmente en materia económica ha sido evidente la improvisación y la falta de visión en los gobiernos de este país. Este es un país que cuatrenio tras cuatrenio intenta reinventarse con un proyecto improvisado sin ambiciones de largo plazo. Las evidencias más claras son las reformas fiscales -no hay presidente que no deje su huella de impuestos-, o los ministerios, especialmente de agricultura y educación, cuyas cabezas son moneda de cambio en cada crisis política.

Sin querer ser simplistas, y sin desconocer que la coyuntura siempre será un reto para cualquier gobernante, este país tiene tareas pendientes que, mientras no se enfrenten, nos mantendrán en el subdesarrollo. Necesitamos fortalecer las políticas de Estado y dejar de depender de componendas politiqueras de corto plazo.

Aquí destaco tres retos de largo plazo que si algún presidente enfrentara dejaría una huella imborrable:

1. Educación. Los esfuerzos que se han hecho han sido insuficientes. Para empezar, es necesario asegurar la alimentación, la salud, el afecto y la educación adecuada en la primera infancia; en esta edad nos jugamos la mitad de la tarea. Niños sin la nutrición suficiente ni la estimulación adecuada y oportuna tendrán muchas menores posibilidades de ser buenos bachilleres, ni qué decir, profesionales.

En la educación básica y media también hay tareas. Necesitamos que los mejores bachilleres deseen estudiar licenciaturas y hacerse maestros, que deseen prepararse para el cambio generacional de los actuales docentes. Pero no, ellos no ven en las aulas su futuro profesional, no les atrae, no les motiva, no les parece suficientemente lucrativo. Igualmente, requerimos un currículo más moderno que prepare a los estudiantes para la universidad y también para la vida adulta y responsable. Los actuales currículos enciclopédicos y anacrónicos sólo llenan de datos a nuestros jóvenes, pero no los entrenan ni los sensibilizan para que lideren la construcción de su futuro y el del país.

Y la cadena continúa con la educación superior. En la ampliación de cobertura aún hay muchas tareas, pero también en la calidad con pertinencia de futuro. Necesitamos currículos ambiciosos para una nueva gestión del campo, para proteger el medio ambiente, para innovar y para reconstruir tejido social en un país descocido por medio siglo de guerra.

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2. Pasar de una economía minera a una más moderna, innovadora y diversificada. Ya lo hemos explicado muchas veces en este blog: este es un país que se desindustrializa. Colombia hoy depende como nunca de las exportaciones mineras y, en cambio, ha debilitado su industria manufacturera y su agro.

No podemos seguir cerrando los ojos al futuro: Colombia no tiene reservas significativas de petróleo para fincar el desarrollo de largo plazo. El carbón comienza a ser vetado en grandes economías como Francia, Canadá o Alemania; ya 25 mercados importantes han colocado el 2030 como fecha límite para su prohibición. Del resto de la minería ni se hable: entre la informal y la legal están deteriorando las cuencas hídricas y están afectando las tierras cultivables.

Para diversificar nuestra capacidad productiva es necesario pensar en agroindustria, fortalecer los mercados internos incrementando la interdependencia entre las zonas rurales y las ciudades; hay que focalizarse hacia la innovación, reconociendo que las inversiones en I+D tienen que dejar de ser marginales. Mientras hay países que dedican entre 1% y2% del PIB a la investigación, Colombia apenas alcanza el 0.25%. Y aquí hay que conectar al sistema educativo con el aparato productivo.

La economía extractiva y rentista no tiene futuro. El medio ambiente ya nos está pasando factura, a la vez que las economías más exitosas (las que crecen y distribuyen más riqueza) se focalizan en la innovación y la agregación de valor.

3. Primero el ser humano. A las políticas económicas hay que darles un viraje de 180%. Qué la inflación preocupe más que el empleo, qué nos focalicemos en el crecimiento del PIB más que en el desarrollo socio-económico; o que queramos resolver con subsidios inviables las necesidades fundamentales de la gente (salud, educación, vivienda, etc.) son clara evidencia de que estamos confundidos en nuestras prioridades.

Empresas formales y empleos formales son una receta mágica para atender la gente y viabilizar sistemas como el de salud o el de pensiones. Son las personas trabajando y bien remuneradas una prioridad para resolver varios de los problemas estructurales de la economía colombiana. La informalidad laboral , los bajos salarios y el desempleo son razones de primer orden para explicar la crisis de las EPS, el ruinoso costo del Sisben y la deprimente realidad de que la mayoría de los colombianos en edad de retiro no recibirán mesada de jubilación en los próximos lustros.

La economía tiene sentido si está al servicio de la gente; a la vez que es la gente la que hace realidad el desarrollo económico. Hay que invertir en y para la gente. Eso no es difícil de entender.

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Tal vez en una época de redes sociales y de apariencias estos retos no estarán en la agenda de los gobernantes, ya que sus resultados no se verán en el corto plazo y ni darán rédito político (léase votos). Así, por ejemplo, si un gobernante quiere que Colombia mejore sus resultados en las pruebas PISA, entonces sabe que deberá invertir en primera infancia para que se obtengan éxitos 15 años después. ¿Quién se atrevería?

Un verdadero estadista será aquel que vea a Colombia con ojos de futuro, no con cálculos electoreros.